Cada Mundial ganado fue una alegría inmensa para el pueblo (sin dudas es el deporte más popular), y cada uno con su particularidad. El del 78, con Menotti, Kempes y compañía tuvo el sabor del debut, fue el primer título. El del 86, por quien nadie daba 2 pesos y terminó coronándose con un buen estratega como Bilardo y un Maradona descomunal. Si bien hubo grandes jugadores como Burruchaga, Valdano, el Tata Brown, nadie discute cuando se dice que fueron Maradona y 10 más (con el perdón de Pasculli). Pero este de Qatar, con un Scaloni en quien muy pocos confiaban, con un Messi cansado de ver frustradas sus ilusiones cada 4 años y llegando a los 35 y un montón de interrogantes, con el agravante de haber comenzado con el pie izquierdo cayendo ante la ganable Arabia Saudita. Todo ello puso a la selección ante la obligación de ganar, si o si, todos los partidos de México, pasando por Polonia y todo lo que fuera viniendo hasta la final. Y lo lograron. Fueron justos vencedores en todas esas 6 finales, incluyendo las de Países Bajos y Francia que no debió haber llegado a los penales porque fueron rivales superados claramente en los 90’. Pero el fútbol es eso, vértigo, imprevisibilidad hasta el final, y eso es lo que lo hace inigualable. Como lo fue la final ante Francia, de la que unánimemente se dice que fue la más emotiva y electrizante de toda la historia. Pero este de Qatar nos dejó la inmensa satisfacción de haber proclamado como “mejores del mundo” cada uno en su puesto a Scaloni, a Messi y al Dibu Martínez (párrafo aparte para éste, pues su grandeza nos hizo llorar a todos al dedicar las más bellas palabras que los padres quisiéramos escuchar antes de que llegue el momento de entregar la posta. Como argentino siento orgullo y una satisfacción inigualable por esos 26 leones conducidos con mano maestra por Scaloni que nos representaron como nunca nadie antes.