La gestión de la pandemia de gripe A por la Organización Mundial de la Salud (OMS) fue poco
transparente. Según un estudio del British Medical Journal (BMJ), una de las revistas médicas de
referencia, un informe clave de la OMS ocultó los vínculos financieros entre sus expertos y las
farmacéuticas Roche y Glaxo, fabricantes de Tamiflu y Relenza, los fármacos antivirales contra el
virus H1N1. Ese fue el informe que instó a los gobiernos a apilar reservas de esos medicamentos,
por valor de unos 6.000 millones de dólares (4.900 millones de euros).
Las críticas del British Medical Journal se suman a las del Consejo de
Europa, que recientemente también acusó a la OMS de opacidad, aunque por otra razón: que los 16
miembros del comité de emergencia que asesoró durante la crisis a la directora del organismo,
Margaret Chang, son secretos.
Si la identidad de los 16 miembros del comité de emergencia se mantiene
en secreto para evitar que los presione la industria, la medida es ingenua y contraproducente,
alegan los expertos críticos con la OMS. Los nombres de Robert Webster, del hospital infantil de
Memphis (Tenessee, EEUU) , o de Tasiro Masato, jefe de virología del Instituto Nacional de
Enfermedades Infecciosas de Japón, deben ser secretos para muy pocos industriales. Y mantener sus
nombres ocultos es justo lo que impide al resto del público fiscalizar sus nexos con las
farmacéuticas.
Las pautas de la OMS que recomendaban a los gobiernos almacenar Tamiflu
y Relenza (los únicos dos fármacos antivirales eficaces contra el virus H1N1) fueron publicadas en
2004, y se apoyaban en publicaciones de los tres expertos ahora cuestionados. Estos tres
científicos habían declarado sus lazos con la industria en sus papers (publicaciones científicas),
pero la OMS no recogió esa declaración en el informe que entregó a los gobiernos, según la nueva
investigación recogida por el diario madrileño El País.
Los vínculos entre los científicos de la OMS y la industria fueron
anteriores a 2004. Roche y Glaxo les pagaron por una serie de conferencias y consultas. También han
intervenido en investigaciones pagadas por los laboratorios. Este tipo de vínculo es muy común. Los
principales expertos intervienen en los ensayos clínicos financiados por la industria. Pero deben
ser transparentes, y la OMS debió declararlos en su informe, según el BMJ.
La postura de la Organización Mundial de la Salud es que los conflictos
de interés son “inherentes a cualquier relación entre una agencia como la OMS y una empresa
que persigue beneficios”. Lo mismo vale para los expertos que asesoran a la agencia y tienen
“vínculos profesionales con las compañías farmacéuticas”. Pero el organismo negó ayer
que la industria influyera en la gestión de la pandemia.
Ya en enero, el Consejo de Europa organizó una audiencia en Estrasburgo
para analizar si la declaración de pandemia, emitida por la OMS en junio del año pasado, estuvo
justificada vista de la escasa peligrosidad del virus. Pese a los temores iniciales, el H1N1 ha
resultado menos letal que la gripe común de cada año.
La reunión, promovida por Wolfgang Wodarg (hasta poco antes presidente
del comité de sanidad del Consejo de Europa) no sirvió de nada. Wodarg reafirmó que la OMS había
exagerado los riesgos en colusión con Big Pharma, y la OMS se enrocó en que “pandemia es
cuando un nuevo virus se difunde, y éste lo hace”, como dijo el número dos de la organización
multinacional, Keiji Fukuda.
El H1N1 es un recombinante reciente, con genes de un virus aviar, otro
humano y dos porcinos. Causa en algunas personas enfermedades graves, pero su letalidad es baja en
la población general. Los científicos no podían saber esto al iniciarse la crisis en México, cuando
la mortalidad parecía alta.