En el mapa de grupos que conforman el universo teatral de la ciudad, El Rayo Misterioso es una de los pocos colectivos que surge en plena década del 90 y subsiste en la actualidad. Infinitas razones pueden provocar las disoluciones o mutaciones de las compañías. Superando el dato no menor de las dificultades económicas, hay motivos de todo tipo puestos en juego: anímicos, estéticos, de dinámicas grupales y de búsquedas personales, entre otros tantos.
Entonces, el caso de El Rayo se vuelve único. Al cumplirse dos décadas de su existencia como grupo laboratorio en la ciudad, acaban de estrenar “El fabuloso mundo de la tía Betty”, con texto y dirección de Aldo El-Jatib.
La obra envuelve al público con imágenes escalofriantes, con seres amatambrados en chalecos de fuerza mientras una banda de sonido altísima termina de aportar un comienzo tétrico. Esa imagen nos está anunciando que la vida de la tía Betty seguramente estuvo rondando la locura.
Lo que iremos develando es que la misma Betty se irá aislando del mundo social hacia el punto de la desaparición física. La tía existió para inspirar a El-Jatib y retomar en esta obra un encadenamiento de imágenes de casi todos los trabajos de El rayo en estos veinte años de historia. El trágico paso de Betty por este mundo no es algo que cobra protagonismo en escena, sino que la obra trabaja sobre metáforas en el comportamiento social que funcionan como una reproducción a gran escala, en el plano de lo que podemos llamar inconsciente colectivo.
La obra se concibe como de teatro fantasmal. En este sentido explica El-Jatib: “Una sociedad que construye su dinámica de comportamiento con la mentira, la crueldad y la muerte. Es un fantasma que nos recuerda, con su aparición, las leyes físicas de la naturaleza: que todos los hechos cometidos quedan impresos en un mecanismo de funcionamiento social repetitivo, abandónico y de autodestrucción”.
De esta manera, el trabajo continúa la línea que viene desarrollando el grupo, y es absolutamente fiel y consecuente: una fuerte crítica a las guerras y los totalitarismos, aquellas grandes manifestaciones irracionales de la Modernidad que llegaron al paroxismo a mediados del Siglo XX, haciendo que la estructura social de Occidente haya reventado sus mismos engranajes.
La intervención, por momentos fantasmal, por momentos estridente, del director en escena queda opacada por una poderosa disposición de cuerpos entrenados, de actores vivos, presentes, donde se funden familias, militares, animales, estatuas y brujas. Todos colaboran con un dinamismo que nunca se detiene, una rueda que gira y gira estimulando los sentidos del espectador. Inclusive, este espectáculo tiene muchos momentos en los que se permite aflorar el humor, basado en la repetición y el absurdo.
Tal vez, lo que hace un poco de ruido es cierto anacronismo en la crítica hacia algunas instituciones que se han transformado profundamente en relación al siglo XX. Ya no quedan dudas que la familia o los militares perdieron el poder disciplinario que tenían en la Modernidad, y actualmente los verdaderos mecanismos de control social pasan por otro lado.
Sin embargo, cuando se corren los velos del poder institucional y los personajes bajan a situaciones más cotidianas, emergen momentos de una gran vigencia: “Todos están esperando que todo esto termine ya”. Una frase hecha que la escuchamos repetir en los medios de comunicación casi en forma lobotómica, como una antesala de la autodestrucción social que está siendo anunciada en carteles amarillos.
La obra se disfruta por su potencia, por su gran capacidad para estimular a espectadores de diferentes edades y permitir la risa reflexiva. Actúan María de los Angeles Oliver, Catalina Balbi, Ada Cottu, Maywa Vargas, Sebastián Arriete y Exequiel Orteu. La obra se presenta todos los viernes, a las 22, en el teatro de Salta 2991.