El desembarco de Sergio Massa al gabinete abre una etapa donde se juega no sólo cómo llega al 2023 el cascoteado gobierno del Frente de Todos sino también si se inaugura un nuevo ciclo en el peronismo.

Por Mariano D'Arrigo
El desembarco de Sergio Massa al gabinete abre una etapa donde se juega no sólo cómo llega al 2023 el cascoteado gobierno del Frente de Todos sino también si se inaugura un nuevo ciclo en el peronismo.
Al experimento de un presidente débil con una vicepresidenta fuerte, en las horas más oscuras el PJ testea otro ensayo de resultado incierto: una parlamentarización forzada y a la criolla. Alberto Fernández, reducido a un rol casi protocolar, y Massa como jefe del gobierno. Al menos, de las palancas más importantes de la política económica.
“A Alberto no le cree nadie y Sergio está por el piso en las encuestas, no tiene nada para perder”, diagnostica con crudeza un dirigente del PJ que va y viene entre Buenos Aires y Santa Fe.
Si, hasta acá, Fernández se inclinó por la dispersión del poder y un largo y sinuoso proceso de toma de decisiones (y no decisiones) Massa apuesta al camino inverso: concentración de autoridad y velocidad para acomodar el barco y evitar el naufragio antes de diciembre de 2023.
“Sergio está más maduro, pero como siempre le gusta jugar fuerte. Está contento, él es un hombre de gestión, más que legislativo Y si doma el potro puede aspirar a más el año que viene”, dice un referente que lo conoce bien.
En varios campamentos justicialistas reconocen que tanto como el dispositivo estatal como las representaciones políticas que parió el cataclismo de 2001 están agotados. Y leen que el círculo rojo, atemorizado por el período convulsionado que atraviesa América Latina, no quiere que ningún cisne negro alimentado a base de la bronca contra la política se suba al ring. “Quieren un Massa versus Larreta”, señalan.
Antes de esas elecciones para las que falta una eternidad, distintos jugadores de peso del peronismo y que tienen mucho para perder -gobernadores, intendentes, sindicalistas, legisladores- observaron con horror la quietud de Fernández ante la espiralización de la crisis y encontraron en el presidente de Diputados el liderazgo que el ex jefe de Gabinete de Néstor Kirchner no supo, no quiso o no pudo construir.
La política, como la naturaleza, aborrece el vacío: el lugar vacante de alguna forma se llena. Y en el peronismo se perdona todo, menos la falta de conducción.
Hombre de vínculos aceitados con Washington y el establishment económico, Massa representa un espécimen extraño en un gobierno alérgico al poder. Con pose de egresado de la Escuela Nacional de Administración -el semillero de la élite política francesa- y el narcisismo de un Caruso Lombardi que cree que él, y sólo él, puede salvar al equipo del descenso, el ex intendente de Tigre se relame ante su gran oportunidad.
El objetivo urgente es retomar las riendas de la economía y evitar el desbarranco. La consigna, reconstruir en tiempo récord al peronismo como partido de orden. Es a todo o nada. Como dijo Carlos Salvador Bilardo: la gloria o Devoto.
Con su base electoral evaporada, reconvertido en un político de palacio y atado al kirchnerismo, Massa sueña con emular a Fernando Henrique Cardoso y que al igual que sucedió en Brasil con uno de los padres fundadores de la sociología latinoamericana y arquitecto del Plan Real el ministerio de Economía sea la plataforma para la presidencia.
Por ahora, la idea pertenece al género ficción. Juan Manzur y Daniel Scioli pueden dar fe de que, al menos hasta ahora, el gabinete de Fernández más que un trampolín es una gran licuadora de capital político.
En silencio y a prudente distancia de la entrada y salida de actores del escenario principal del peronismo, Cristina Fernández de Kirchner asiste a un espectáculo que expresa, otra vez, la degradación progresiva de su poder: de la imposición al veto, y del veto a la aceptación.
Eso no significa que la todavía accionista mayoritaria de la empresa política fundada en 2019 no conserve resortes clave -como la Anses, el Pami, o Energía- y que no retome su ofensiva en un futuro cercano, pero sí que debió convalidar el ingreso, y en un lugar central, del dirigente que le ganó en el bastión bonaerense y que en 2015 prometió “meter presos a los corruptos” y “barrer a los ñoquis de La Cámpora”. La necesidad tiene cara de hereje.
A diferencia de Fernández, Massa sí tiene la voracidad de poder y la ambición para hacer, si tiene la chance, lo que hizo el matrimonio Kirchner con Eduardo Duhalde. El tiempo dirá si puede lograrlo.
En tanto, la mudanza de Massa a la órbita del Ejecutivo mete una cuña en Juntos por el Cambio. La rapidez con que los halcones salieron a plantear que el sucesor de la efímera Silvina Batakis no genera confianza es una marcada de cancha al amigo de la vida Horacio Rodríguez Larreta y al socio Gerardo Morales, cuyo vicegobernador es del Frente Renovador. La tensión en la alianza entre el PRO, la UCR y la Coalición Cívica irá en aumento si Massa insiste con su idea de acordar con la oposición una serie de iniciativas con la siempre atractiva etiqueta de “políticas de Estado”.
La noticia de la designación de Massa bajó la fiebre financiera y le dio un margen mínimo de tiempo al nuevo ministro para pulir el paquete de medidas que anunciará el miércoles y que seguramente incluya más acciones dolorosas como las que pidió el FMI, que tendrá que negociar con el tercer ministro en poco más de un mes.
El gran interrogante es si quien inició su carrera política en la Ucedé en los noventa y que es mirado con atención por el mercado podrá articular un programa que estimule la liquidación de dólares sin caer en una devaluación brusca que termine de pulverizar los ingresos en pesos y acelere todavía más una inflación que, estiman en la city, rondó en julio el 8%.
Lejos de la visión maniquea de la economía, que divide entre buenos y malos, y que sólo sirve para enviar mensajes políticos a los propios, en la realidad los agentes se mueven por incentivos y expectativas: cuánto pueden ganar y perder, y en qué plazos.
Massa intentará evitar pasos en falso como el kafkiano “dólar-soja”, la zanahoria que el gobierno le puso enfrente al campo al mismo tiempo que el presidente los tildaba de especuladores, y que por ahora sólo sirvió para erosionar más la autoridad del Fernández, cosechar el rechazo del agro y que los aliados y votantes se quejaran de que al gobierno, de nuevo, le torcieron el brazo.
Otro riesgo, no menor, es que las mismas medidas que alineen al palacio con el mercado tensionen la relación con el cristinismo y echen más brasas a una conflictividad social que viene in crescendo.
Lejos de ser una amenaza en el futuro, el achicamiento del pedazo de la torta que se llevan los asalariados viene de hace tiempo y se pasa de gobierno en gobierno. Un informe de Cifra-CTA y Flacso muestra que entre 2016 y 2021 la participación de los trabajadores registrados y no registrados en la distribución del ingreso bajó del 51,8 al 43,1%.
En la mesa chica del gobernador Omar Perotti, que participó de la áspera reunión de los gobernadores con el presidente y picó en punta para pedir la entrada de Massa al gabinete, se muestran expectantes con el nuevo rol de un dirigente que no es un aliado pero con el que comparten ciertas ideas fuerza.
“Se aceleraron los tiempos y necesitabas medidas con mayor profundidad e intérpretes con peso político, además de solidez técnica, para llevarlas adelante. Para una provincia como Santa Fe, con el lugar que tiene el agro, la previsibilidad y las expectativas son centrales”, sostienen.
Menos optimistas, en ciertas tribus peronistas advierten que el descalabro del Frente de Todos y las dificultades del gobierno provincial para encontrar resultados en la pelea contra la inseguridad ponen al PJ frente a un serio problema de competitividad, más allá de quien sea candidato a gobernador.
Si se arma el frente de frentes, observan, quedaría libre un espacio despejado en la centroizquierda para instalarse y apostar a crecer en los próximos años.
En la oposición el panorama es más alentador. Convencidos de que pueden ser el pivot que articule a los distintos espacios no peronistas, los radicales santafesinos vienen reuniéndose con todos y están seguros de que al final del camino habrá unidad opositora.
El viernes, Maximiliano Pullaro y Felipe Michlig visitaron al intendente rosarino y le transmitieron su apoyo político ante la escalada de violencia. “El gobernador está borrado, no toma decisiones, sólo espera que baje la espuma y le quiere delegar los costos a Pablo”, disparan desde el espacio del ex ministro de Seguridad.
Pullaro dice a los suyos que quiere una interna lo más competitiva posible -en la que jueguen, por caso, Javkin, Carolina Losada, Clara García y Federico Angelini- y se que arrime a los 900 mil votos. Además, en el grupo creen que el año que viene no sólo cambiará el signo político sino también el centro de gravedad geográfico de la nueva gestión. “El próximo gobernador va a ser rosarino”, sostienen.
