La vuelta de la Loren es un hito en sí mismo en la industria del cine. Encima, la consagrada actriz italiana de 86 años se pone a las órdenes de su propio hijo, Edoardo Ponti, en una película que es una producción original de Netflix. Por lo tanto “La vida ante sí” le llegará al espectador desde distintas aristas. Pero lo más relevante es que en medio del revuelo alrededor de una primera figura hay una película que, sin correrse un centímetro del formato estético de las producciones de la famosa plataforma, emociona y tiene un guiño que va entre lo poético y el realismo mágico, que es de alta efectividad. Esta es la historia de dos almas necesitadas de amor: Madame Rosa (Loren), una mujer que sufrió las garras del Holocausto en Auschwitz y ahora es una prostituta retirada; y la del pequeño Momo (Ibrahima Gueye, lo mejor de la película), quien está solo en el mundo y vende droga por las calles de una ciudad portuaria italiana como una muestra más de su rebeldía. Rosa aparece primero como una mujer de carácter, pero de a poco comenzará a mostrar sus lados más solidarios y también los de extrema fragilidad. Su vínculo con Momo será de rechazo al principio pero luego, al tenerlo a su cuidado en su casa junto a otros niños huérfanos, comenzará a tejer un lazo de cercanía muy similar al que puede estrechar una abuela con su nieto. Es en esa conexión y en esas miradas donde “La vida ante sí” se convierte en un filme logrado y conmovedor. Además, Sophia Loren regresó a la pantalla, y es una buena oportunidad para volver a verla.