El control de las tarjetas de ingreso al casamiento de Jessica Cirio con el diputado nacional Martín Insaurralde se transformó en el hecho de campaña más importante de la gran política nacional. Así estamos. Que un hecho privado, quizá de los más privados de un ser humano, sirva para debatir entre oficialistas y opositores la pertenencia o no al proyecto que va a asumir en diciembre del 2015 resulta de una frivolidad y de una pobreza lindante con el insulto. Pero así parece ser.
Si fue Sergio Massa o dejó de ir, si el pejotismo tradicional dio el presente o si el kirchnerismo le dio la espalda a quien encabezó la lista de Diputados en la decisiva provincia de Buenos Aires parecen haber sido las conclusiones más trascendente de los operadores y “armadores” de campaña que analizan en este mediodía de domingo el saldo remanente después del carnaval carioca y del cotillón repartido tras el vals de los novios. Ahí parece estar la explicación de este fenómeno: el enseñoramiento del corazón de la política por parte de los asesores de imágenes.
Como nunca, estos autodefinidos gurúes de la comunicación, pisan tan fuerte como los pensadores de ideas que intentan acercarles a los candidatos razonamientos y fundamentos para sostener sus palabras. Se los ve no sólo en los canales de televisión y en los diarios acompañando a sus asesorados sino que aparecen en actos de presencia en barrios comunes sugiriendo las palabras con las que saludar a la gente (sic) o en las barriadas inundadas en donde se aconseja qué adjetivo decir y cuál omitir. ¿Hace falta saber de un “asesor” que ante una tragedia sólo se espera presencia sincera, pedido de disculpas y ofrecimiento incondicional de ayuda?
Los últimos desbordes de ríos y arroyos bonaerenses fueron testigo de lo que se cuenta. Ya se sabe que en nuestro país las políticas están encomendadas a la providencia y la solidaridad. Jamás a programas serios pensados de antemano. Por solo ejemplificar, hay que rezar para que llueva y salvar las cosechas, para que deje de llover y se eviten las inundaciones, para que un gasista no viole un precinto “inviolable” y no se vuele por los aires con un estallido o que un químico invierta sin control del Estado para medidas de seguridad que eviten hacer volar una empresa enclavada en plena casco urbano. Cuando la naturaleza o el azar fallan, allí está la indescriptible solidaridad de los comunes que ocurren con todo lo que se tiene y más para ayudar al prójimo. El Estado, en general, el mismo que no supo prever ni programar, brilla por su ausencia ante el hecho consumado.
En todo caso, de lo que se trata es de recurrir a los expertos en comunicación (otra vez sic) para que diagramen una política de lavado de culpas y, cómo no, de atribución de responsabilidades al eventual adversario político. No hay otro modo de explicar la indisculpable actitud de Daniel Scioli concurriendo a un partido de fútbol en medio de las inundaciones de la semana pasada y el afiatado aparato de difusión que sus contrarios usaron para difundir las imágenes. Lo primero, sin dudas, es lo más grave. Por lo demás, no hace falta una foto para entender que los últimos 30 años de democracia fueron gobernados por el mismo peronismo que hoy luce en aparente desunión y que la responsabilidad funcional y partidaria por el fracaso de esa gestión los salpica a todos.
Martin Insaurralde, que planea renunciar a su diputación, volver a ser intendente, formar un partido nuevo y unirse a Sergio Massa, no tiene culpa por haber instalado su imagen a fuerza de casarse con una modelo bellísima. Apenas podría reprochársele no recurrir a su control de decoro para exhibir tan abiertamente una realidad que no es propia de los que representa. Cuando se asume una función pública se lo hace voluntariamente. Y eso conlleva ciertas obligaciones y normas que afectan la vida personal que se compensan con un privilegio de estar en lugar de los elegidos. Un diputado no se preocupa como el resto de los mortales por saber si cobra del 1 al 5 de cada mes o si tiene transporte para llegar a su despacho. Honrar esas ventajas debería hacerse con una especial contracción al trabajo de su función y a un cierto perfil bajo mientras ella dure.
Reconciliación definitiva. Fue Estela de Carloto la que selló con toda claridad el pacto de unión entre el kircherismo y el Papa Francisco. “Fui mal informada sobre Bergoglio en la época la dictadura. Me rectifico y pido perdón”, dijo desde Roma la presidente de Abuelas de Plaza de Mayo. Este valorable pedido de disculpas fue hecho a título personal pero también de los K que opusieron tanta resistencia cuando fue nombrado. Hay que resaltarlo en medio de tanta obcecación y autoritarismo de parte de quienes hoy detentan el poder.
Sin embargo, este gesto es mucho más que una reconciliación personal. El Sumo Pontífice está interesado, día a día, por lo que pasa en la política nacional. Se dice de fuentes muy cercanas a la presidente que conversó telefónicamente con ella durante esta última internación. Los mismos informantes aseguran que el Papa le pidió calma y difusión máxima de su estado de salud para mitigar el stress de la mandataria y el clima de grandes preguntas que se hacen sobre el tema. Interrogantes que abundan en cantidad y calidad de sus inquisitorias. Un viejo dirigente santafesino que estuvo reunido con Bergoglio en las últimas semanas confiesa en reserva que el propio Papa le confesó que ha puesto en marcha las discretas estructuras vaticanas en nuestro país para colaborar en un tránsito ordenado y en paz hasta diciembre de 2015. “El jefe de la Iglesia mira preocupado y ocupado los meses que empezaron a correr hasta el cambio de autoridades y se siente muy escuchado por Cristina”, dice este veterano ex diputado de la provincia. “Francisco, con el respeto de la investidura, es casi un asesor sin cartera de la presidente”, concluye este hombre. Semejante papel referido resulta increíble, debe decirse. Tan increíble como ver tomar nota a los encuestadores en una fiesta de reparto del ramo nupcial y del intercambio de ligas de la esposa.