Para poner en valor una película vienen bien algunos datos de contexto: "El rey león" se estrenó en la Argentina un 7 de julio de 1994, es decir apenas (¿apenas?) 25 años atrás. Los primeros recuerdos de aquella película de Disney pasan porque todo el mundo que la vio decía "lo que lloré con ese dibujito en el cine". Claro, porque la película se veía en el cine, como corresponde. ¿Netflix? No, el streaming no existía, como tampoco había nacido el Android en los teléfonos celulares, ya que faltaría un año para que Nokia estrene los mensajes de texto. Nadie hablaba de grieta política, el menemismo copaba la escena y era vox populi que habría segundo mandato del riojano; Marcelo Tinelli todavía tenía "Videomatch" y en la tele nacía la productora Pol-ka, encabezada por un actor bastante de madera enrolado en los galancitos, Adrián Suar. En ese contexto, "Forrest Gump" ganaba el Oscar a mejor película, un año antes que "Corazón valiente", en un 1995 que también se estrenaría una película de Pixar con unos muñequitos re queribles que hablaban, sí, "Toy Story". En medio de esos días, la gente se enterneció con Simba, un cachorro de león que vivía junto a sus padres Mufasa y Sarabi. Padres e hijos nos enamoramos de Simba, pero también de su mejor amiga Nala; de un suricata y un jabalí identificados como Timón y Pumba que cantaban el "Hakuna Matata", que significaba vivir sin preocupaciones. Un mensaje extraño para Simba, que tenía que lavar culpas por la muerte de su padre y enfrentar a su malvado tío Scar que quería quedarse con el trono que el cachorro había heredado en buena ley de Mufasa. Más allá del suceso en la taquilla y de esta versión digital que se estrena el próximo jueves que esperamos ver con lógica ansiedad, nada, pero nada de nada podrá borrar de nuestra mente aquel momento de 1994 en el que la emoción y la ternura nos invadió con "El rey león". Heráclito decía que nadie se baña dos veces en el mismo río, porque las aguas cambian y uno también. Pero aunque eso suceda con los espectadores de hace 25 años, aquel Rey León desafía toda lógica filosófica y se mantiene intacto, con el hocico levantado y la melena al viento, como quien resiste el paso del tiempo sin despeinarse.