Si hay un jugador que en los últimos tiempos las vivió todas con la selección argentina es Angel Di María. El rosarino de 33 años, que de pibe comenzó a mostrar todo su talento a pura gambeta en la primera de Central, a esta altura es uno de los actores principales de la selección desde hace más de una década. Con la camiseta albiceleste le tocó vivir grandes decepciones y soportar críticas despiadadas, pero también anotar goles geniales, ser en el juego uno de los socios predilectos de Lionel Messi y, en especial, el año pasado logró la merecida reivindicación alzando la Copa América. Justamente en la final fue el autor del golazo frente a Brasil en Río de Janeiro. Así, Angelito hoy disfruta el presente promisorio que se merece como uno de los principales referentes del equipo de Scaloni. Es el premio a no rendirse nunca, a no sentirse vencido ni aún vencido, a saber agachar la cabeza en las difíciles y a seguir haciendo siempre lo que mejor sabe, controlar la pelota con la zurda, desplegar las alas y apilar rivales rumbo al arco de enfrente. Por ello, ahora sin Lionel Messi, Di María será el capitán de la selección, con vistas al duelo exigente de mañana ante Chile en el enfrentamiento que tendrá lugar en el estadio Zorros del Desierto, situado en la altura de Calama, a 2.260 metros sobre el nivel del mar.
Di María es uno de los jugadores con quien el humor veleta de los hinchas, y por qué no del periodismo, tal vez más se focalizó. Para llenarlo de elogios con sus goles, corridas y asistencias, pero sin ninguna piedad cuando las cosas no le salieron en partidos decisivos o cuando se quedó afuera de finales por lesiones más que inoportunas. Casi de un partido a otro pasó de ser catalogado de “imprescindible” a “desechable” sin escalas y viceversa.
Pero el gran mérito de Angelito fue no rendirse jamás, tragar veneno como se dice y convertirlo en energía positiva para decirle al DT de turno de la selección que todavía está en vigencia. Y vaya si lo entendió Lionel Scaloni, que lo rescató y reconfiguró para recuperarlo como una pieza clave del equipo, no como un salvador, pero sí como un extremo afilado que puede romper cualquier defensa en el momento menos pensado.
Con el gran recambio generacional que hubo en la selección y en este momento sin Lionel Messi porque se quedó en París a recuperarse plenamente del Covid, Di María tomará seguramente la posta de la capitanía y el liderazgo, más allá de llevar o no el brazalete.
Fideo ganó el oro olímpico en Beijing 2008, pero se quedó en la puerta del título en el Mundial de 2014 y en la copas américas de 2015 y 2016, donde las lesiones le jugaron una mala pasada en las instancias decisivas. Y los dardos traicioneros apuntaron contra él.
Pero el fútbol tiene revancha y ahora el rosarino intentará jugar su cuarto Mundial, ya que estuvo en Sudáfrica 2010 en el equipo de Diego Maradona, en el subcampeonato de 2014 con Alejandro Sabella y en Rusia 2018 con Jorge Sampaoli. Ya con el boleto conseguido este año a la cita de Qatar, todo indica que la camiseta once será la de Di María.
Lo dicho, Di María supo soportar las tormentas de críticas y se reinventó en la selección. Se redimió y gritó fuerte el gol de la gloria en la conquista de la Copa América de Brasil el año pasado. Pasó de “resistido a vitoreado”, de pobre angelito a ángel de la guarda. Así de cruel y así de hermoso es el fútbol. Lo bueno es que el talento y el esfuerzo siempre terminan ganando.
La copa siempre estuvo cerca hasta que la besó en Brasil
Fue justicia total. Porque esta camada de la selección argentina merecía lograr un título y si había un jugador que debía anotar el gol de la coronación no era otro que Angel Di María.
Criticado a más no poder, puesto muchas veces en el banquillo de los acusados por los logros que no llegaban, Di María siempre puso la otra mejilla, resistió y nunca bajó la guardia.
Fue por más y vaya si logró tener la recompensa merecida. Fue campeón de América y escribió su nombre como goleador de la final ante Brasil en el Maracaná, en lo que ya es uno de los grandes festejos históricos del glorioso fútbol argentino.
Aquella noche inolvidable del 10 de julio en Río de Janeiro marcó el regreso de Argentina a las páginas doradas.
Angelito Di María corrió por la derecha y definió con maestría para ponerle la chapa final al resultado a favor de la albiceleste.
Después llegó la vuelta olímpica, la emoción colectiva de un grupo que había sufrido mucho, el festejo merecido del novato DT Lionel Scaloni y la postal renovada de todo un país celebrando con los colores de la selección.
Y Rosario, por Leo Messi, Di María, Gio Lo Celso y Angel Correa fue el epicentro emocional de la gran celebración.