Raúl Barboza tiene 81 años y trabaja igual que cuando era un chico de 8 y junto a su padre recorrían bares para ver "dónde nos dejaban tocar". Pero pasaron 30 discos y mil escenarios, y este acordeonista que pasa sus días entre Francia y la Argentina, ahora llega a Rosario para presentar su nuevo espectáculo titulado "Intimo", a dúo con Nardo González, en guitarra. La cita es mañana, desde las 21.30, en el Complejo Atlas (Mitre 645), pero antes ofreció sus vivencias a Escenario, en exclusiva, y arrojó frases como esta: "Muchos músicos me dicen que los Beatles le abrieron la cabeza. A mí me abre la cabeza el canto de los pájaros, no los Beatles".
Barboza contesta las preguntas desde París, vía Whatsapp, con la mejor predisposición. Y aclara que está contestando a las 6 de la mañana, hora francesa, porque después tiene que ponerse a tocar. Los 8 audios llegan bien entrada la madrugada, y pese al susto inevitable de oír tantos mensajes entre sueños es bienvenido que un músico de la talla de Barboza tenga ganas de contar sus vivencias para un medio gráfico, y lo haga con la misma honestidad con la que toca su acordeón.
"Vengo de una familia de trabajadores que trabajaban de verdad, mi acordeón no es mi acordeón, es el traductor de mis emociones", destacó el artista que tocó con figuras de la talla de Mercedes Sosa, Los Chalchaleros, Buenos Aires Ocho y Ramona Galarza, entre tantos otros, y asegura que no le quedó "ningún sueño por cumplir".
—El show de Rosario se caracteriza por ser más intimista. ¿Qué repertorio privilegió para mostrar en ese formato?
—El concierto de Rosario se va llamar "Intimo" y va a ser a dúo con la guitarra de Nardo González, con quien voy a tocar los tres meses de gira en la Argentina. Ocurre que la gente está habituada a escuchar a tríos, cuartetos o quintetos en el chamamé, pero lo que hacemos nosotros es de a dos pero conserva la misma característica los grupos con más integrantes. El repertorio está compuesto por aquellos temas que comencé a tocar cuando era jovencito, de los 12 o 13 años hasta hoy, aunque arranqué mucho antes. Yo conozco todos los temas de todos los autores, de Isaco, de Montiel, de Cocomarola, de Tarragó, los conozco a todos. Pero siempre pensé que un músico debe preparar sus propios temas, componer de acuerdo a sus ideas como lo hicieron esos maestros que acabo de nombrar, con quienes por esas cosas de la vida tuve la suerte de comunicame con ellos desde mi juventud. Yo conocí al Cuarteto Santa Ana en 1945, yo tenía 9 años y desde ese momento sigo escuchando música y sigo estudiando.
—¿Al vivir entre París y Argentina, en qué influye ese pulso europeo al componer y tocar el acordeón?
—Vivir entre París y Argentina es interesante, pero antes de eso yo hice muchos viajes. El primer viaje largo, fuera de mi país, fue en los años 70 a la Unión Soviética. Eramos un cuarteto y estuvimos tres meses largos en el verano de allá. Toqué, a la gente le gustaba lo que tocaba, se entusiasmaba, aplaudía y hacían palmas. Después me fui tres veces a Japón, la primera fue con mi trío y con Salgán-De Lío. Hicimos tres conciertos en 1981, 1986 y 1987, y en ese año fui con Octavio Osuna, un enorme cantor con una voz maravillosa. Nos despedimos en Tokio, él se vino a Buenos Aires y yo me fui a París, y ahí me ofrecieron trabajar.
¿Cómo fue esa experiencia?
—No conocían ni el chamamé ni a mí. Y ahí toqué chamamé en París. Yo en ese entonces me decía «caramba, a veces no puedo tocar en Argentina, y en París me piden que toque chamamé». Pude aprender a desenvolverme en el idioma y me quedé durante 7 años porque no pude volver. Me quedé allí y empecé una vida nueva buscando trabajo, llevando el acordeón conmigo, hacía lo mismo que cuando tenía 8, 9,10 años con mi papá que recorríamos lugares a ver si nos dejaban tocar. Los franceses acordeonistas me hicieron un espacio, me permitieron hacer giras con ellos, y toque y grabé.
—¿Siempre hay ganas de empezar un proyecto o de hacer un disco nuevo?
—Yo toco tres a cuatro horas por día, un músico es como un deportista, si no se entrena pierde todo, además trabajo el instrumento y compongo. Estoy permanentemente pensando en la música, yo soy parte de la música y ahora pienso en un nuevo disco, siempre pienso en grabar discos. Hablé con Nardo para empezar a grabar y sacarlo a difusión por Internet, como se hace ahora, pero lo que intenté siempre fue que la música que toco tenga el sentido del chamamé. No busco espectacularidad ni sonidos que puedan enervar a la gente, yo soy músico, yo toco, yo hago poesía con la música. Y cuando llegue el momento de grabar veremos qué podemos intentar de nuevo.
¿Ante tanta música nueva de dudosa calidad, es cada vez más difícil que el chamamé le llegue a la juventud?
—La música, nuestra música, está en la identidad de la juventud, esta en el ADN de los jóvenes, como se dice actualmente. Antes había que comprar un disco para escuchar un músico y no se podía filmar, ahora se ve todo por Internet. A vece me preguntan si yo tengo influencia de otros músicos, como por ejemplo de los Beatles. Hay compañeros que dicen que los Beatles le han abierto la cabeza, y a mí lo que me abre la cabeza es el canto de los pájaros, no los Beatles. Yo recuerdo cuando era chico el silbar de las casuarinas cuando había viento, o la caída del agua sobre el techo de chapa, o el perro que viene y se esconde bajo la silla porque viene mojado y busca la caricia del dueño, todo eso es música para mí. A veces hay chicos que me dicen «nosotros queremos ser modernos, queremos tocar instrumentos electrónicos y tocar batería en lugar de bombo». Y yo les digo: «qué pena, muchachos, porque la gente de otros países no miran al bombisto ni al bandoneonista que tocan sincopado, ellos imponen su música. Por eso ustedes impongan su música, no se dejen imponer lo de otros, impongan su música a otras comunidades como lo hice yo». Mire, yo viajé sin saber qué iba a pasar y aquí estoy, ya tengo 81 años y sigo tocando el acordeón porque me gusta, porque es mi placer subir a un escenario y hablarle a la gente a través de la música. Vengo de una familia de trabajadores que trabajaban de verdad, mi acordeón no es mi acordeón, es el traductor de mis emociones.