Lo primero que me atrapa de este último libro de Alejandro Pidello es su tapa gris plomo, con grandes caracteres de un verde casi flúor que, “per se”, podría ser lo que en el mundo de las artes plásticas llamamos un “poema visual”.
Por Rubén Echagüe
Pidello, un embanderado del juego como productor de sentido en la literatura.
Guillaume Apollinaire.
Lo primero que me atrapa de este último libro de Alejandro Pidello es su tapa gris plomo, con grandes caracteres de un verde casi flúor que, “per se”, podría ser lo que en el mundo de las artes plásticas llamamos un “poema visual”.
A renglón seguido me intriga el significado de ese enigmático “à dem” que, recién en el interior del libro el autor aclara que es la abreviatura de “à demain”, o sea “hasta mañana” en francés…
Pero a este sofisticado hermetismo estético lo corroboro cuando empiezo a leer sus poemas, porque aun antes de devenir poemas-guiones o cine-poemas, apelan a muchos de aquellos recursos sensorialmente expansivos que adoptó la poesía en los albores del pasado siglo XX, ya hablemos de los poemas fónicos que los dadaístas recitaban en el célebre cabaret Voltaire de Zúrich, o de los no menos célebres caligramas de Guillaume Apollinaire.
Cuando Pidello arma un verso enhebrando los vocablos “chicles, chinche y chagas y chucherías de China”, es más que notorio su propósito de concatenar palabras cuya afinidad reside fundamentalmente en su impacto sonoro y por qué no visual, y cuando por tres veces se formula la dramática pregunta de si “desapareció París?” y las tres preguntas son tres versos que se despeñan en tres escalones consecutivos y descendentes, esa disposición tipográfica escalonada que visualmente denota y representa una caída, es heredera a todas luces del concepto de equivalencia visual que constituye la esencia y la razón de ser del caligrama.
En síntesis, que en estos poemas, que también abundan en alusiones elípticas cuya llave interpretativa solo está en manos del poeta, ya se vislumbra, en ciernes, la intención de Pidello de sumar y amalgamar como si se tratara de una aleación química otras estrategias expresivas, que no son solo las estrategias que ordinariamente emplea la escritura, por más que se trate de escritura poética.
Y así, a través de esta pluralidad de sensaciones y de emociones combinadas y entrelazadas, análogas y contrapuestas, llegamos por fin al desiderátum del poemario en cuestión que, como ya se adelantara, es asociar palabra e imagen, a través de poemas-guiones y de cine-poemas…
En uno de sus Caligramas más bellos, Guillaume Apollinaire dice “oír”, en los lánguidos tonos de una fotografía y es así como se titula precisamente el poema: Fotografía, una melopea…
Pero si el gran poeta francés, inventor del término “surrealismo”, declara con palabras oír en los tonos lánguidos de una fotografía el rítmico resonar de una melopea, Alejandro Pidello objetivará esa imagen todavía abstracta, y hará visible y audible “literalmente” su escritura, primero en forma de poemas-guiones, y luego, cuando esos mismos guiones adquieran entidad cinematográfica, como cine-poemas.
Y es aquí cuando la experiencia estética adquiere todo su dinamismo, toda su intensidad y toda su eficacia evocativa, porque el autor podríamos decir que “agota” los ardides del lenguaje cinematográfico, para capturar así la atención y calar hondo en la sensibilidad del que, de ahora en más, oficiará a la vez de lector, oyente y espectador.
La elocuencia del silencio se interrumpe con pasajes musicales que afloran abruptamente y se extinguen con igual celeridad, las imágenes en blanco y negro confrontan con otras de extrema saturación cromática o se esfuman para dar paso a textos que se deslizan, morosamente, a través de la pantalla vacía, lo móvil y lo estático se alternan según algún código secreto que sería impropio e impertinente pretender racionalizar, pero el mensaje encriptado de esta apasionante Babel capaz de dar cabida a Alain Resnais y a los curas goliardos del Medioevo, a la música de Jan Sibelius y a los trilobites fosilizados de la Era Paleozoica, no decae en ningún momento y en ningún momento deja de gratificarnos.
Puzzle aparentemente caótico, pero que legisla su propio sentido y su propia inextricable coherencia, suntuoso hostigamiento visual y auditivo que con sus reiteraciones, sus ritmos y sus pausas, pareciera querer dar cabida a todas las manifestaciones de la cultura humana, esta propuesta de Alejandro Pidello tan cosmopolita si nos remitimos a la etimología del término “cosmopolita”, Pidello mismo ha sido un ciudadano del mundo, y apuesta a seguir siéndolo, esta propuesta, digo, es un inteligente tributo a Dadá, al Surrealismo y a una Europa añorada y cristalizada en algunos de sus iconos más representativos, y es también un inagotable calidoscopio cuyo refinado esteticismo nos hechiza sin darnos tregua.
Por Claudio Berón