Roberto Pereira Guimãres, investigador en política ambiental de la Universidad de Campinas (Brasil), afirma que la actual crisis ambiental supone “el agotamiento de un estilo de desarrollo ecológicamente depredador, socialmente perverso, políticamente injusto, culturalmente alienado y éticamente repulsivo”. Una crisis inédita de carácter global, que nos enfrenta como nunca antes a un profundo resquebrajamiento de los procesos naturales, cuando —como afirma este autor— es sabido que, en sus dimensiones físicas, la economía es un subsistema del ecosistema: finito, no creciente y materialmente cerrado.
Los grandes incendios en la región del Delta del Paraná constituyen hoy evidencia clara de esta crisis. Los mismos, tienen sus inicios hace más de dos décadas a partir de la expansión ganadera en las islas que, en un contexto de sequía, afectaron más de un 17 por ciento de la superficie total del Delta. Ya en esa oportunidad, la magnitud y extensión del área incendiada fue tal que el humo y las cenizas afectaron a las poblaciones isleñas, vías de comunicación interisleñas y ciudades ribereñas, así como a autopistas, aeropuertos, localidades costeras del Uruguay, y las ciudades de Buenos Aires y La Plata. En 2020, tras cinco años de abandono de las herramientas de política pública generadas en respuesta a dicha crisis, como el Plan Integral Estratégico para la Conservación y Aprovechamiento Sostenible en el Delta del Paraná (Piecas-DP) y el Plan Delta Sustentable de la provincia de Entre Ríos, la situación socioambiental del Delta se agravó. Esto sumado a la débil acción gubernamental frente a las quemas y pese a todas las advertencias emitidas desde la sociedad civil y especialistas, en un contexto de cambios climáticos.
Hoy nos encontramos con un escenario de incendios masivos magnificados por las condiciones climático-hidrológicas de una extendida sequía y un nivel de las aguas del río Paraná que no tiene precedente en los últimos cien años. Incendios que afectan a cada vez más localidades, no sólo costeras como Rosario, ya que el humo y las cenizas han llegado en estos días a Funes y Roldán. Y que arrasaron con la fauna y flora de un ecosistema de humedal que no ha evolucionado con la presencia del fuego como elemento moldeador del paisaje, si no que contrariamente, posee al agua como factor intrínseco del sistema. Un agua que a través de los ríos Paraguay-Paraná e incluso también el Uruguay, en la región de la cuenca del Plata, trae sedimentos, nutrientes y vida en diversas formas. Por este motivo, el fuego que se genera en el humedal es de origen antrópico e intencional, aunque, en pocas circunstancias, puedan darse por descuidos.
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Quemas recurrentes. Los puntos georreferenciados están bajo la lupa.
Comunidad de aprendizaje
Ante tanta naturaleza arrasada por el fuego, la pregunta insoslayable es de qué modo le toca intervenir a la educación, recordando que la crisis ambiental está ligada al dualismo de la modernidad, que desligó al pensamiento de las condiciones y las prácticas que hacen posible la sostenibilidad de la vida.
Mientras reclamamos que los gobiernos aseguren la preservación de la cuenca del Plata y reivindicamos la participación ciudadana en este proceso, recuperamos con especial interés el concepto de comunidad de aprendizaje. El mismo remite tanto a la escuela como al conjunto del tejido social - territorial, invita a emprender la búsqueda, a la vez rigurosa y sensible, de estrategias que promuevan no sólo la lectura de la realidad sino también la comprensión del valor insustituible del cuidado.
La denominada pedagogía del conflicto ambiental propone una educación entendida como praxis. Una educación afirmada en la capacidad de hacer pie en los conflictos ambientales, de indagar qué percepción tenemos de los mismos, de historizarlos, de identificar a los distintos actores sociales involucrados —con sus diferentes intereses en juego—, de indagar los marcos normativos regulatorios y los vacíos legales, de abordar críticamente la información, de idear alternativas concretas al derrumbe, en la convicción de otro futuro posible.
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Manifestantes cortaron el puente a Victoria por las incesantes quemas frente a Rosario y en todo el humedal entrerriano.
Foto: Virginia Benedetto / La Capital
Las cuestiones de la didáctica deben alojar hoy un desafío importantísimo: el de la transmisión, ese acontecimiento vincular que involucra lo escolar pero que excede en mucho este campo y que suele aparecer ligado a la idea de repetición irreflexiva o a la reproducción de modelos de saber y autoridad. La transmisión, en cambio, es llamada aquí a ser un ofrecimiento de sentido, un modo de exponer el mundo desde un posicionamiento divergente de aquel en el que las consecuencias del extractivismo y la industrialización desmesurada aparecen como efectos colaterales inherentes al desarrollo. No basta con señalar que la respuesta al colapso ambiental requiere una transformación radical de un orden material: es preciso además la puesta en primer plano de la dimensión afectiva de nuestro estar en el mundo. Trabajemos para fortalecer la idea de que los bienes comunes no son sólo una parte de la naturaleza que merece ser inexcusablemente protegida por el Estado: también constituyen un patrimonio que, propuesto como identificatorio, puede ser revalorizado a través del fortalecimiento del apego, a priori y más allá de la exigencia de acciones de reparación.
La crisis socioambiental, tan palpable en clave de cercanía, ha dado lugar a nuevas demandas sociales, que emergen porque urgen. Entre ellas las que interpelan al sistema educativo en su totalidad, en todos sus niveles, señalando la necesidad (y la oportunidad) de que los escenarios de conflicto ambiental tengan centralidad en las propuestas de enseñanza, posibilitando el descubrimiento de la profunda vinculación entre diversidad biológica y diversidad cultural. En tanto campos de contingencia entre posiciones, los conflictos socioambientales representan a la vez disputas ontológicas por la construcción de mundos. Y estos mundos están estrechamente ligados a los procesos de inscripción en el territorio. Los cambios culturales, aunque lentos en el seno de un contexto alarmante, impulsan cambios en la direccionalidad de la política pública y en la racionalidad de las lógicas productivas. Manfred Max-Neef (economista y ambientalista chileno) hablaba de la necesidad de “interrogar lo visible y hacer visible lo posible”. Que en la cotidianeidad de esta apuesta colectiva abunden espacios y tiempos para la celebración de la vida en su fluir.