La mirada de Eduardo Trasante transmite paz. Allí hay un brillo y una fuerza vital que encuentra para sobrellevar las feroces cachetadas que significaron los asesinatos de sus hijos Jeremías y Jairo, en distintos episodios violentos. El primero murió en enero de 2012 junto a Claudio “Mono” Suárez y Adrián “Patom” Rodríguez en el triple crimen de Villa Moreno. Tenía 17 años. Dos años después, Jairo Trasante fue ultimado a la salida de un boliche céntrico. También tenía 17.
A Eduardo Trasante, quien es pastor evangélico, le duele la furia que se respira en los barrios de Rosario. La vivió en carne propia con la pérdida de sus hijos. Y la renueva ante cada pibe o piba cuyas vidas se apagan de forma abrupta. También con Franco Casco, el chico de Florencio Varela que vino a la ciudad de visita a principios de octubre y que, tras estar detenido en la seccional 7ª, su cadáver apareció la semana pasada en el río Paraná.
La muerte de Casco volvió a poner sobre el centro de escena el destino trágico de muchos chicos y jóvenes de las sectores populares. Y sobre los estigmas que pesan sobre ellos. “La negrada y los de gorrita son mirados distinto”, reflexiona Trasante. Y sostiene que en Rosario “hay un ojo diferente on la pibada del barrio que con los del centro”.
Junto a otros referentes sociales como Edgardo Montaldo y Daniel Siñeriz, el pastor participó de una jornada en el Concejo Municipal para declarar en la ciudad la emergencia en niñez y adolescencia. “Había tremendos expositores y gente de mucha experiencia en la militancia que le han puesto el hombro y corazón”, recuerda Trasante. Hace un pausa, y agrega: “Me tocó hablar último y dije como conclusión que si por algo tenemos que trabajar es por el derecho a la vida, porque se nos están perdiendo muchos niños y adolescentes”.
Tanto Jairo como Jeremías Trasante iban a la Escuela Manuel Belgrano de Entre Ríos al 2300. En más de una ocasión, Eduardo fue a la escuela a hablar con los alumnos sobre lo que pasó con sus hijos. Y tratar así de “contribuir con alguna palabra o herramienta que les sirva a los chicos”.
“Hay una realidad —dice— que se preocupa por lo que pasa en el centro y microcentro, y lo que les sucede a los pibes que viven por fuera de los bulevares importa poco. La negrada, la barriada, el de gorrita son mirados distinto. Hay muchos chicos que por distintas circunstancias no estudian ni trabajan, y esto no es por sólo por vagancia, sino por situaciones que han llevado a que hoy muchos no tengan estudio o laburo. Otros sumidos en adicciones que los lleven a delinquir como resultado de diversas ausencias, que tienen que ver con el gobierno, pero también con necesidades propias de cada familia”.
—¿Hay distintas miradas?
—Creo que hay un ojo diferente con la pibada de los barrios que con la del centro. Y ese es uno de los temas sobre los que se tiene que trabajar fuerte. Hay gente maravillosa que viene poniendo el hombro en esto, pero hacen falta muchos más recursos para llegar a un resultado equitativo. Oportunidades para que el que no está en la universidad pueda abrazar los mismos derechos, porque a la hora de hablar de derechos todos hablamos de lo mismo, pero cuando los llevamos a cabo todos caminan distinto. Por eso hay que seguir trabajando y llegar a resultados pronto.
—¿Cómo trabajar con los chicos que sufren estos estigmas?
—Sé que es una tarea que va a llevar tiempo porque se los ha estigmatizado mucho. Chicos que son de una clase social que es muy mal vista y a la cual se le cierran muchas puertas. La escuela puede hacer algo, las organizaciones sociales también. Están trabajando mucho pero justamente hacen falta recursos desde el Estado para hacer más. La ciudad tiene que abrir el corazón, porque la realidad que vivimos enfrió el corazón de los rosarinos. Eso pasa cuando vemos la necesidad del otro y no nos pesa. No pesa el hambre del otro. Hasta que no nos matan un hijo uno ve muy de lejos la realidad y entonces seguirá pensando que lo que pasa es por algo. Porque en algún momento lo dijeron, que Jeremías, Claudio y Adrián —las víctimas del triple crimen de Villa Moreno— eran negros de barrio, villeros, soldaditos de algún narco o barras bravas pagos de Newell’s.
—Eso lleva a que a muchos pibes se les cierren las puertas.
Claro, los miran raro si tienen algún tatuaje o usan arito. Y si van con gorrita más, ni se te ocurra tenerlos cerca. Entonces según la clase de la que provienen es el trabajo que puede haber para ellos. La realidad es que se les cierran las puertas. Como hombre de Dios hay muchísimas cosas que no respaldo en cuanto a ciertas actitudes, pero creo que a veces los medios escasean tanto que muchos no encuentran otra salida que no sea delinquir. Y que incluso ahogan la realidad y sus dolores con alcohol y droga. Por eso no hay que olvidar que todo comenzó con un hueco o vacío que no supieron administrar y que los llevó a tener que rendirse. Una vez dije que el diablo estaba sentado en Rosario, algo que tenemos revertir. Amar al prójimo es una causa donde yo he puesto mi corazón y con la que camino. Aunque tengamos que esperar mucho tiempo, hay que hacerlo. Por nuestro niños, por los adolescentes y los viejos.
Una luz. La charla del religioso con La Capital se da minutos antes de empezar una marcha hacia Tribunales para pedir justicia por el asesinato de su hijo Jairo. Y a días de que comience el juicio oral por el triple crimen de Villa Moreno, donde mataron a Jeremías. Por eso las sensaciones están a flor de piel. Eduardo confiesa que, luego de una larga espera, la inminencia de este juicio significa la concreción “de algo por lo que hemos caminado, peleado y llorado mucho”. La militancia de vecinos y organizaciones sociales como el Frente Popular Darío Santillán —espacio donde militaban Jere, Mono y Patom— hizo posible la visibilidad de estas muertes. Que no sean reducidas al eufemismo de “ajustes de cuentas”. Que esas jóvenes vidas, llenas de sueños y proyectos, no se pierdan también en la impunidad.