Contar la vida de un artista tan complejo, autor de una obra que atraviesa la cultura popular de los últimos cincuenta años y cuya trascendencia crece con el paso del tiempo, no es una tarea sencilla. Ya desde las primeras páginas de Ruido de magia, Marchi da cuenta de la dificultad que encierra la figura elusiva de Spinetta: "Lo han hecho político cuando nunca lo fue, lo han hecho hablar de cosas de las que nunca habló, lo han interpretado en modos que su autor nunca quiso. Lo han hecho un tipo volado, cuando fue uno de los que más tuvo los pies en la tierra. Se lo ha catalogado como un amante de la exquisitez y el elitismo, cuando siempre fustigó el fanatismo en torno a su obra e intentó acercarse al alma popular (…) lo único verdaderamente cierto es que ha seguido su inspiración sin especulaciones ni concesiones".
Marchi contó con el apoyo de la familia Spinetta, que le facilitó el acceso a material desconocido, como la carta que el músico envió a Sadaic luego de que la entidad reprobara su examen de ingreso. El consentimiento se materializó también en valiosas entrevistas con su núcleo íntimo, por lo que Ruido de magia permite un acercamiento al perfil más terrenal de un creador genial que, desde el momento en que se colgó una guitarra, concibió su arte como un espacio blindado y autónomo.
Una de las razones por las que se lo suele definir como un artista "hermético" —generalización que ni siquiera comienza a describir la heterogeneidad de su obra— es que Spinetta utilizó el lenguaje para representar un mundo creativo en el que las palabras funcionan como vehículos de ecos imprevistos, ajenos a la unicidad de su significado. Sí, en muchas de sus canciones —La bengala perdida o Agua de la miseria, por nombrar dos— reflexiona de manera directa sobre la realidad social. Pero, como escribió Juan Carlos Kreimer en su inoxidable Agarrate!!!, Spinetta era “un temperamental navegante de lo fantástico”.
Ruido de magia es un viaje de casi setecientas páginas y más de medio siglo, que aborda los primeros acercamientos de Spinetta a la música, su experiencia con las drogas, el revelador viaje a Francia a principios de los años setenta, el trato con sus colegas y su siempre conflictiva relación con la industria discográfica. Con oficio y pericia, Marchi, que en la entrevista que sigue detalla los pormenores de su investigación, entreteje la vida personal de Spinetta con su intimidad creativa.
—¿Cuánto tiempo te llevó la investigación? Te pregunto esto porque al tratarse de la biografía de un artista tan prolífico y que lideró cientos de proyectos, la cantidad de entrevistas debe haber sido monstruosa. Ni hablar del trabajo de peinar el archivo de entrevistas y publicaciones.
—El libro insumió casi cuatro años. La biografía de Spinetta, la personal y la artística también, tiene muchos recovecos, y revisarlos todos se hizo complejo. Mi ventaja es que conocía muy bien el terreno de antemano. Entonces el libro se hizo sobre la premisa de averiguar lo que no sabía, y esa es un poco la gracia de todo libro para aquel que lo escribe. Los descubrimientos, las iluminaciones, el conseguir las figuritas difíciles, ya sean testimonios o fechas, y todo eso fue durísimo pero a la vez es lo que me gusta: la investigación. Lo que busqué también es material original y propio. Entonces usé algunas entrevistas que tuve con Luis, inéditas o poco conocidas. Pero lo que fue surgiendo de las entrevistas me iba modificando el paisaje y dando nuevas cosas que investigar. Arranqué con Patricia Zalazar, la esposa de Luis, con quien nunca había hablado, y que es una persona maravillosa. Conocerla es ya un highlight de la vida, pero contra lo que yo suponía no paramos de reírnos. Y entre risa y risa hablábamos de él. Fueron muchas tardes muy lindas y divertidas. Y luego, Ana María, la hermana. Lo mismo, pero con mayor emoción, y así también pasó con Gustavo, su hermano menor. Esas tres charlas me dieron un campo muy panorámico y definen las tranqueras emocionales del libro. Catarina, la hija de Luis, fue la socia ideal del proyecto, y a la vez las charlas con ella, y otras con Nahuel, su pareja, me daban otra perspectiva. Con esas cinco personas ya tenía para divertirme un buen rato. Sin dejar de lado a todos los músicos, amigos y personajes circunstanciales de la acción. Fue muy intenso, pero valió la pena tanto trabajo.
—Cuando encaraste el desafío de contar la vida de Spinetta, ya tenías la experiencia de haber escrito las biografías de Charly y Pappo.
—Sí, pero cada libro tiene vida propia, y el de Spinetta, más que el resto. Entonces la organización te la va dando el propio libro, pero tampoco es un misterio: mucho laburo. Y mucha responsabilidad histórica. Porque Luis tiene como algo del orden de lo sagrado para los rockeros, y necesitaba estar a la altura. No fue fácil, pero creo que salió bien.
—Vos lo conocías bien a Spinetta. Mientras llevabas adelante la investigación para “Ruido de magia”, ¿apareció algo que te sorprendiera, un perfil desconocido del Flaco?
—Confirmaba cosas que ya sabía, pero en las charlas siempre aparece algo distinto. Al tipo celoso no lo conocía. Había que ver si la integridad inmaculada de Spinetta resistía la “prueba de la blancura”, y la pasó con creces. La inseguridad de Luis podía suponerla, porque es inherente a todo gran artista, pero verla en contexto no dejaba de sorprenderme. Y ver cómo llevaba algunas cuestiones más allá de lo prudente, incluso para sí mismo. Saber que le faltó el hambre y se cagó de hambre, aun siendo ya un artista consagradísimo, y ver cómo resolvió ese tema sin agachadas. Todo eso no dejaba de sorprenderme. El cariño infinito a los amigos. La sensibilidad tan extrema.
—Un momento decisivo en la carrera de Spinetta es cuando, tras la separación de Invisible, decide poner su apellido al frente de sus proyectos. ¿Por qué creés que tomó ese camino, dejar de armar grupos para liderar proyectos? ¿Se cansó de compartir la toma de decisiones?
—Me parece que es algo natural: llega un momento en que un artista de tanta dimensión no entra en una banda. A Charly le pasó lo mismo, a Cerati también. A veces tenía que hacerlo contra su voluntad, en discos como Spinettalandia y sus amigos (1971) o Kamikaze (1982), y hubo otra ocasión donde resignó su nombre: Artaud (1973), que fue un disco de Pescado Rabioso y que le puso así para dejar en claro que Pescado era él. Esas cosas fueron sorpresas. Un tipo tan humilde, a veces hasta patológicamente humilde, que de repente ponía el freno y el ego arriba de la mesa.
—Una conclusión que deja tu libro, relacionada con la pregunta anterior, es que Spinetta era muy celoso con los músicos, y que una vez que terminaba el proceso de grabar y presentar el nuevo material, arrancaba para otro lado. ¿Cómo eran sus procesos creativos?
—Luis era un desaforado de la creación. No paraba de crear. Siempre estaba dos pasos adelante de lo que hacía. Tanto futuro a veces le impedía disfrutar el presente. Sus procesos creativos se iban incubando, y cuando llegaba el momento de concretarlos a veces ya eran viejos para él. Si no fuera por Alberto Ohanian, su mánager, que le rompió las guindas, no teníamos Kamikaze porque su cabeza ya estaba en Mondo di Cromo (1983) y lo nuevo de Jade.
—¿Cómo describirías la relación de Spinetta con García y con Pappo? Te lo pregunto porque escribiste las biografías de los tres y los conociste en profundidad.
—Spinetta y Charly no podían ser amigos; Spinetta y Pappo fueron amigos. Eso marca algo de sus relaciones. Con Charly había una cosa de admiración y respeto por parte de ambos que impedía un encuentro real, como Luis sí tuvo con Fito, que era un atrevido y, pese a la veneración, lo trató a Luis de igual a igual, y la cosa fluyó. Spinetta admiraba a Pappo, pero también eran compinches. Luego hubo un episodio con una guitarra y Luis se ofendió. Pero Luis fue el guitarrista que fue porque vio cómo tocaba Pappo y eso lo inspiró a hacer solos, y creó una personalidad extraordinaria. Quizás Pappo haya sido mejor violero, pero la onda y la imaginación que tenían los solos de Luis eran inigualables.
—Resulta increíble que un artista como Spinetta haya sufrido la indiferencia y el destrato de las compañías discográficas. Tu libro detalla el estado de fragilidad e incertidumbre que vivió a lo largo de su carrera. ¿Cómo llevaba él este tema?
—Lo llevaba como podía. Creo que le daba un poco de tristeza, pero también era consciente de la elección de vida que había hecho. Pero eso habla más del público en general que de él. Y también de la miopía de las discográficas, que siguen sin haber aprendido. El proceso de concentración de las discográficas hace que todo sea más chato. Spinetta nunca fue un gran vendedor, pero es un artista de catálogo que te vende siempre, capaz que sin explotar, pero por goteo constante. Sony lo comprobó: Artaud es el vinilo, de todo este reverdecer del género, más vendido de la historia. Y la degradación económica y social que atraviesa permanentemente este país desde hace cincuenta años también ha sido un factor. Pero Luis era un guerrero y tenía claro que, lo cito, “este es un país de dificultades”.
Pescado 2 se publicó en marzo de 1973, y no pasó desapercibido aun con el ruido político que lógicamente ocasionaban las elecciones que consagraron a Héctor J. Cámpora como presidente de la Nación en nombre del peronismo. En la tapa figuraba la fantástica anguila dibujada por Luis Alberto con su silueta delineando el número 2. Era una anguila con ojos saltones, dientes de humano y expresión alucinada, rematada con una cola de la que se desprendían notas musicales. Para cuando el disco tocó las bateas, Pescado Rabioso ya estaba separado.
¿Qué lo abatió? Enfermedades múltiples, malentendidos y mala praxis para resolver los conflictos. En ese momento, su mánager Oscar López estaba internado; corriendo una picada, chocó con un auto y se fracturó una pierna, pero él ya se había fracturado con el grupo un poco antes. Su planteo consistía en que Pescado Rabioso debía aprovechar sus posibilidades al máximo, y eso era explotar a David Lebón como guitarrista y cantante y que Luis Alberto pasara a tocar el bajo.
“La idea no era tan así —corrige López—, sino que hubiera una rotación de instrumentos. Lo había charlado con David y era casi una promesa para Cutaia, incluso ya se pensaba en material para Pescado 3. De ninguna manera pensamos en que Pescado se convirtiera en una banda de blues”.
“Queríamos hacer una música más blusera –concede Cutaia–, que David participara más, que se integrara al grupo como compositor. Porque Luis ya venía con un mambo de una complejidad tremenda y creo que llegó un momento en que no queríamos abordar esa complejidad con él”.
“El tema de la guitarra fue una de las razones de la separación de Pescado —confirma David—. Además cayó Liliana a mi vida, y fue como la Yoko de esta historia. Lo de formar una banda de blues no es real”.
Hubo un amotinamiento decisivo que la mayoría de los que lo recuerdan sitúan en la Sala Planeta de la calle Suipacha, lugar donde Pescado Rabioso no llegó a tocar. Luis ya tenía en la cabeza una música mucho más desarrollada que la eventual complejidad de algunos temas de Pescado 2 podía sugerir, pero se dio cuenta de que no había mucha voluntad de acompañarlo en esa idea. Liliana Lagardé quedó embarazada y eso implicaba un cambio de vida para David, que fue el primero en alejarse. Carlos Cutaia lo siguió. Entre la espada y la pared, Luis le preguntó a Black Amaya si también se iba a ir. Ante la afirmativa, Spinetta le dijo que nunca más iba a tocar con él. No fue Luis quien desmontó a Pescado Rabioso: los demás se bajaron y se quedó solo.
El último show de Pescado Rabioso fue en el club Unidos de Pompeya. La mala onda entre ellos era notable, acrecentada porque las condiciones del lugar no eran las mejores. Cuando tocan Serpiente (viaja por la sal), después de un solo, Luis se prepara para volver a cantar y se queda paralizado al divisar una araña posada en su micrófono. Una serpiente y una araña no son una buena combinación. El tema concluyó sin sus últimas estrofas, con el órgano de Cutaia generando un extraño sonido al rebotar contra el techo de chapa del lugar. “Luis es un tipo dinámico —concluye Cutaia—, sus cambios se producían segundo a segundo todo el tiempo. No se iba a quedar petrificado en un estilo. Parte de la separación de Pescado Rabioso tiene que ver con que nosotros queríamos… No sé si petrificarnos, pero no saltar tanto a otro lado. Luis tenía que seguir su camino. Pescado Rabioso murió por causas naturales”.
La relación entre Luis y David pasó del calor al frío. “No quedamos peleados después de Pescado —dice Lebón—, pero no nos veíamos porque estaba Liliana en casa y él sintió que yo lo eché para que ella viva conmigo. Y fue un poco así, me quedé con ella y eso fue duro. Lo comprendí después. Uno no es grande por la edad sino por la sabiduría, y él tenía mucha más que yo. Yo quería aprender. Nunca lo hablamos”. David no lo habló pero lo cantó y ese sentimiento de cariño y amistad quedó plasmado en un tema de su primer álbum como solista: el estrellado David Lebón, que terminaba su cara A con una carta abierta: Tema para Luis. “Ahora sé muy bien/ que la soledad es un amigo que no está/ me lo hiciste sentir”, dice en la emotiva letra donde reconoce el dolor de la ruptura, no de Pescado Rabioso, sino del vínculo con su amigo.
“Por esa situación yo compuse la canción —cierra David— y también por otros músicos que decían boludeces. Lo hice al toque, después de Pescado, porque hubo demasiados rumores y chismes de músicos amigos nuestros. Yo no jodía a nadie, a mí no me gustaba ese chusmerío: yo quería tocar y no molestar. Vernos, comer, hablar, comer, hacer cosas. Fue mi manera de hacérselo saber a Luis”.
Cuando Patricia Zalazar conoció a Luis, él estaba en un escenario estallando de energía con Pescado Rabioso. No pasó mucho desde aquel primer contacto hasta el segundo que ya sí sería una cita con todas las de la ley. Patricia estaba de novia pero es evidente que el bichito le había picado porque, a diferencia de la primera vez, cuando su amigo Willy le contó que Pescado Rabioso iba a tocar en el Colegio Wolfsohn de Belgrano, aceptó ir de inmediato. De tanta gente que había la policía cortó el tránsito, pero eso no evitó el delirio de las chicas que pugnaron por arrancarle algunos pelos a Luis, que pese a todo los vio y fue a saludar.