Tenía toda la esencia argentina
Por Eduardo Valverde
Tenía toda la esencia argentina
alborotando sin cesar las hebras
de su generosa melena.
Y exhibía con contundencia,
como un inefable estandarte,
la rugosa lucha de clases
de estos pagos ásperos,
tan distanciados de la magia
y del oficio de Dios.
Recuerdo que yo transitaba
el impío desierto de la izquierda,
apenas con un mendrugo en el alma,
mi ADN orgullosamente luxemburguista
y un exiguo equipaje en la alforja,
en el que apenas relumbraban
el brillo porfiado de la Comuna de París
y la Barcelona roja del 36.
Entonces, el hombre que sabía
me dio refugio,
entre tibias sábanas,
en el camastro
de nuestra colectiva memoria,
y junto a otros gladiadores
de la revista Unidos
me enseñó el dialecto
de la felicidad popular.
Y al fin pude olvidar
para siempre jamás
aquello de que “si no puedo tenerlo todo,
entonces no quiero nada”,
ese cepo impiadoso
que campea en los arrabales
de la izquierda nuestra,
que impide compartir
la exacta bitácora del pueblo.
El hombre que sabía
hoy brilla más que nunca,
ahora que está discutiendo
con la muerte,
con esa su querida voz vacilante
y tan cargada de dulzura,
exigiéndole que exhiba
el gastado y oscuro argumento,
ese mapa desflecado,
y la desafía
con el fulgor de sus venas,
donde siempre entreveradas
anduvieron las hebras del amor
y la luz con su cántaro,
distribuyendo lo justo
entre los hombres.