Susy Shock es artista, escritora y cantante pero cuando se presenta ante el público se nombra a sí misma como trava y sudaca y al decirse así se construye como sujeto político y visibiliza otro mundo posible. Uno en donde las identidades diversas puedan brillar como purpurina y en donde las diferencias puedan entenderse como lo más maravilloso de la existencia. “Somos distintos, distintas, por suerte, por gozo, por naturaleza sino seríamos prepizzas”, dice en un tono gracioso y firme al mismo tiempo, porque está convencida de lo que tiene para decir. Esta militante trans, nacida en Buenos Aires en el 68, que despliega su arte en canciones, poemarios e intervenciones culturales, invita a sacudir los estereotipos y a abrazar la diferencia. Así lo hace en su último libro Crianzas (editorial Muchas Nueces), donde narra escenas de la vida cotidiana de una tía trava y su sobrino que se ve interpelada a cada momento por el prejuicio y la ignorancia de maestras y vecinos.
Susy Shock dice que es Susy Shock porque su mamá y su papá lo abrazaron mucho, porque de chiquito le dijeron siempre que era hermoso como era. Pero la artista sabe que las infancias trans de su generación no corrieron la misma suerte. Muchas fueron expulsadas de sus propias casas, dejaron el colegio o crecieron teniendo que negar lo que eran. Hoy en la Argentina una gran cantidad de niñas y niños atraviesan una infancia singular porque su identidad de género no está definida dentro del binario varón-mujer con que nos etiqueta la sociedad apenas nacemos. Reivindicar la diversidad para Susy es abrazar a esas infancias y esencialmente garantizarles sus derechos. Asegurar sus trayectorias educativas, hacer que las láminas escolares también expliquen cómo son los cuerpos trans. La principal diferencia para ella es que hoy las familias acompañan y en ese tránsito amoroso van derribando prejuicios y construyendo libertades. Eso para Susy “preanuncia algo gigante”.
—¿Cómo ves la situación de las infancias trans en la actualidad, en comparación con la que atravesaron otras generaciones?
—La realidad sigue siendo compleja pero hay enormes nuevas señales. A mí me hubiese gustado nacer en esta época en donde hay nuevas herramientas, inclusive si soy docente y enfrento en mis clases una situación de infancia trans. Está mucho más instalada la idea de que no solamente hay hombres y mujeres en este mundo, menos prejuicios, pero lo de siempre también sigue instalado y es muy fuerte. Entonces no dejan de ser finalmente batallas muy solitarias de las propias familias, de las propias infancias trans que son les que ponen el cuerpecito diariamente en ese combate salvaje que es la vida hegemónica. La verdad es que no todo se ha dado vuelta sino que en todo caso la disidencia ha puesto en la mesa sus propias propuestas. Entonces hay que tener sensibilidad para agarrarlas, para no dejar de abrazar inclusive lo que no entiendo. Son cosas que parecen fáciles pero son a veces muy difíciles y ahí radica toda la diferencia. Hay una enorme ventaja que es también transitar esta historia sabiendo que no sos la única, que hay un montón de familias de infancias trans que se están organizando y eso genera política. Eso es enorme pero la verdad es que en la práctica estamos dentro de un mundo violento que no se ha modificado. Estamos dentro de un mundo absolutamente binario que no se viene discutiendo.
—¿Cómo se batalla con la mirada del otro, con el que dirán?
— La primera fórmula es tratar de sentir que no le pasa solamente a una, sino que una es parte de una enorme realidad. Es importante descreer de la palabra minoría porque la minoría también se ubica dentro de un poder que decide en qué lugar se instalan esas minorías. La diversidad debe ser bien entendida como lo todo, no como un lugar en donde la hegemonía manda y el resto puede llegar a tener subsecretarias del ser. Somos todo un continente enorme, pero para eso hay que cambiar el chip de esa hegemonía. Dejar de entenderse como lo superior y entender que eso, también es un sistema construido con paradigmas bastante crueles con todo eso que no es hegemonía. La novedad maravillosa es que ahora esas infancias están relacionadas. Hay infancia que juega con infancia trans, infancia trans que juega entre sí y eso es enorme porque lo que hay, que no siempre hubo por no decir que no hubo directamente, es ese espejo con otra infancia trans. Nosotras nos conocimos de grande, de la calle, del activismo, del arte. Pero mientras tanto la infancia la transitamos solitas. Entonces lo que pasa hoy preanuncia algo gigante.
—Y en general estas nuevas infancias trans están en su gran mayoría escolarizadas, que es algo distinto a lo que pasó con las generaciones anteriores.
— Porque hay una familia que no abandona. Eso es lo que hay que decir. La familia esa hegemónica, binaria, mamá, papá, son las que abandonaron a nuestro colectivo en el noventa y pico por ciento que se ha quedado en la calle. Uno por estadística se revela ante este mundo entre los 9 y los 12 años y dice “yo soy esto”. Y en muchos casos eso implicó la calle, no pertenecer más a la familia. Entonces esa hegemonía te expulsa, te quita además la posibilidad de formación, no solamente del abrazo. Todo lo que implica el abrazo, el abrigo, la comida, el cariño pero también la posibilidad del acceso a la educación, a la salud. Si no hay eso, vos te hacés sola en la calle. Lo que están haciendo esas familias ahora es cortar ese proceso violento de desabrazo, entonces hoy hay más escolarización de infancias trans, que eso es algo que también preanuncia un montón de cosas que las iremos viviendo. Es lo que pasa generalmente al mezclarnos, al tener más herramientas, al ser adolescentes y adultas con otras herramientas formales, eso es novedad. Todavía no sabemos lo que va a pasar. Lohana (Berkins) decía: “Cuando una trava entra a la universidad, le cambia la vida a una trava, cuando muchas travas entren a la universidad, cambian el mundo”. En esa puntita estamos, porque en muchas escuelas algo de todo eso se está discutiendo. Eso modifica las sensibilidades alrededor también. Detrás de una persona trans hay amigos que no necesariamente son trans y que son otra cosa, ya no son ese hombre y esa mujer por más que no cambien ni de género ni de sexualidad porque hay algo que se abre.
—En las láminas de las escuelas los cuerpos trans no existen
—Hay un prejuicio y una violencia sobre ese cuerpo porque supone inclusive que es algo a lo que le escapamos la mayoría de las personas trans. Y en verdad somos ese otro cuerpo. Yo Susy, yo no quiero ser mujer, nunca quise serlo, no lo voy a hacer y mi cuerpo da cuenta de eso. Tampoco soy hombre, no lo seré, nunca lo fui, nunca me lo exigieron. Inmediatamente lo que sucede es que hay un cuerpo negado. No se habla, no hay un cuerpo travesti, no existe. Pero existe la burla a partir de suponer cómo es ese cuerpo, qué oculta ese cuerpo travesti. Somos nosotras las que tenemos que empezar a dar cuenta de nuestro cuerpo.
—Padres y madres argumentan que sus hijas e hijos son chicos para que les expliquen y para entender esos cuerpos en la escuela. ¿Eso funciona como excusa?
—Yo creo que a los cuerpos trans finalmente se los termina naturalizando cuando se los trabaja desde la verdad y desde el cariño que implica esa verdad, no desde la obscenidad de esa verdad. Porque les pibes no quieren saber más nada que esa verdad. Todo lo otro, es adulto, es la intención de los adultos, no de las infancias. Por eso lo que yo creo que también hay que discutir es el mundo adultocentrista que intenta desde esa lógica formar a las infancias. Y esas lógicas son violentas. Hay un mercado del sexo infantil, hay un mercado del consumo infantil, hay un mercado de la explotación del trabajo infantil. Entonces ¿de qué estamos hablando? Si eso lo produce esa hegemonía binaria sobre cualquiera de los cuerpos infantiles. Esos discursos son hipócritas. Es un mundo que pregona como el gran slogan ama a tu prójimo como a ti mismo y lo único que hace es producir muerte. Entonces yo descreo de ese mundo. Creo que la batalla es imponer los otros discursos, que van a ser siempre mucho más amables, que van a ser siempre más democráticos y posibles de perfeccionarse pero que sobre todo, están huyendo de esas violencias.
—Porque no juzgan mal la diferencia sobretodo.
—Porque entienden y pregonan lo distinto. Porque somos distintos, distintas, por suerte, por gozo, por naturaleza, nada se parece, sino seríamos prepizzas. Somos absolutamente distintos y eso es lo maravilloso. No hay que escaparle a la palabra diferencia porque no somos iguales, nunca lo seremos y no sé si está bien serlo.
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Foto: Marcelo Bustamante / La Capital
—¿En el fondo qué es lo que para vos subyace al desprecio y a la discriminación?
—La ignorancia precisamente de lo distinto, cuando en realidad los cuerpos andan gritando todo el tiempo que lo somos (...) Somos todos esos otros cuerpos que no están en la vidriera. Pero el sistema es re dominante y disciplinador y gana todas las batallas, más cuando sos infancia porque recibís esos golpes súper cruelmente. Ni siquiera estoy hablando de lo trans, estoy hablando de un montón de cosas que comandan el ser desde las infancias. Entonces me parece que pensar esto es súper importante, urgente y político. Paremos el mundo, como dice Marlene (Wayar), que están les pibes ahí, la están pasando muy mal, le estamos produciendo enormes agujeros en las autoestimas.
—¿Cómo debería enseñarse la diversidad en la escuela?
—Lo que hay que hacer más que enseñar diversidad es reconocerse diverso. La negritud nunca se negó a sí misma. Yo no voy a decir que soy gris para que vos me aceptes. No. Es desde la negritud que soy todo lo que soy, hago todo lo que hago, sueño todo lo que sueño. Es un poco desde dónde queremos nosotras instalar nuestro discurso. Quereme trans, quereme trava, no me voy a disfrazar de lo que vos necesitás para tu tranquilidad moral. Es todo lo contrario. Entonces la escuela tiene que sentirse diversa porque somos diversos. La escuela está negando que es diversa. Hagamos ese ejercicio de mirarnos para ver lo distinto que somos. La naturaleza nos invita ricamente a dar cuenta de nuestros cuerpos. Entonces dejémonos de joder con la mirada que juzga a ese afuera como si nunca hubiera espejo donde mirarse. Me parece que es hora de ese gran debate, bienvenidas todas esas infancias trans porque la educación es un derecho y ojalá que desde estos otros cuerpos libremos esas batallas cada vez más acompañadas para no sentirnos tan solas, para que no sea tan cuesta arriba crecer dentro de esas instituciones.