En su primera semana como presidente electo, Javier Milei mostró una versión más pragmática y varios decibeles más abajo en comparación con el personaje dogmático y explosivo que exhibió durante su meteórico ascenso ante la opinión pública y en buena parte de la campaña. Una dosis de realismo mientras su gobierno se arma a los tumbos y empieza a lucir una fisonomía muy distinta a la prometida en campaña.
Se verá con la marcha de su gobierno si Milei logra la difícil tarea de mantenerse en el papel de león herbívoro o si vuelven los gritos, los insultos y la motosierra, elementos más cercanos, dicen los que lo conocen, al Milei real.
Alojado en el hotel porteño que convirtió en su base de operaciones, Milei tiene frente a sí una situación endiablada, que lo obliga a cambiar por el momento su hoja de ruta inicial.
No sólo debe ordenar la macroeconomía, administrando los costos del ajuste. Tiene que hacerlo en un contexto de crisis de representación, donde se ensancha la distancia entre la sociedad y la dirigencia y en una etapa de alta fragmentación política y en la que se reacomodan todos los espacios. El más amateur de los políticos debe lograr lo que los dirigentes profesionales no supieron, no pudieron o no quisieron hacer.
La planilla de Excel de Milei tiene números en rojo y en verde. Cuenta a favor que obtuvo 14 millones de votos, le sacó 11 puntos de ventaja al peronismo unido detrás de Sergio Massa y ganó en 20 de las 24 provincias. Un capital político inicial nada desdeñable para comenzar su empresa en el poder.
La contracara de esa fortaleza ante el electorado es su debilidad en el rubro fierros del poder. Su estructura política es todavía precaria, no tiene anclajes territoriales y sólo cuenta con 38 diputados y siete senadores. Ese déficit lo obliga a negociar acuerdos con otras fuerzas. No ya para aprobar leyes sino para sacarse de encima la posibilidad del juicio político, la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de los presidentes minoritarios en el Congreso y que ya le cortó la cabeza a varios mandatarios latinoamericanos. Sacrificar identidad en el altar de la gobernabilidad.
En ese camino de incipiente moderación Milei dio gestos a Joe Biden, adversario de su admirado Donald Trump, y a Xi Jinping, presidente de la misma China con la que había amenazado cortar relaciones. Incluso hizo las paces con el Papa Francisco, a quien había llamado “representante del maligno en la tierra”. La ley de la gravedad es a la física lo que el teorema de Baglini es a la política.
Consciente o no de la disputa a cielo abierto que se libraría por los cargos del gabinete, confirmó rápido en puestos clave a dos personas que, al igual que él, hicieron carrera en la Corporación América.
En su debut en la función pública, como jefe de Gabinete Nicolás Posse deberá gestionar una administración con una nueva arquitectura, con recursos escasos, y donde convivirán funcionarios de tribus muy diferentes. En el ministerio del Interior, Guillermo Francos, que sí tiene experiencia en política y contactos en el ecosistema peronista, tendrá la desgastante tarea de tejer acuerdos con gobernadores e intendentes y actuar de vocero de un gobierno que comenzará con una secuencia de anuncios de malas noticias.
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Milei podrá ser el primer presidente liberal libertario de la historia, pero su gobierno no lo será, al menos en el comienzo. Con la incorporación de varias e importantes fichas amarillas a su tablero violeta archivó la dolarización y guardó el TNT para hacer volar por los aires el Banco Central.
Más allá de si fue una jugada digitada por Mauricio Macri o se trató de emprendimientos individuales de sus (¿ex?) alfiles, el desplazamiento de la guardia tecnocrática libertaria original y el ingreso de Luis “Toto” Caputo, Federico Sturzenegger y Patricia Bullrich (que podría sumar al gabinete a dirigentes santafesinos del PRO) altera el ADN del gobierno y tensiona el contrato electoral con quienes votaron a Milei por la promesa de un punto y aparte que no incluyera en el guión a los protagonistas del drama argentino de las últimas décadas. El que depositó cambio recibirá casta.
El organigrama se completa también con recursos humanos que provienen desde Córdoba. Por ejemplo, a la Anses llegará Osvaldo Giordano, el arquitecto del equilibrio fiscal en la provincia mediterránea, que tendrá la misión no sólo de administrar el extendido sistema de seguridad social sino también el Fondo de Garantía de Sustentabilidad, una cartera codiciada que cuenta con acciones de algunas de las principales empresas del país.
Conocedores del paño cordobesista señalan que Schiaretti no entra al gobierno sino que busca aportar gobernabilidad y que se dedicará al armado de un frente federal de oposición racional, con una impronta similar a la de Antonio Cafiero en la restauración democrática. El problema de ese antecedente es que el caudillo justicialista apuntaló las instituciones durante los embates de sectores militares golpistas pero la mimetización con Raúl Alfonsín allanó el camino a Carlos Menem.
Después de ajustar su programa a la cantidad de recursos políticos que dispone, Milei enfrenta una brecha aún más delicada: entre las altas expectativas sociales de una resolución rápida e indolora de los problemas económicos y los tiempos, los modos y especialmente los costos que vienen incluidos en el paquete del plan de estabilización.
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Milei, Macri y Bullrich, en una negociación a varias bandas sobre el armado del nuevo gobierno.
Por eso en estos días antes de la asunción son fundamentales el montaje final del dispositivo político, y su correlato en el ámbito parlamentario, y cómo construye Milei su propio liderazgo. Después de la experiencia fallida del Frente de Todos y la licuación de la autoridad presidencial, Milei buscó no quedar preso de ninguna facción y mostrar autonomía respecto a sus socios —como la futura vicepresidenta, Victoria Villarruel, que pugna con Bullrich por controlar el delicado triángulo de seguridad, defensa e inteligencia— y despejar el fantasma del doble comando con Macri, a quien no le dio lo que el expresidente quería: el ministerio de Justicia.
Con una popularidad alimentada en la era del consumo efímero de las redes sociales y la frustración de la sociedad con la marcha de la economía, la solidez de su armado político es clave. Ese será su lugar de repliegue cuando venga el temporal.
Si vienen al menos seis meses durísimos, la pregunta es con qué materiales pretende construir Milei el puente hacia su propia versión del segundo semestre. ¿Alcanza sólo con antikirchnerismo puro y duro y medidas de compensación simbólica? ¿O tendrá que aplicar medidas de alivio económico, aunque afecte su programa?
Se suma, además, el interrogante de cómo abordará la protesta social en una etapa que será áspera por la conflictividad encapsulada durante el gobierno del peronismo. El llamado de Macri a armar grupos civiles para enfrentar a “los orcos” marca un antecedente inquietante para lo que viene.
Lo cierto es que su estilo de liderazgo inspirado en el adagio liberal de “dejar hacer, dejar pasar” y que sirvió en el llano para crear una comunidad de seguidores e influencers podría ser disfuncional en el gobierno, donde se requiere orden y verticalidad.
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En Santa Fe siguen de cerca los movimientos de Milei, que amenazó con podar a cero la obra pública. Una movida que, dado sus efectos negativos en actividad económica y empleo, pareció un intento de negociar apoyo legislativo con los gobernadores desde una posición de fuerza.
Mientras se preparan para el impacto en la provincia de las medidas impopulares que tomará el futuro gobierno nacional, en el entorno de Maximiliano Pullaro se imaginan que la relación entre los gobernadores y Milei no será sencilla y buscan pararse en un lugar sumamente angosto: ni cogobierno ni oposición dura. Saben que comparten electorado. En la provincia Milei obtuvo en el balotaje 1.278.243 votos. La suma de Pullaro —que rompió la barrera del millón de votos— y el libertario Edelvino Bodoira da una cifra calcada: 1.145.949 votos.
Mientras Pullaro avisa a legisladores e intendentes de Unidos que habrá que ajustarse el cinturón, el peronismo santafesino busca dar señales de vida. Este viernes un grupo de intendentes y jefes comunales se reunió en Reconquista, la única ciudad grande que le quedó al PJ. Al mismo tiempo, con el crédito de ser el dirigente provincial con más votos, Marcelo Lewandowski levantó el perfil: cuestionó la representatividad de la conducción provincial del partido y le transmitió a Pullaro que la decisión de Lisandro Enrico de tomar una licencia como senador en lugar de renunciar va “en contra de la institucionalidad”. Respecto a la renovación del partido, en el espacio del senador nacional prefieren esperar que baje la espuma pero anticipan que van a “participar activamente”.