Ya desde su lejana aparición se ubicó a contramano de las tendencias. Publicado originalmente en pleno auge del neorromanticismo, esta interesante selección de poemas del entrerriano José Ferraté (1900-80) parece responder a experimentaciones formales en torno a cierto modernismo sui generis, acaso una especie de decadentismo tardío. Es decir, una pieza rupturista de una era sedada, donde los modelos instaurados por Vicente Barbieri y J. R. Wilcock (por nombrar a las figuras más representativas de entonces) se escondían en los esquemas de la poesía convencional. Poblados de elefantes sagrados de Siam, fumadores de opio, travesías marítimas, cantos a estatuillas chinas y otros raros objetos y personajes de Oriente y Occidente, los versos de Ferraté, en cambio, transgreden el programa cuarentista. Tejen una ágil forma de ilusionismo. Es una poesía de extraña solidez cuyo tono grave, a espaldas de un mundo inestable, abre un camino propio. En Ferraté todavía es posible versar sin repetir la misma vacua métrica de siempre, e intentar un paso más hacia lo desconocido. Y produce, ante todo, un efecto raro: una poesía que practica una arqueología sobre los restos de la vanguardia. Abre un punto hipnótico donde se consolida un curioso circuito armado de causalidades, de latitudes lejanas y difusas, un cruce entre memoria desdibujada e imaginación enrarecida.
La llamativa (por lo elaborada) adjetivación de Ferraté arrastra su voz fuera del tiempo, es ahistórica. Quiso escribir como si no viviera la época en que estaba atrapado. Y así articula versos en un lenguaje protobarroco que nadie habla, que a nadie se dirige, que no tiene centro y que, acaso, ni revele nada. Pero poco importa, porque es, precisamente, esa posición radicalmente estetizante lo que lo salva. Se instaura una lengua sin destinatario ni destino. Sus formulaciones líricas operan en esa ambigüedad. Jamás sus versos parecen intentar dar con la comprensión demasiado directa y simple, o “solución” de la realidad a la que aluden. Su fuerte está en sus diversos artificios. Un esfuerzo que va más allá de la retórica cuarentista (aquella arquitecturada hacia el clasicismo de resonancias matefísicas de valor simbólico). Así, Ferraté activa diferentes juegos sensoriales, revelando con sus versos un nuevo estado de cosas. Irrumpe la duda, y su manto misterioso de indecisión.
Los pebeteros exóticos fue su único libro publicado. Con él, Ferraté logró su cometido. Hoy el poemario llega hacia nosotros incorrupto, es decir, tan exótico e inexplicable como cuando irrumpió en 1943. Una poética inquietante, poesía entendida como técnica que no apostó a la repetición empecinada de sus contemporáneos. Bastó un libro para revelarnos su poderosa autenticidad. Sus sutiles efectos están al alcance del lector. Un libro-ovni que refuta frontalmente a su tiempo, todo tiempo, y por eso perdura. La presente edición al cuidado de Kika Ferraté cuenta con palabras liminares de los poetas Laura Crespi y Eduardo Ainbinder.
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Fumador de opio, del pintor español Mariano Fortuny (1838-74).
Sueño de opio en el fumadero
Siento ausencias de puertos lejanos, de costas de fuego.
Mis ojos añoran no sé qué distancias de cielos nocturnos.
Ven, y enciende la lámpara de opio y alcánzame luego
la pipa de ensueños para mis dolores de amor taciturnos.
¡Oh! No dejes que nadie perturbe los sueños que el Ídolo Negro
enciende en mi mente cual prisma de vivos colores.
Tú sabes que el alma fumando, fumando, trastoca en alegro
la pena infinita que en ella pusieron fugaces amores.
Así, suavemente, fumando, fumando me iré de la vida
en esos navíos azules del humo que parten sin ruido
del borde quemado que tiene tu pipa pequeña y querida.
Ven y enciende la lámpara de opio que a soñar convida…
En el humo del opio se encuentra el placer y el olvido
Porque en él, poco a poco, fumando, fumando se nos va la vida…