En un editorial de octubre de 1906, Ernesto J. Ortiz, quien firmaba con el pseudónimo de Lorenzo Mario, escribía en La Protesta que Rosario había sido, en su corta historia, una Chicago, una Barcelona, una Varsovia y un Montjuic, aludiendo al proceso de creciente combatividad obrera y represión policial que se estaba viviendo por entonces. El juego de nombres, cual mascarada carnavalesca, permite visualizar el tránsito vivido por una ciudad que detrás de aquellos nombres comenzó a forjarse su propia identidad y singularidad. De esta forma, el tránsito desde la ciudad pujante del progreso —Chicago— a una marcada por un mundo obrero anarquista —Barcelona— daba paso luego a una signada por la represión “cosaca” como en la Varsovia zarista, pero sobre todo a la del Castillo de Montjuic, espacio de torturas inquisitoriales, el cual estaría representado por las jefaturas de policía. Sin dejar de ser una licencia poética del redactor, éste puso en evidencia el violento y rápido proceso de cambio vivido por Rosario y cuál era el precio que la clase trabajadora pagaba por ello.
La ciudad de Rosario no fue siempre como la conocemos. Apenas una villa —aunque ilustre—, comenzó un acelerado proceso de crecimiento en la segunda mitad del siglo XIX que la llevó a estar entre las de mayor y más veloz desarrollo de todo el país, e inclusive a nivel continental. Esto no significaba solamente que su población aumentase de forma sostenida, sino que esa población debía ocuparse en los diferentes espacios de trabajo que un creciente mercado laboral posibilitaba. Sin embargo, las experiencias de trabajo fueron muy desiguales. Mientras algunas familias criollas y otras tantas ultramarinas lograron mejorar sus condiciones de vida al calor de las nuevas posibilidades que brindaba el desarrollo tecnológico de aquel capitalismo en ascenso, para muchas otras el “progreso” era un principio de esperanza que rara vez se materializaba.
Extenuantes e interminables jornadas que sobrepasaban normalmente las 10 a 12 horas diarias, en malas condiciones de higiene y seguridad, donde la paga apenas superaba los costos de la subsistencia, hacían que la vida fuese singularmente dura y el trabajo alienante. Así fue como con el paso de las décadas muchos trabajadores y trabajadoras comenzaron a reclamar mejores condiciones, donde resultaba inclusive más apremiante lograr la jornada de ocho horas que el aumento salarial. Hacía tiempo que en varios países el reclamo por acortar el jornal a una tercera parte del día se había establecido como reclamo colectivo, buscando así tener un reparto equitativo entre las horas de trabajo, de descanso y de recreación-instrucción familiar.
Naturalmente, reclamos de este tenor suponían que los trabajadores debían organizarse y ponerse de acuerdo. toda vez que las peticiones individuales eran poco eficaces, muy riesgosas y podían suponer despidos. De esta forma, los trabajadores de diferentes gremios, como zapateros, panaderos, sastres y ferroviarios entre otros tantos, comenzaron a formar sus propias agrupaciones hacia finales de aquel siglo. Agrupamientos de trabajadores ya existían hacía décadas, como eran las sociedades mutuales —conocidas como “socorro mutuo”—, pero en torno a 1890 comenzaron a cobrar mayor preponderancia aquellas donde los trabajadores ya no se identificaban solamente por su país de origen o idioma, sino por el oficio y trabajo que realizaban. De esta manera comenzaron a surgir sociedades de resistencia y sindicatos que buscaban defender los intereses de sus miembros en términos estrictamente laborales. Así, el reclamo por el acortamiento de la jornada de trabajo, mejores salarios, higiene en los espacios laborales y mayor seguridad se encauzaron a través de estas instituciones, las cuales por mucho tiempo no contaron con el reconocimiento estatal.
Ahora bien, cuando señalamos el año 1890 no fue de forma cosmética, sino por una razón concreta. Ese año se llevó a cabo en las principales ciudades de Argentina, entre ellas Rosario, el primer acto del 1º de Mayo. Esta fecha había sido establecida, un año antes, como el Día Internacional de los Trabajadores por los proletarios europeos reunidos en París, en la cual se llevarían a cabo manifestaciones obreras para reclamar a sus respectivos países las mejoras señaladas en torno al trabajo. Aquel 1º de mayo de 1890 supuso, según Ricardo Falcón, el acta de nacimiento del movimiento obrero en Rosario. Claro está, como señalamos líneas arriba, que ya había trabajadores e instituciones obreras, pero lo que nacía era la organización en procura de mejorar las condiciones de existencia de las familias trabajadoras. Pero también de la mano de aquel proceso aparecían la necesidad y mandato ya no sólo de mejorar la vida cotidiana en los talleres, comercios, espacios rurales y demás lugares de trabajo, sino también de cambiar al mundo de raíz. Aquella acta de nacimiento del movimiento obrero traía consigo la aparición de corrientes ideológicas que proponían un proyecto de futuro diferente, anticapitalista, utopía movilizada fundamentalmente por los socialistas y anarquistas. Esa década final del siglo XIX encontró a Rosario entre las principales ciudades donde la clase trabajadora organizada se transformó en una de las más combativas y expansivas del país, donde aparecieron multiplicidad de periódicos, sindicatos y bibliotecas destinadas a las familias proletarias, constituyendo una rica y duradera cultura obrera.
SUPLEMENTO ANIVERSARIO DIARIO LA CAPITAL 300 ROSARIO P41 periodico la protesta 001
Periódico La Protesta
Para cuando el siglo XX alumbraba, Rosario ya era por derecho propio la segunda ciudad más importante de la Argentina en prácticamente cualquier indicador que se tomara como referencia, sólo superada por la Capital Federal del país, Buenos Aires. Pero en materia de organización obrera no tenía nada que envidiarle: la ciudad contaba con una cultura proletaria en crecimiento donde el anarquismo se había transformado, en la principal corriente ideológica entre los trabajadores. Claro que no estaban solos: muchos seguían los preceptos del Partido Socialista fundado en 1896, otros lo hacían con los Círculos de Obreros Católicos que desde 1895 comenzaron a expandirse en la ciudad, mientras otros tantos simplemente estaban ajenos a todas estas propuestas ideológicas e institucionales. Empero, los libertarios lograron una posición abrumadora sobre el resto de los marcos ideológicos y de representación, a punto tal que la ciudad fue apodada por entonces como la Barcelona Argentina, en alusión a la ciudad catalana, centro del anarquismo mundial en el cambio de siglo.
Este anarquismo se desarrollaba por dos caminos paralelos. Por un lado el cultural, dado que se buscaba instruir a los trabajadores, sobre todo en tiempos en que el analfabetismo era muy elevado, construyendo para ello espacios de sociabilidad como la Casa del Pueblo, pero también escuelas racionalistas y bibliotecas. Se perseguía de esta forma el objetivo de instruir y formar al trabajador de la sociedad futura, cuando el capitalismo explotador hubiese sido superado, tarea para la cual los obreros debían no sólo ser conscientes de la explotación en que vivían, sino pelear por superarla. Para ello estaba el otro camino paralelo, la organización sindical, desde donde se instaba a reclamar y luchar contra las patronales y las autoridades.
Hacia 1902 se creó en la ciudad la Federación Obrera Local, conocida como FOL por sus siglas. La misma se sumaba como estructura rosarina a la de alcance nacional, con asiento en Buenos Aires, llamada Federación Obrera Argentina, la FOA, nacida un año antes. De esta forma, el siglo comenzaba con una clase trabajadora no sólo creciente en número, sino en organización y combatividad, inaugurando un largo ciclo de luchas que pondrían al movimiento obrero de Rosario en el centro de los conflictos de aquella primera década.
Pero si aquella Argentina era una tierra de progreso y posibilidades, ¿a qué se debía tanto conflicto y la permanente expansión de las agrupaciones obreras? La pregunta se vuelve retórica en la medida en que dejemos de mirar los indicadores macroeconómicos y prestemos atención a las condiciones de vida del común de la gente. Las jornadas de trabajo consumían en promedio la mitad del día de un trabajador, el salario era insuficiente para la reproducción del grupo familiar y, por ende, no permitía una alimentación saludable, variada y suficiente. La vivienda a la que se podía aspirar era el conventillo, espacio colectivo donde se hacinaban numerosas familias en pequeñas e insalubres habitaciones, con aljibes y baños compartidos entre decenas de personas. Lo que sucedía en el plano de la agroexportación en expansión no tenía su correlato en la calidad de vida de las personas, toda vez que el Estado no contemplaba, salvo escasas excepciones, políticas públicas tendientes a mejorar las condiciones de vida. Estimulaba la inmigración, pero no tenía un proyecto definido para administrarla, crecían los bolsones de familias que se apiñaban en las principales ciudades/puertos, empeorando las condiciones de vida, desarrollando frecuentemente epidemias y quedando a merced del desempleo cuando los ritmos del mercado fluctuaban.
A todo este conjunto de problemáticas y efectos no deseados del “progreso” se lo denominaba como “cuestión social”, y allí anidaba en buena medida la razón de aquel crecimiento de la conflictividad, aunque para el Estado se tratase de ideas venidas en los barcos, de una suerte de virus que nada tenía que ver con la realidad del país y que había que conjurar.
Fue así que Rosario conoció entre 1901 y 1907 un intenso ciclo de huelgas que marcó una profunda huella. Aquel ciclo comenzó con la huelga de los trabajadores de la Refinería Argentina de Azúcar, donde fue asesinado un obrero en medio de una reyerta con la policía, que tenía órdenes de reprimir. El asesinato de Cosme Budislavich constituyó, en la memoria obrera de la ciudad y del anarquismo en particular, el primer episodio de martirio del proletariado local.
Al año siguiente una huelga de los obreros portuarios tuvo como consecuencia el decreto del estado de sitio y la sanción de la Ley de Residencia. La misma establecía la expulsión del país de cualquier inmigrante tenido por “peligroso para el orden público”. Aquí se desprenden dos razonamientos posibles: por un lado, que reclamar condiciones dignas de trabajo y vida constituía un peligro para el orden público para algunos sectores, y por el otro, que la expulsión del país abonaba a esta idea de que los problemas venían en los barcos y en ellos debían irse también, negando que la realidad nacional fuese la que generaba la existencia de los conflictos.
La represión se expandió, pero también lo hizo la respuesta obrera. En noviembre de 1904, nuevamente una huelga terminaría con sangre trabajadora sobre los adoquines y macadams de la ciudad. El reclamo de empleados de comercio y panaderos desembocó en una huelga general en la cual una emboscada policial en la plaza Santa Rosa ?actual Sarmiento? terminó con la vida de cuatro trabajadores, entre ellos un menor. La imposibilidad del Estado para leer la situación conllevaba que la respuesta a los reclamos obreros y populares se expresara mayormente a través de la represión, la cual en reiteradas ocasiones suponía la muerte.
SUPLEMENTO ANIVERSARIO DIARIO LA CAPITAL 300P43 Vendedores ambulantes. Colección Pusso. C. 1900. Archivo Escuela Superior de Museología. Para demografia y cuestion social
Vendedores ambulantes. Colección Pusso. C. 1900. Archivo Escuela Superior de Museología.
Un nuevo intento de revolución política de la Unión Cívica Radical en febrero de 1905 tuvo como consecuencia la profundización de la represión y suspensión de los derechos constitucionales, con un nuevo estado de sitio y una singular vigilancia de los espacios sindicales y anarquistas. El clima social se espesaba, las esperanzas de cambios por la vía electoral se demostraban evanescentes, ya que el sufragio era restrictivo —no votaban mujeres ni inmigrantes—y estaba dominado por el fraude, arrojando a los trabajadores al campo de la confrontación como única salida posible. Esta es una de las razones por que las se estima que el anarquismo tuvo tanto predicamento entre los obreros, puesto que sostenía que no había cambios posibles mientras el Estado existiese. La tarea era derribarlo y construir una sociedad libre. En cambio, la propuesta socialista de cambios graduales, legales y por vía legislativa era menos tentadora para una inmensa mayoría de inmigrantes que no podían votar, que no encontraban ninguna motivación en nacionalizarse y cuyos exprimidos bolsillos no admitían la espera de los tiempos legislativos.
El año 1907 constituyó un parteaguas a nivel nacional, pero sobre todo en Rosario. Enero comenzó con una huelga de los transportistas de la ciudad que velozmente se transformó en general con el apoyo de la FOL —por entonces FOLR— y luego en una huelga de alcance nacional que paralizó a buena parte del país. Aquel fue un punto álgido del crecimiento de las organizaciones obreras, pero también lo fue de la respuesta estatal. Además de aquella huelga, tuvo lugar otra en agosto en las cercanías de Bahía Blanca que se volvió también nacional. En Rosario la situación se tornó dramática porque comenzaba una medida de fuerza de inquilinos que se negaban a pagar sus alquileres hasta que los mismos no fueran reducidos, las habitaciones higienizadas y eliminadas las cláusulas usurarias que pedían los dueños para ingresar a ellas.
Aquel año luctuoso vio consolidarse en Rosario a la División de Investigaciones de la policía, que tenía como función investigar y hacer inteligencia de cara a neutralizar a las organizaciones obreras, sobre todo las anarquistas. Su rol fue clave puesto que hacía un seguimiento personal de los trabajadores y principales dirigentes, se infiltraba en las asambleas, interrogaba a los detenidos y extorsionaba a otros a cambio de información para desbaratar intentos de huelga o reuniones. Desde 1908 hasta 1912 el movimiento obrero de Rosario conoció un período de severas dificultades para funcionar: la represión era asfixiante, la persecución permanente y la crisis entre diversos sectores del movimiento obrero, profunda. Así, aquel lustro vio perder cierto brillo al anarquismo, el cual estaba en la agenda represiva del Estado. Para ello había ampliado la ley de 1902 con otra en 1910, a días de la celebración del centenario nacional. Con la llegada del radicalismo a la provincia en 1912 se abrió un singular período para las reivindicaciones obreras. Sin la aplicación de la Ley Sáenz Peña —que tenía alcance nacional, no provincial—, pero con garantías oficiales de garantizar la transparencia de los comicios, en 1912 se terminaba un período de gobiernos conservadores en la provincia y hacía su debut la Unión Cívica Radical como oficialismo. La tendencia más obrerista de políticos rosarinos como Daniel Infante, designado intendente municipal y con un largo pergamino de vínculos con el anarquismo, habilitó un nuevo ciclo de conflictos obreros en los cuales el propio intendente brindó su apoyo, por momentos directo, por momentos tácito. El verano de 1912-1913 registró importantes huelgas en el sector tranviario y municipal, generando un clima de efervescencia entre los obreros, marco en el cual reapareció la federación obrera luego de años de dificultades para funcionar. Sin embargo, el clima menos represivo y condescendiente duraría poco: la tormenta se aproximaba.
La crisis de los Balcanes hizo sentir su oleaje por estas costas. En 1913 comenzaron los signos recesivos en la economía nacional que preanunciaban dificultades, pero que en 1914 se harían evidentes. Estallaba la Gran Guerra en Europa, lo cual suponía la ruptura de las redes comerciales y el inicio de una de las principales crisis de la historia argentina. En Rosario apareció una nueva “cuestión social”, la desocupación. sta solía ser estacional entre cosecha y cosecha, pero por entonces se manifestaba estructural, con miles de personas sin trabajo vagando por las calles. La mendicidad crecía, niños se abalanzaban pidiendo limosnas a los transeúntes. Si el dorado ciclo previo se manifestaba cobrizo para los sectores obreros, este lo acercaba a una situación para muchos similar a la de los países combatientes, pero sin el costado beligerante.
Las burguesías y las autoridades ya estaban acostumbradas a ver al movimiento obrero apropiarse del espacio público, marchando por las calles de la ciudad en actos o primeros de mayo. Pero aquí debieron procesar el espectáculo de miles de desocupados realizando asambleas y reclamando comida y trabajo. Hubo saqueos al Mercado Central y a comercios, los cuales no sólo tenían como fin obtener comida, sino también obligar a las autoridades a tomar cartas en el asunto.
De esta forma, la lógica prescindente del Estado debió dar paso a formas de intervención. Rosario comenzó a tener comedores populares administrados por la Municipalidad: el principal era el que funcionaba en un edificio en el actual predio del Politécnico, en el cual se congregaban de a miles a pedir un plato de comida. Se abrieron ferias francas en diversos puntos de la ciudad. En ellas se vendían carne, pescado, frutas y verduras a precios controlados, fundamentalmente en los principales barrios obreros. Pero también debió el municipio generar empleo, para lo cual lideró un proyecto de arreglo de los adoquinados de la ciudad con mano de obra reclutada diariamente, con una pésima paga que no alcanzaba ni para el “más humilde puchero donde no entra chorizo, gallina, tocino ni garbanzos” según se lamentaba una señora, pero que ayudaba a contener lo más severo de una crisis que se encaramaba conforme la guerra en Europa se extendía en el tiempo.
La llegada del radicalismo al gobierno nacional en 1916 coincidió con el tramo final de la Gran Guerra, por cuanto de forma lenta comenzaban a mejorar algunos indicadores laborales. El movimiento obrero local, que había tenido un breve resurgir antes del estallido de la conflagración europea, había conocido nuevamente profundas dificultades por aquellos años. Organizarse y luchar ante aquella coyuntura de hambre y desesperanza era complicado. Sin embargo, hacia 1917 comenzaron a emerger síntomas de activación del conflicto y avance desde la retaguardia para las organizaciones. Una profunda y duradera huelga de los obreros del ferrocarril inauguraba un ciclo de conflictividad que despabilaba a los trabajadores. Muchos gremios se volvieron a reorganizar, otros se creaban, algunos se unificaban, pero la mayoría formalizaba pliegos de reclamos a sus respectivos patrones y se lanzaba a la lucha para conseguirlo. Hasta la administración provincial vivió momentos de zozobra con una delicada huelga de policías a finales de 1918, producto de los salarios adeudados. Hacia 1919 Rosario conoció un nuevo aumento de la conflictividad obrera, pero mucha agua había corrido debajo del puente.
SUPLEMENTO ANIVERSARIO DIARIO LA CAPITAL 300 ROSARIO P44 REFINERíA ARGENTINA DE AZúCAR, C.1910COLECCIóN POSTALES. MUSEO DE LA CIUDAD. 6485606
REFINERíA ARGENTINA DE AZúCAR, C.1910 COLECCIóN POSTALES. MUSEO DE LA CIUDAD.
El anarquismo ya no era amo y señor de la representación proletaria, ahora le tocaba compartir trono con un socialismo que venía creciendo conforme el sistema electoral se transparentaba, pero también con corrientes sindicalistas que tenían una estrategia más acorde con los tiempos nuevos, dispuesta a luchar cuando fuera necesaria, pero también a negociar cuando esto ahorrara sacrificios. En un contexto represivo, de aumento de la actividad electoral y recesivo en lo económico, la propuesta más confrontativa del anarquismo parecía perder cierta eficacia ante otras estrategias más dialoguistas.
Así, para 1919 el movimiento obrero rosarino se encontraba no sólo atravesado por las corrientes señaladas y por los efectos de una guerra lejana con fuerte impacto local, sino también por los vientos que soplaban desde la antigua Rusia zarista. La revolución bolchevique constituyó un punto nodal de discusión en el cual prácticamente ninguna corriente ideológica salió indemne, apareciendo nuevos partidos y desprendimientos que se alineaban con el gran suceso ruso. Hacia 1917 ya se había consolidado el Comité de Propaganda Gremial, el cual poco después daría lugar al Partido Socialista Internacional, antesala del Partido Comunista. Este sector era un desprendimiento por izquierda del Partido Socialista, pero el anarquismo también vivió aquella cisura. Sectores anarcobolcheviques comenzaron a disputar el peso de la representación obrera después de la Semana Trágica de enero de 1919, huelga semi-insurreccional en Buenos Aires que dejó un número aún incierto de muertos y heridos. Esto abrió paso a un período de gran complejidad política e ideológica fuertemente impactada por la experiencia rusa, la cual obligaba tomar posiciones con respecto a ella.
No sólo se vivió una reactivación obrera impulsada por las esperanzas de cambio que generaba la revolución bolchevique, también la represión recrudeció al calor del “pánico rojo” que dominaba a las autoridades y burguesías. A la represión policial se sumaba la parapolicial liderada por la Liga Patriótica Argentina y la Asociación Nacional del Trabajo, las cuales formaron sus secciones locales en Rosario a mediados de 1919 y que tenían por objetivo combatir las tendencias revolucionarias que, según entendían, vivían en el movimiento obrero. Estos “tiempos rojos” se vivieron con mucha emoción para los sectores más combativos del proletariado y con inmensa preocupación para sus detractores, pero configuraron buena parte de las discusiones de aquellos años al calor de sucesos violentos en todo el país, desde la Patagonia con las huelgas rurales hasta las masacres obreras en la Forestal, en el norte litoraleño y chaqueño.
A lo largo de estas décadas observamos cómo se fue conformando y consolidando un movimiento obrero que buscaba mejorar su realidad, así como trató de cambiarla. Buena parte de la historia de este proceso respondió a la situación del país, a sus condiciones de vida y a aspectos estrictamente locales. Pero también los trabajadores se vieron conmovidos por los sucesos externos, toda vez que la transición hacia un mundo globalizado no permitía permanecer ajenos a los principales acontecimientos de su tiempo. El conjunto de los factores internos y externos atravesó la experiencia del movimiento obrero de la ciudad hasta inicios de los años veinte. Cómo continuó aquello ya constituye parte de otra historia.
(*) Historiador, becario del Conicet
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