Reza el viejo refrán: “Es preferible ser cabeza de ratón y no cola de león”. Qué verdad tan rotunda y tan poco aplicada. Al menos en política. No hace mucho tiempo, compartiendo un café en una tradicional confitería del microcentro rosarino, le explicaba a un dirigente político, hoy devenido en legislador nacional, mi compromiso de vida con este rancio adagio. Es una bandera que siempre blandí en mi vida personal. En esa precisa circunstancia el veterano dirigente dejaba entrever las “bondades” de las alianzas políticas, y yo, de modo empecinado por cierto, le manifestaba mi visceral y concluyente rechazo para con las benditas componendas y frentes políticos, tan de moda hoy en día y a la vez tan degradantes que han hecho pedazos las genuinas ideologías, destruyendo la esencia misma de los partidos políticos, precisamente su representatividad. Y sí, nos robaron la ilusión. Nos arrebataron la esperanza. Increíblemente mancillaron lo creíble. Mutilaron nada más ni nada menos que el espíritu propio de lo que debe ser un partido político, su ideología misma. Mantener una idea política determinada, que en verdad se refleje asimismo en el preciso nombre de un partido, no parece ser hoy una empresa fácil atendiendo al “marketing político”. Lamentablemente, el neoliberalismo y sus “fantásticas” recetas también campean en el mercado de la política, señalando con su mezquino dedo qué es lo que hoy resulta políticamente correcto para vender más apropiadamente una idea. Todo se diluye en un enmarañado crisol político que resulta ser finalmente un cambalache, al decir del genial Enrique Santos Discépolo, que salpicará con lodo a toda la ciudadanía y de la que con seguridad no saldrá indemne. Todo se paga. Que la cola de león, como mera estrategia política, es exitosa, no cabe duda alguna. Se erigen en cabeza de un partido con una determinada camiseta que luego con total desparpajo mudarán en aras de ese frente político que les asegurará una poltrona en el Congreso de la Nación para luego regresar al redil exhibiendo su trofeo de guerra, sin percibir en su angurria que ello lo debilitó aún más dentro de su propio partido. Basta con observar el mapa político de nuestros “representantes” en las dos Cámaras para darse cuenta de los incómodos esfuerzos que los legisladores deberán hacer, y están haciendo, para poder apoyar las nalgas en sus bancas, uno al lado del otro, sin que se perciba en la alianza o el frente de que se trate este escandaloso rejunte de enmascarados. Por todo esto es preferible ser en la vida cabeza de ratón y no cola de león. Porque es el único modo de no desnaturalizar una esencia. Porque es la única forma de no travestir una idea política y representar cabalmente a la ciudadanía. Porque es el único método para blandir una sola bandera y terminar definitivamente con el instalado gatopardismo político. La política no debe ser el arte de lo posible, sino de lo deseable. “En la noche todos los gatos son pardos”. Tratemos de que este antiguo aforismo no siga reflejando, con crudeza y casi como un espejo, la actividad política en nuestra querida Argentina, tan doliente y tan sufriente.