Madrid.- «Borges 2.0: del texto a los mundos virtuales» es el título de un libro
de reciente aparición en los Estados Unidos. «Borges y el futuro previsible» era el título de un
extenso artículo sobre lo mismo, aparecido el pasado domingo en The New York Times. De un momento a
otro se espera que salga también una colección de ensayos que la Bucknell University Press ha
compilado bajo el sugestivo título de «Cy-Borges». Todos dicen lo mismo: el escritor argentino
Jorge Luis Borges fue un visionario de internet. Sus obras prefiguran la realidad virtual total,
las bibliotecas universales, la lectura infinita e
infinitamente personalizada.
Esta aproximación a Borges no es nueva. La han sostenido ya en el pasado intelectuales como
Umberto Eco. La insistencia con que el argentino recrea un mundo, más que conocido, devorado por el
conocimiento, donde los libros atrapan a sus lectores incluso físicamente, donde se cruzan sin
cesar infinidad de datos y donde el saber parece tener vida propia, al margen de los sabios,
despierta inmediatas asociaciones con la ciberrealidad actual.
Perla Sassón-Henry es hispanista, es profesora en la Academia Naval de los Estados Unidos. La
misma Perla Sassón-Henry es también la autora de «Borges 2.0: del texto a los mundos virtuales».
Los dígitos del título son un guiño a la wikipedia, que Sassón-Henry también ve anunciada en varias
obras de Borges.
Entonces, la principal aportación del libro no consiste tanto en la novedad estricta como en
la frescura práctica, en la inmediatez con que se aborda el concepto. Borges sería el precursor de
una nueva hornada de ciberlectores que ya no se conformarían con leer pasivamente, sino que quieren
sentirse parte del libro.
En las formas, Borges fue de todo menos futurista. Sus relatos rehúyen casi con horror las
asperezas de la cotidianeidad para refugiarse en estilizados escenarios antiguos, casi siempre
pretecnológicos. Lo cual no obsta para que en el sótano de una casa de Buenos Aires pueda surgir
una especie de webcam universal, de ojo omnímodo, como es «El Aleph».
Sassón-Henry describe al taciturno genio argentino, al que en vida nadie consideró moderno
-le regatearon innoblemente el Premio Nobel por su supuesta condición de retrógrado- como «un
hombre del viejo mundo con una visión futurista». De su mano puede cualquier lector sentirse más
«activo», que con muchos otros escritores, sostiene la hispanista.
A todo lo anterior hay que añadir que el sello editorial norteamericano New Directions ha
reeditado «Labyrinths», una antología en inglés de Borges que hacía cuarenta años que no se
editaba. El original llevaba un prólogo del miembro de la Academia francesa André Maurois. El
prólogo de la reedición de ahora lo ha escrito nada menos que William Gibson, considerado el
precursor de la novela ciberpunk. También se atribuye a él la popularización de términos como
«ciberespacio». ¿A la vejez, o incluso más allá, viruelas? ¿Va a resultar que Borges no conectó -o
no se le permitió conectar- con el populacho de su propio tiempo, y vuelve después de muerto para
ser autor de culto de la cibervanguardia?
Sin duda su cultivo del relato breve le hace entrar más fácilmente por muchos ojos
minimalistas. Pero lo breve no siempre es fácil. Más bien al contrario, Borges no ha sido una
lectura simple ni cuando el esfuerzo de leer estaba mucho más de moda.
Su larga andadura como bibliotecario, y el saber desde joven que estaba destinado a la
ceguera, hizo que Borges desarrollara una relación física muy particular con los libros.