Conocido por cercar y retroalimentar a la "generación beat", William S. Burroughs (St. Louis, Estados Unidos, 1914—Kansas City, 1994) es una de las figuras centrales de la literatura y la contracultura del siglo veinte.
Por Juan Arabia
Conocido por cercar y retroalimentar a la "generación beat", William S. Burroughs (St. Louis, Estados Unidos, 1914—Kansas City, 1994) es una de las figuras centrales de la literatura y la contracultura del siglo veinte.
Aunque no sólo por haber experimentado y renovado, específicamente, las formas literarias y narrativas. Es posible que, y de no ser por sus trabajos, Gilles Deleuze no hubiera dado con tanta precisión (y por tanto invención imaginativa) la descripción de los mecanismos de control de la sociedad contemporánea, esbozados en su ensayo Posdata sobre las sociedades de control. "Control" ―como describe Deleuze― era el nombre que Burroughs proponía para designar al nuevo monstruo, y que Foucault reconocía como nuestro futuro próximo.
De la misma forma, la "generación beat" hubiera perdido a uno de sus grandes personajes de la emblemática novela En el camino de Jack Kerouac; o bien —y muy posiblemente— no hubiéramos conocido a autores que formaron parte del mismo movimiento, como Herbert Huncke o Brion Gysin.
Tanto la vida como la obra de Burroughs reflejan una actitud oposicional y permanente contra la sociedad estadounidense. Bisexual, drogadicto, amigo de Kerouac y de Allen Ginsberg, escapó varias veces de la Justicia norteamericana a México (en búsqueda, además, de benzedrina), donde bajo los efectos de la droga y el alcohol acabó "accidentalmente" con la vida de su mujer. Luego viajó a América del Sur en busca de ayahuasca, y más tarde a Tánger, donde conseguía más rápido y de forma más económica las drogas que necesitaba.
Si bien la mayoría de sus trabajos fueron publicados por el sello de Anagrama en nuestro idioma, en Argentina la editorial El Cuenco de Plata ya publicó de Burroughs La tarea. Conversaciones con Daniel Odier (2014), y recientemente dio a conocer una de las novelas más audaces y experimentales del autor, Los chicos salvajes (The Wild Boys, 1970), en traducción de Márgara Averbach.
De la misma forma que el Ulises de Joyce, Los chicos salvajes es una obra que se escapa de la retórica y de las representaciones convencionales. El mecanismo de denuncia, además de lo ideológico, requiere de nuevas formas de representación: las invenciones de lo desconocido demandan nuevas formas.
Los chicos salvajes, ante todo, distorsiona la esterilidad retórica, temática y enunciativa de cualquier obra de ficción estadounidense. Fragmenta su prosa en capítulos, apartados, voces (muchas veces del habla popular y de las conversaciones cotidianas), escenas, bloques y recuerdos repetitivos, violentando cualquier forma de uso instrumental o arbitrario del lenguaje. Todo esto, y de la misma forma que Joyce, rodeado de diamantes y descubrimientos poéticos: "Cuando el clima de otoño convierte las hojas en llamas", "Audery era un chico delgado y pálido con el rostro marcado por heridas espirituales infectadas".
Para Burroughs, el propio texto nunca es inocente, y por tanto nunca hay que buscar una relación amistosa entre el autor y el lector. El autor creía que después de años de repetición, las palabras perdían la vida y el significado. Hojas secas de un otoño en St. Louis, ciudad en la que nació.
Lenguaje, virus, control
La narrativa de Burroughs es completamente experiencial, ligada específicamente a sus vivencias con las drogas y los viajes. Esto lo vemos en esta nueva entrega, Los chicos salvajes, pero además en otras de sus obras como Junkie (1953), El almuerzo desnudo (1959) y La máquina blanda (1961). Sus trabajos narrativos tienen una naturaleza política que va más allá de la mera sátira o parodia. El autor no se contenta con burlarse o mostrar el absurdo del mundo en nombre de la inteligencia o el arte. Burroughs quiere denunciar el mecanismo mismo que crea el mal, el virus, profundamente arraigado en la naturaleza y el deseo humanos y que se revela en el lenguaje, la máquina controladora ("palabra-virus") que produce la identificación del deseo a través de la fijación lingüística. Porque el discurso literario y las palabras, para el autor, son enemigos biológicos del hombre, fundamentalmente porque son elementos de representación de los seres humanos y de su lugar en la historia. Después de sus primeros trabajos, en El almuerzo desnudo comienza, al igual que Kerouac y Ginsberg, a experimentar para destruir las formas clásicas. Técnicas como el cut-up, consistente en recortes y collage narrativo, parecen de esta forma revolver al lenguaje para lograr evidenciar, en la mezcla, su contenido parásito o viral.
Es un trabajo en el que se anticipa, como dijimos, lo tardíamente desarrollado por Deleuze. Comparte con este último no sólo el estudio y el interés de las sociedades disciplinarias y de control: comparte áreas de estudio de la biopolítica (poder sobre la vida), arraigado no sólo en campos disciplinarios como la educación y el trabajo, sino específicamente en el área de la salud y la psiquiatría. "Reunión del Congreso Internacional de Psiquiatría Tecnológica", incluido en El almuerzo desnudo, es un claro ejemplo de los mecanismos de implante tecnológico, donde el biopoder controla y explota específicas técnicas para someter a los cuerpos y controlar a la población.
Algo parecido ocurre en el apartado "Viejo Sangre sonríe" de Los chicos salvajes, donde describe los ritos de los pacientes de la Monja Verde (personaje ficcional de la historia): "La Monja Verde escuchaba las confesiones diarias con un detector de mentiras que también podía dar un golpe muy desagradable de electricidad en los lugares desagradables (…). Uno aprende a no tener un pensamiento que dé vergüenza contar a la Monja Verde y a no hacer nunca nada que dé vergüenza frente a ella (…). A los pacientes que se convierten se les permite un cuarto de gramo de morfina todas las noches antes de que se apaguen las luces, privilegio que se retira a todos los pecadores". En otro capítulo de Los chicos salvajes, titulado "Y entierra el pan bien hondo de un chiquero", Burroughs describe un específico JUEGO DE CONTROL: "Filmamos a un grupo de chicos de pelo largo que se cogen unos a otros mientras fuman porros, escupen cocaína en la Biblia y se secan el culo con la gloriosa bandera. Mostramos esa película a ciudadanos decentes, que van a la iglesia, ciudadanos del Bible Belt que hacen todo como debe hacerse. Filmamos las reacciones (…). Cuando mostramos la película a un senador gordo del Sur se le salieron los ojos de las órbitas y regaron de fluidos a nuestros fotógrafos".
Los chicos salvajes