Durante los veinte años que tuve el privilegio de entrevistar a Jorge Luis Borges, ya sea para el diario, la radio o la televisión, tuve entre otros defectos el no haber dicho todo lo que le pregunté y escribir sobre todo lo que me contestó. ¿Por qué esta actitud? Pienso ahora tantos años después que fue una actitud egoísta, pues quería que hubiera un Borges cuyo recuerdo fuera solamente mío.
Esta mezquindad fue corrigiéndose con el tiempo que saqué a relucir muchas de las cosas que me había callado, pero esas cosas no figuran en la edición original del libro "Borges en Pichincha" editado por Homo Sapiens hacia mediados de los años noventa.
Esas correcciones a las que me refiero son artículos que se fueron publicando a partir de ese año en distintos diarios y revistas. El libro creo que no era bueno y los artículos tampoco pero uno de mis sueños es poder reunirlos en un volumen aunque en realidad no sé para qué.
El motivo esencial es agregar esos detalles que mantuve en silencio y hacer algunas aclaraciones sobre lo publicado. Ignoro si lo haré, ignoro por cierto el resultado de lo que haga. Ahora me referiré a un tema no demasiado importante que me resulta curioso más tratándose de Borges.
En el número 128 de Sur, de junio de 1945, Borges publicó "Sobre el doblaje" un artículo en el que desmenuzaba los graves errores que se cometían a partir de esos doblajes tan poco adecuados para la traducción de un obra. El artículo aparece, como dije en 1945, y dice según la versión de Sur, que es la que se transcribe y que luego se recopila en "Obras Completas" de Jorge Luis Borges, Tomo I, páginas 283 y 284, editado por Emecé, en 1972.
Lo que escribió Borges es lo siguiente:
"Las posibilidades del arte de combinar no son infinitas, pero suelen ser espantosas. Los griegos engendraron la quimera, monstruo con cabeza de león, con cabeza de dragón, con cabeza de cabra; los teólogos del siglo II, la Trinidad, en la que inextricablemente se articulan el Padre, el Hijo y el Espíritu; los zoólogos chinos, el ti-yiang, pájaro sobrenatural y bermejo, provisto de seis patas y cuatro alas, pero sin cara ni ojos; los geómetras del siglo XIX, el hipercubo, figura de cuatro dimensiones que encierra un número infinito de cubos y que está limitada por ocho cubos y por veinticuatro cuadrados. Hollywood acaba de enriquecer ese vano museo teratológico; por obra de un maligno artificio que se llama doblaje, propone monstruos que combinan las ilustres facciones de Greta Garbo con la voz de Aldonza Lorenzo. ¿Cómo no publicar nuestra admiración ante ese prodigio penoso, ante esas industriosas anomalías fonéticovisuales?
"Quienes defienden el doblaje, razonarán (tal vez) que las objeciones que pueden oponérsele pueden oponerse, también, a cualquier otro ejemplo de traducción. Ese argumento desconoce, o elude, el defecto central: el arbitrario injerto de otra voz y de otro lenguaje. La voz de Hepburn o de Garbo no es contingente; es, para el mundo, uno de los atributos que las definen. Cabe asimismo recordar que la mímica del inglés no es la del español. (1)
"Oigo decir que en las provincias el doblaje a gustado. Trátase de un simple argumento de autoridad; mientras no se publiquen los silogismos de los connaiseurs de Chilecito o de Chivilcoy, yo, por lo menos, no me dejaré intimidar. También oigo decir que el doblaje es deleitable, o tolerable, para los que no saben inglés. Mi conocimiento del inglés es menos perfecto que mi desconocimiento del ruso; con todo, yo no me resignaría a rever Alexander Nevsky en otro idioma que el primitivo y lo vería con fervor, por novena o décima vez, si dieran la versión original, o una que yo creyera la original. Esto último es importante; peor que el doblaje, peor que la sustitución que importa el doblaje, es la conciencia general de una sustitución, de un engaño.
"No hay partidario del doblaje que no acabe por invocar la predestinación y el determinismo. Juran que ese expediente es el fruto de una evolución implacable y que pronto podremos elegir entre ver films doblados y no ver films. Dada la decadencia mundial del cinematógrafo (apenas corregida por alguna solitaria excepción como «La máscara de Demetrio»), la segunda de esas alternativas no es dolorosa. Recientes mamarrachos, pienso en «El diario de un nazi, de Moscú», en «La historia del doctor Wassell, de Hollywood», nos instan a juzgarla una suerte de paraíso negativo. «Sightseeing is the art of disappointment» (Viajar es el arte de la decepción), dejó anotado Stevenson; esa definición conviene al cinematógrafo y, con triste frecuencia, al continuo ejercicio impostergable que se llama vivir.
"(1) Más de un espectador se pregunta: Ya que hay usurpación de voces ¿por qué no también de figuras? ¿Cuándo será perfecto el sistema? ¿Cuándo veremos directamente a Juana González, en el papel de Greta Garbo, en el papel de la Reina Cristina de Suecia?".
Este texto, al que nos referimos no es el original, el original apareció en "Discusión" cuya primera edición es la de Gleizer; en esa editorial Borges publicó "El idioma de los argentinos", en 1928, "Evaristo Carriego" en 1930 y la mencionada "Discusión" en 1932. Es lógico que así sea pues como se toma la primera edición de Emecé y se olvida la de Gleizer, en el ensayo sobre el doblaje se menciona un film que recién fue hecho en la década del cuarenta, o sea, o Borges tenía entre otros atributos el de la profecía o a alguien se le ocurrió colocar sobre el doblaje en un libro que no corresponde.
El film al que nos referimos es "La máscara de Dimitrios" originalmente bajo el título "A Coffin for Dimitrios", basado en la novela de espionaje del escritor Eric Ambler que fue llevada al cine en 1944. De esa película hable alguna vez con Borges, a quien le había parecido muy buena, entonces le dije que otra admiradora de ese film era Alejandra Pizarnik. No deja de ser curioso que en un libro dedicado a las colaboraciones de Borges en Sur prácticamente no figura sino incidentalmente como publicado en "Discusión" la "Mascara de Dimitrios".