—Las mamás y los papás temen que sus hijos o hijas puedan ser víctimas de bullying, ese es el primer momento, entonces se rompen la cabeza para ver cómo hacer si esto pasa. Pero también tenemos que pensar que nuestros hijos pueden estar del otro lado en este dibujo demasiado simplista en el que hay dos bandos. Hay una forma un poco más interesante en la que —además de quien agrede y quien es agredido o agredida—, hay en el aula todo un arco de niños y niñas en el que hay posibles defensores y posibles abusadores, aquellos que van perpetuando la situación de acoso escolar. Nosotros nos podemos ir moviendo porque tenemos el deber de hacerlo dentro de casa, y los docentes en el aula, para que esa balanza se incline a que todos vayan hacia una cultura de paz. Si no todos quedamos en pensar que a mi hijo no le pase tal cosa cuando siempre hay un alguien que está agrediendo. Muchas veces está claro quién es el que está agrediendo. A veces puede pasar que haya situaciones de violencia en la casa de ese niño o niña, motivo por el cual también tenemos que mirar de manera sensible lo que le pasa a ese pibe, para no perpetuar las agresiones y el daño. Pero todos tenemos que trabajar el tema, porque hay un montón que están siendo testigos pasivos, y —sin quererlo— siendo cómplices de situaciones de violencia o de acoso escolar, que pasan a ser hoy las fuentes más grandes de malestar que tienen los chicos en las aulas. Que se sostiene y se prolonga por 24/7 con las redes. Por todo esto, las situaciones de acoso escolar pasan a ser uno de los elementos más importantes en las tentativas de suicidio adolescente. Es un poco pesado lo que digo, pero tenemos que empezar a pensar que no es un tema menor. Algunos suelen decir que siempre hubo bullying y se naturalizan procesos que pueden terminar muy mal. Hay chicos que se matan y si no sucede tal cosa, hay chicos que la pasan muy mal.
—¿Qué puede notar una mamá o un papá si un chico está pasando por una situación así?
—Va a depender de la edad, va a ser diferente si tiene 16 que 5. Cuando hay situación de malestar por malos tratos en nivel inicial no sé si cabe el título de bullying, porque no hay voluntad de abuso de poder y de hacer daño. En la situación de bullying hay un desbalance del equilibrio de poder y quien acosa lo sabe, por eso el nivel inicial queda fuera de ese marco. Pero si un niño o una niña de esa edad sufre malos tratos o es agredido, lo que expresa son elementos de tipos regresivos, algunas pautas que ya había adquirido vuelven para atrás o muestra un malestar inespecífico: llora o no quiere ir al jardín. Ya en la primaria y la secundaria, donde sí cabe el término de bullying, en general el malestar se va advertir con síntoma somático o físico. Puede ser un chico que está enfermo seguido, que le duele la cabeza o la panza, que casualmente le duele antes de ir a la escuela o la noche anterior, y en general eso mejora los fines de semana, o síntomas de tipo psicológico que no se ponen en el cuerpo y se manifiestan en un malestar emocional que hay que saber escuchar, saber permitir que el chico pueda abrir, poner sobre la mesa y contar lo que le pasa.
—Si pasa un año o un tiempo largo y persisten las situaciones de rechazo, no lo invitan a jugar, le dicen cosas feas, lo dejan de lado, ¿es recomendable cambiar de escuela, de turno, de grado o curso?
—Se tendría que pensar en cada situación en particular, pero en algún punto sería como una derrota. Tener que sacar un chico de la escuela porque hay una situación de maltrato sería un fracaso en muchas cuestiones. Vamos a intentar destripar la situación. Se trata de un chico que no pudo establecer un límite frente a esa situación de violencia. No estoy señalando al chico, pero puedo pensar que me lo estoy llevando desarmado a otro lugar y sin que haya logrado construir los recursos para poder decir que no, que es algo que hay que aprender en la vida. Eso por un lado. Por otro lado, en la escuela está quedando una situación idéntica, porque ese abuso de poder se va a trasladar hacia otro niño o niña y la situación continúa sin soluciones. Además, mover a un chico a otra escuela también requiere de todo un compromiso emocional para que vuelva a empezar, a confiar, a veces ese chico o esa chica se incorpora bien a la nueva escuela, pero a veces se replica lo mismo, porque lleva consigo esa imposibilidad a otra aula y con un grupo que ya está conformado, y no sé si va a ser lo más fácil. Igual no estoy respondiendo ni sí ni no, creo que por ahí no va la solución, pero son decisiones como mamá o papá que hay que evaluar de acuerdo a distintas circunstancias.
"El temor es que nuestros hijos sean víctimas de bullying en la escuela, pero también hay que pensar que pueden ser los agresores" "El temor es que nuestros hijos sean víctimas de bullying en la escuela, pero también hay que pensar que pueden ser los agresores"
—¿Qué es la crianza respetuosa?
—La crianza respetuosa es un marco. Me gusta pensar que no es uno más, es como si uno pudiera elegir entre criar respetuosamente y no hacerlo. Me gusta decirlo así porque lo pone muy claro: ¿alguien puede elegir no criar respetuosamente? Porque más allá de las formas y los estilos que son recontra diversos, nadie nunca podría salirse de este marco. Más allá de que hay una ley, éticamente nadie podría salirse de ahí. Lo que plantea la crianza respetuosa es una serie de recomendaciones en lo que hace a las prácticas parentales en las que, aparte de ser respetuoso, lo que enseña es que es conveniente y es provechoso para el desarrollo de capacidades cognitivas emocionales y sociales de niños y niñas. La crianza positiva no solo se para en el pilar del respeto: enseña por qué es mejor educar de esa manera y no de otra. Eso tiende a demoler los argumentos en general endebles de “yo lo crío como quiero”, “a mí me pegaban y acá estoy, soy un hombre de bien”. Todo eso lo entiendo, no soy juez de nada. Pero sí tengo argumentos para decir por qué eso no es conveniente para tu hijo o hija.
—¿Por qué se grita puertas adentro? ¿Por qué a veces se maltrata a los chicos y a los que uno más quiere?
—A mayores niveles de estrés disminuye la sensibilidad en la crianza y en los vínculos en general, por eso le gritás a los chicos, a tu vieja, a tu hermana. Disminuir la sensibilidad en los tratos significa que estamos menos atentos a las necesidades del otro, entonces lo que hacemos es pisar las necesidades de los otros. Con mayor frecuencia pisoteamos las necesidades de nuestros hijos porque son chiquitos y también de nuestras parejas, que son las personas con las que convivimos. Tendemos mucho a maltratar hoy —es verdad eso de que sucede más puertas adentro— porque vivimos niveles de estrés altísimos, de exigencias, de presiones, de no llegar a fin de mes, de un montón de preocupaciones que hacen que todo eso que se nos carga sobre la cabeza y sobre los hombros merme nuestra sensibilidad. Entonces, frente a este escenario que no pareciera que vaya a cambiar demasiado —y nos tenemos que poner a trabajar para que no sea así— tenemos que asumir una actividad que yo hago cada vez que vuelvo a mi casa: regreso con todo lo que traigo del día, con las preocupaciones, el malestar, las angustias, pero cuando entro a mi casa lo recuerdo para que eso no termine drenando sobre las personas que paradójicamente más quiero y me necesitan: mis hijos, mi familia ¿Justo ahí vas a llevar toda la basura que traés? Lo primero que tenemos que hacer cuando llegamos a casa es mirar al otro, a los chicos que seguramente no nos vieron en todo el día y van a querer jugar, contarnos algo ¿Qué nos van a contar? Lo que les pasó en la escuela. Para adentro uno va a pensar: “Con los quilombos que yo tengo...”. Pero eso es lo que les pasa en la vida a ellos. Te van a contar lo que le pasó con la pibita, con el pibito de su mismo grado. Tenemos que ver cómo podemos transformar nuestra manera de llegar a casa para no descargar ahí todas las presiones que legítimamente nos pesan, nos cuestan y nos generan malestar.
—¿Cómo se pone límites y se dice que “no” sin gritar?
—Si hay que gritar para decir que “no” es una constatación del fracaso de nuestros recursos bientratantes. Si eso pasa es que todas las formas anteriores no han resultado. Lo digo como papá de tres pibes, no me es ajeno, me pasa todos los días. Si me permito ir escalando para que el “no” entre, el “no” que va a funcionar a partir de ahora es el más alto de mi escala. Cuando diga “no” ya nadie me va a escuchar, entonces grito y ponele que ahí frenan. Listo, a partir de ahora ese es el parámetro para que entiendan. Pasado mañana van a empujar más el límite, porque así funciona muchas veces en la crianza, entonces después de ese grito puede venir un insulto o un zamarreo. A partir de ese momento el nuevo parámetro es ese. Esto se llama escalada de violencia, que da cuenta de lo que no logramos nosotros los adultos. Y es que no logramos que ellos entiendan cuando digo “no”, que es un ejercicio que lleva mucho tiempo y es más trabajoso que el grito que paraliza de inmediato.
—Fui testigo de momentos de crisis, cuando un chico le pega a otro o lo empuja, cuando varios lloran a la vez, y alguna mamá dice (un poco en broma un poco en serio) ¡qué venga ahora Raspall y nos diga qué hacer! En casos así, ¿cómo se sostiene la crianza respetuosa?
—A mí también me cuesta. Nos cuesta a nosotros, a los adultos. No tiene que ver con los chicos. Cuando tengo los pájaros más volados me cuesta más, pero siempre lo intento, y es hacer de esto una práctica cotidiana. No es porque lo diga yo, leo estudios, vuelco la investigación y los fundamentos. Cuando uno lo sostiene de manera sistemática va generando un cambio, lo ideal es que no sea solo en mi microsistema familiar, sino en la comunidad en general. Entonces avanzaríamos de una comunidad terriblemente violenta como la nuestra, hacia una comunidad bientratante. ¿Cómo se puede lograr una comunidad de paz? Solamente tratándonos bien, no hay otra manera. Por supuesto que nunca a través de las armas vas a conseguir que una cultura se convierta en una cultura de paz, no. Ese ejercicio es nuestro, no es de los chicos.
"Lo primero que tenemos que hacer cuando llegamos a casa es mirar al otro, a los chicos que no nos vieron en todo el día y van a querer jugar" "Lo primero que tenemos que hacer cuando llegamos a casa es mirar al otro, a los chicos que no nos vieron en todo el día y van a querer jugar"
—Con un 40 por ciento de la población que vive bajo la línea de pobreza y con carencias, ¿se puede criar en el respeto?
—Es mucho más difícil, lo tengo absolutamente presente. Todo el movimiento en el cual creo, estudio, trabajo día a día, de la crianza positiva, de la cultura de paz, parece a veces propio de un grupo que puede permitirse pensar en esto porque tiene resueltas otras cosas. Sé que a veces es tomado de esta manera. Igual no hay que abandonar la lucha por eso. Hay que ver cómo esto que creemos se va derramando en la comunidad de manera ancha y generosa. La ecuación que hacíamos antes del estrés vuelve a aplicar acá. Cuando el estrés es tan alto que vos no tenés cómo hacer para poner un plato de comida o en el momento en el que llueve la casa se inunda, o cuando hace calor la chapa del techo te lo traslada directamente. Todas esas situaciones van socavando y te vas demorando en ver lo que necesita el niño. No obstante, cuando vos te sentás con mamás, papás, adultos referentes de los lugares más pobres y vulnerables, ellos también son ávidos de escuchar que hay otras formas de criar, porque muchas veces ellos y ellas han sido también víctimas de malos tratos. No hay gente que busca hacerle daño a sus hijos. A veces somos víctimas de nuestras realidades y trasladamos esos malestares a quienes conviven con nosotros. Cuando uno de manera sensible puede mirar a ese otro sin juzgarlo, para entender su historia, e invitarlo a que sea protagonista para que la vida de su hija o su hijo sea diferente, muchas veces lo toma. Incluso en los barrios más vulnerables.
—Hablás de ser amable con los adolescentes ¿A que te referís?
—Tratar de volver a ser un adolescente en tu cabeza. Es una etapa poco comprendida de la vida, porque es propio de ese momento evolutivo en el que el chico o la chica empieza a explorar cosas que le son un poco ajenas a las madres, a los padres, y en la mayoría de los casos suele ser desafiante. A diferencia de la infancia, en su necesidad de exploración el adolescente se expone a riesgos. Hoy una mamá o un papá en nuestro país está pensando que cuando sale le pueden pasar muchas cosas y eso despierta miedos. Y cuando le contás a ese adolescente tus miedos, tus preocupaciones, tus inquietudes, te vuelve a desafiar, entonces se arma una ruptura, que si el adulto no lo tiene claro rompe relación, aunque se sigan hablando y vivan en la misma casa. Se pierde la confianza y ese adolescente queda solo o a la deriva con el grupo de pares, que está igual que él o ella, sin experiencia. A veces hay docentes que se transforman en una especie de guía y pueden tener palabras que son escuchadas, pero también los desafían a ellos. Entonces todo ese trabajo que hicimos en la infancia de hormigas llevando las hojas sobre la espalda se puede romper en la adolescencia.