Charlas en el Café del Bajo - Domingo 30
—Encandilado por aquello que supone luces, pero que son rayos que matan, el ser humano en
general, y en particular aquel que reside en países periféricos, ha dejado de ver otros escenarios
posibles.
30 de marzo 2008 · 00:35hs
—Encandilado por aquello que supone luces, pero que son rayos que matan, el
ser humano en general, y en particular aquel que reside en países periféricos, ha dejado de ver
otros escenarios posibles. Camina por el sendero de la vida solo, a veces magullando cómo
sobrevivir, a veces pergeñando estrategias para vivir mejor, aun cuando sea a costa del dolor del
otro. Este caminante, que se olvidó de la presencia y necesidad de su semejante, suele estar
convencido de que puede salvarse o elevarse prescindiendo del resto. Esta forma de ser, que es una
forma de vida, es decir una cultura de la indiferencia, uno puede observarla en muchos ambientes;
por ejemplo en las calles, en las protestas sectoriales, pero jamás comunales. Entiéndase bien esta
última palabra: Quiero decir que el hombre se olvidó de realizar la comunión más sublime, más
sagrada, más agradable a Dios y a él mismo: Asistir ante el altar de la vida en conjunto para tomar
en grupos, y sin distinciones de ningún orden, como corresponde a su dignidad humana, el pan de
"vida para todos".
—Una visión cristiana y católica para hacer uso de la metáfora.
—Pero puedo dar, también, una visión judía, cultura y religión a la que tanto
admiro y quiero y decir, por ejemplo: este hombre de nuestros días, creado a imagen y semejanza de
Dios, ha burlado el corazón divino. Es un peregrino en el desierto de la vida que se disputa
vilmente y reparte injustamente el maná, el pan que Dios ha arrojado desde el cielo para todos.
Este hombre ha sido liberado de la esclavitud de Egipto, pero atacado por el virus de la necedad,
de la mezquindad, de la avaricia y del falso concepto de la salvación y el progreso, ha esclavizado
sin piedad a sus propios hermanos.
—Se entiende perfectamente. Y entiendo también que hay una alusión, aunque
elíptica, a los hechos de estos días tristes en Argentina.
—Sin duda. Afortunadamente para la humanidad y para este país, es cierto,
absolutamente cierto, lo que sostienen el judaísmo y el cristianismo (cada vez me maravillo más de
las creencias y principios que los unen y que en ocasiones ni ellos mismos saben): en el universo y
en cada generación, hay un grupo de seres que trabajan para que la creación no se desmorone.
Precisamente el Papa, en su última encíclica sobre la esperanza cristiana, alude a la enseñanza del
pseudo Rufino que dice: "El mundo subsiste gracias a unos pocos, si ellos desaparecieran el mundo
perecería". El judaísmo sostiene que en cada generación hay un número determinado de justos (36)
que todo lo sostienen. El ser humano, Inocencio, en general claro, se olvidó de andar por el
sendero de la vida viendo. Viendo que a su lado pasa un hambriento, un ser con capacidad distinta
que ha sido separado del sistema, un joven con un sueño destruido, un anciano con un fin
desgraciado, un trabajador que cuenta no más que su faltante en el bolsillo, una mamá que llora el
destino de su hijo, una mujer rebajada (y con frecuencia ofendida, ultrajada en su labor, en su
existencia) a la condición vaginal. Este ser humano, por las noches, ve los contenedores de basura,
pero no a las benditas criaturas que están presas a su lado. "¡Pero, jardineros, a pesar de todo,
no abandonen las rosas en razón de las espinas; no dejen sólo a Dios que sigue corriendo por la
savia de la vida!".
Candi II
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