Con motivo de celebrarse el día de la industria, el presidente Javier Milei dio un discurso ante un sector del empresariado en Argentina, donde dejó clara su visión acerca de que el desarrollo económico se logra mediante el libre comercio y que la intervención del Estado es perniciosa para la economía. Una vez más, el primer mandatario hace uso de su retórica para dar por cierto aquello que la realidad se ha encargado de desmentir.
Para un país como la República Argentina, que aún sigue luchando por lograr salir del subdesarrollo y la pobreza, no es un aspecto secundario la concepción que su gobierno tenga acerca de cómo salir de esta situación. En otras palabras, errar la estrategia de desarrollo o intentar imponer una idea falsa, implica para los argentinos seguir padeciendo la injusticia de vivir en un país donde hay mucha riqueza, pero está lleno de pobres.
Por más que el presidente diga otra cosa, la historia demuestra que el desarrollo económico de los países industrializados no ha sido un proceso espontáneo ni resultado exclusivo de la aplicación de políticas de libre mercado; de manera más concreta, no hubiera sido posible que países como Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña fueran lo que son hoy sin la participación activa y la intervención del Estado en la economía y en los sistemas tecnológicos aplicados.
En efecto, la evidencia histórica sugiere que muchos de los países ricos e industrializados aplicaron estrategias proteccionistas y de cooperación pública y privada antes de alcanzar su estatus de desarrollo. Estas políticas incluyeron la implementación de aranceles elevados, subsidios a industrias emergentes y a desarrollos científico-tecnológicos, como también restricciones a la importación, con el objetivo de fortalecer sus economías internas.
Friedrich List, uno de los economistas más influyentes del siglo XIX, es ampliamente conocido por su crítica al libre comercio en los países en desarrollo. En su obra “El Sistema Nacional de Economía Política” del año 1841, List argumenta que los países que están en proceso de desarrollo no deberían seguir las mismas políticas de libre comercio que los países industrializados. Según List, las economías emergentes deben proteger sus industrias nacientes de la competencia extranjera a través de aranceles y otras barreras comerciales hasta que estas industrias sean lo suficientemente fuertes como para competir en el mercado global.
Proteccionismo no es mala palabra
List toma como ejemplo el caso de Estados Unidos, que en la primera mitad del siglo XIX aplicó políticas proteccionistas bajo la "American System" de Alexander Hamilton. Estas políticas incluyeron aranceles elevados sobre productos manufacturados importados, con el objetivo de proteger las industrias locales en desarrollo. La teoría de List, también conocida como la teoría del "desarrollo tardío", argumenta que el proteccionismo es una etapa necesaria en el proceso de industrialización, permitiendo que las economías emergentes desarrollen una base industrial sólida antes de abrirse al comercio internacional.
Estados Unidos, la Nación venerada por el presidente Milei, es uno de los ejemplos más claros del uso del proteccionismo como herramienta para el desarrollo económico. Desde su independencia, hasta bien entrado el siglo XX, Estados Unidos mantuvo aranceles elevados sobre productos manufacturados, protegiendo sus industrias locales de la competencia extranjera. Este enfoque proteccionista fue particularmente evidente durante la presidencia de Abraham Lincoln, cuando los aranceles alcanzaron niveles sin precedentes bajo la Tarifa Morrill de 1861.
El economista Ha-Joon Chang, en su libro “Retirar la escalera” (2002), reafirma la posición de List, argumentando que Estados Unidos logró convertirse en la mayor potencia industrial del mundo gracias a estas políticas proteccionistas. Un dato interesante que aporta Chang, que tal vez explica la confusión de muchos analistas (entre ellos, posiblemente el propio Milei) es que los países desarrollados, después de haber utilizado el proteccionismo para construir sus economías, promueven el libre comercio como la única vía hacia el desarrollo, mientras que en sus propias historias aplicaron políticas muy diferentes.
El caso de Estados Unidos es emblemático en este sentido, ya que el país utilizó barreras comerciales para proteger y desarrollar sus industrias hasta que fueron lo suficientemente competitivas en el ámbito internacional. Incluso ahora, luego de un breve período de desindustrialización en algunas ramas vuelve a la carga con aranceles, cierre a la inversión extranjera en industrias clave, prohibiciones de adquisición y uso de tecnologías en nombre de la omnipresente seguridad nacional.
La hipocresía de las naciones desarrolladas
Chang también critica la hipocresía de las naciones desarrolladas al promover políticas de libre comercio para impedir que otros países sigan el mismo camino proteccionista que ellos mismos recorrieron. Según Chang, los países en desarrollo deberían considerar su propia historia y contexto antes de adoptar ciegamente las recetas de libre comercio promovidas por las naciones ya desarrolladas.
Otro caso que Milei debería estudiar un poco más, es el de Gran Bretaña, que frecuentemente se la considera como la cuna del libre comercio, a pesar de que su camino hacia el desarrollo estuvo lejos de ser libre de barreras comerciales.
Durante la Revolución Industrial, Gran Bretaña aplicó una serie de políticas proteccionistas para fortalecer su industria manufacturera. Karl Polanyi, en su obra La Gran Transformación (1944), argumenta que el libre comercio solo se implementó cuando Gran Bretaña se sintió lo suficientemente fuerte como para dominar los mercados globales.
Japón es otro ejemplo destacado de un país que utilizó políticas proteccionistas para lograr su desarrollo económico. Después de la Restauración Meiji en 1868, Japón adoptó una serie de políticas diseñadas para proteger y promover su industria nacional. Estas políticas incluyeron aranceles elevados sobre productos importados, subsidios a industrias clave y la creación de conglomerados industriales conocidos como “zaibatsu”, que fueron esenciales para el desarrollo económico del país.
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Para no dejar de mencionar a autores locales, contamos con los trabajos del profesor Marcelo Gullo, quien también enfatiza el rol crucial del proteccionismo en la construcción de economías sólidas y soberanas. En su obra Insubordinación Fundante (2008), Gullo sostiene que los países que hoy se consideran desarrollados adoptaron una "insubordinación" frente a las presiones del libre comercio, creando condiciones favorables para el crecimiento de sus industrias. Según Gullo, el proteccionismo fue una herramienta esencial para establecer una base industrial capaz de competir globalmente, lo que permitió a estos países emanciparse de las economías más avanzadas y crear sus propias trayectorias de desarrollo.
La evidencia histórica es contundente, y demuestra que los países hoy desarrollados aplicaron políticas proteccionistas en las etapas iniciales de su desarrollo económico o luego de períodos de desindustrialización, para lo cual necesitaron de un Estado interventor y decidido al desarrollo económico.
Algo más que teorías
Cabe destacar que resulta, al menos, contradictorio que algunos empresarios, históricamente beneficiados por sus vínculos o favores recibidos desde el Estado, sean quienes demandan una menor intervención estatal en la economía; incluso pareciera que tratan de obtener un proteccionismo excepcional particular y declamar, incentivar o favorecer un liberalismo desenfrenado para el resto de los empresarios y la sociedad en una especie de paroxismo del egoísmo económico.
Por último, es importante señalar que la cuestión de fondo no refiere al debate ideológico acerca de la existencia o no del Estado, ya que su sola presencia no garantiza el desarrollo económico; un Estado servil a factores de poder (externos o internos, con corrupción o sin ella) ajenos al interés nacional y al sentir popular, solo puede llevar al país a la dependencia, el subdesarrollo y a la pobreza de la mayoría de la población. Se concluye que la única forma conocida de lograr crecimiento y desarrollo económico es con la presencia activa un Estado comprometido con el interés nacional, que pone el interés del conjunto, por encima de las mezquindades de unos pocos.