“El jueves 19 de marzo del año 2020 cerré la oficina de seguros con el rumor en el ambiente sobre que, al finalizar el discurso que el presidente Alberto Fernández daría esa noche, se decretaría una cuarentena total, estricta y obligatoria. Llegué a mi departamento, abrí una cerveza y esperé la cadena nacional. En ese mismo momento se me ocurrió enviar un mensaje a mi amigo Leo para avisarle que, si eso sucedía, me iría a su hostel lo que durara el encierro; algo que, al cabo de dos latas de medio litro, sucedió. Armé un pequeño bolso, tomé la guitarra, la compu, llamé al taxi 4555555 y me fui rumbo al Hostel Point.”
“Este libro fue escrito en el devenir de los tiempos pandémicos, entre protocolos, alcohol en gel, distanciamiento, barbijo y el avance las olas hasta llegar a la tercera en el año 2022. Fue desarrollándose mientras se iban tomando las distintas medidas sanitarias y las mismas repercutían en la población, en este caso tomando como eje a la Argentina, y a la ciudad de Rosario en particular, pero sin dejar de ser un texto universal”, explicó el autor, en diálogo radial.
Y agregó: “Es una novela con ritmo punk, una foto de época que no pretende sentar postura ni juzgar cómo las personas hemos decodificado los hechos y la información en función de nuestros sentimientos y realidades. Sólo una convicción férrea quiero dejar de forma expresa: La covid no se le desea a nadie, maestro”.
Así comienza "Me deseaste la Covid"
Ratas pandémicas
El año 2020 fue el año de la rata en el horóscopo chino y el caso rosarino, en plena pandemia mundial y consecuente cuarentena, fue altamente llamativo.
Al igual que en muchas ciudades grandes, la población de roedores salió en busca de alimentos ante la quietud de las solitarias y silenciosas calles y la disminución de residuos desechados por bares y restaurantes.
Había que comer, y la comida estaba puertas adentro, en los hogares.
Pero el extraño caso rosarino no se limita a este hecho que se replicó en todo el globo con especies de todo tipo, sino que el mismo se remite a un cambio de orientación del cual no hay ningún antecedente. El movimiento de las ratas dentro de los túneles fue in crescendo a medida que el confinamiento de las personas se extendía, de forma obligatoria, a través del tiempo.
Para aquellos que no lo saben, esta ciudad argentina distante a unos 300 kilómetros de Buenos Aires, que se fue gestando a la luz del tren, el puerto y el comercio, se fue edificando, sobre todo en la ola inmigratoria de principios de siglo 20, sobre túneles que eran utilizados para distintos fines.
Es decir que, por debajo de esta metrópoli, se teje un entramado laberíntico de conexiones que la atraviesa, y era utilizado en épocas del contrabando a tal fin, cuando la ciudad era conocida como La Chicago Argentina.
En esos túneles en desuso se fue gestando una de las poblaciones de roedores más grande del mundo que, en ocasión de la última pandemia, comenzó a mover el piso de esta ciudad, en forma literal.
Por las noches había movimientos sísmicos de los cuales, al principio, se sospechó que fuesen réplicas de terremotos en la zona de Cuyo e incluso Chile, algo que suele acontecer con cierta distancia en el tiempo. Pero no. Se trataba de las ratas que se iban adueñando del paisaje, quienes comenzaban a sentir impunidad total.
Canal Tres hizo un móvil desde la plaza Montenegro donde el periodista Pedro Levy, con barbijo, narró el momento en que unos roedores se abalanzaron sobre las palomas que caminaban distraídas.
El intendente, muy preocupado, se contactó con el gobernador de la provincia de Santa Fe y trató el tema con el presidente Alberto Fernández pero no hubo respuesta. Había otras prioridades; incluso, Fernández tiró, a modo de chiste, algo así como que “se jodan por haberse comido todos los gatos”, en referencia a un apodo ganado por un triste show mediático de muchos años atrás, en el cual unos periodistas mostraron cómo en el acceso sur faenaban un animalito de esta especie. Por supuesto, el chiste fue con buena onda, incluso, el primer mandatario luego le mandó saludos a su amigo Litto Nebbia, músico de esa ciudad y fundador de la primera banda de rock argentino en habla hispa-
na, Los Gatos Salvajes.
La Municipalidad quedó sola en esta lucha, como casi siempre, romantizando una autonomía que nunca llegaba.
Los oportunistas vieron el negocio y ofrecían, además de barbijos y alcohol en gel, trampas para ratas.
El Concejo estudiaba la ordenanza Hamelin, en la cual se debatía sacar a la calle a la orquesta municipal para que, tocando sus instrumentos, atrapara a los roedores que, embelesados por la música, la seguirían hasta caer al río y ahogarse. Pero el río se estaba secando y permanentemente se iba, en las sesiones, a cuarto intermedio hasta el jueves siguiente.
No había soluciones a la vista y las ratas pandémicas avanzaban más y más, aparecían desde las claraboyas, las cloacas y las alcantarillas.
Se inmiscuían en charlas de zoom de empresas, aparecían en fotos de Instagram haciendo gimnasia, e incluso se sacaban fotos sonrientes con comidas exuberantes que compartían por WhatsApp para que las vieran ratas de otras ciudades.
Se estaban más que domesticando, se estaban humanizando mientras los humanos se deshumaniza- ban.
Algunas comenzaron a usar barbijo y pedían a otras que hicieran la cuarentena en sus ratoneras por temor a contagiarse de hantavirus.
Hubo un escrache público a una que regresó de Brasil con una tabla de surf en el techo del auto.
Otras comenzaron a manejar Twitter y opinaban en televisión. Nada más fue lo mismo y los habitantes de esa ciudad con el paso del tiempo quedaron desorientados.
Fue un funcionario, el ministro Facundo Osia, quien caminando una mañana corroboró la primera gran anomalía estructural que culminó con el cambio de orientación.
Osia, mientras chequeaba que la ciudad estuviera bien, notó una grieta en la tierra que terminaría llevándose parte de su club, el club Mitre, ubicado en la barranca, donde supo comer cientos de asados con sus compañeros de la Facultad de Derecho.
Con el correr de los días toda la barranca de la costa rosarina comenzó a desmoronarse.
Al principio se pensaba que era producto de la pronunciada bajante del río. Pero no era ese el motivo.
En el movimiento incesantemente voraz, frenético y tumultuoso de los roedores a través de los túneles estaba la explicación.
Fue tal el efecto durante la cuarentena, tal la vibración, que la ciudad giró sobre su propio eje.
Una vecina lo visualizó desde su balcón de Puerto Norte una mañana que no vio más el río, y en su lugar contempló la avenida Circunvalación.
El barrio Sarmiento se mudó a Tablada y viceversa y en el lugar del estadio José Martín Olaeta se erigió el Gabino Sosa, la casa del Trinche Carlovich.
La bajada de la avenida Puccio comenzó a culminar en las Cascadas del Saladillo.
El Monumento a la Bandera quedó ubicado en medio de las Cuatro Plazas, en el corazón del barrio Belgrano, en una pandémica coincidencia.
Es por todas estas cosas que se habla del extrañísimo caso rosarino, esa ciudad revolucionaria revolucionada que se ubica en el centro de la pampa gringa aunque esto último puede cambiar.