María y Ramona sonríen y hasta les genera cierta incomodidad presentarse, contar quiénes son y hablar de sus logros. Reunidas en el Polideportivo Garzón de barrio Ludueña, conversaron sobre su decisión de volver a estudiar en otra etapa de la vida y que su mayor recompensa sigue siendo el orgullo y reconocimiento de sus hijos.
María Alejandra Ayala y Ramona Pereira —aunque todos la llaman “Moni”— se conocieron a través de Fonbec, el Fondo de Becas solidarias para estudiantes del que sus hijos reciben ayuda. Las mujeres viven en distintos barrios de la ciudad y también tienen proyectos diferentes, sin embargo coinciden en un propósito que las convoca al igual que a muchas otras madres: entendieron que era tiempo de continuar con sus estudios y perseguir sus sueños, algo que habían postergado por muchos años.
Conscientes de los desafíos que debían afrontar, entre el trabajo y el tiempo para la familia, y haciendo frente a la mirada incrédula de quienes cuestionaban su decisión, siguieron estudiando aún en pandemia y comprobaron que llegar a la recta final no era imposible. Moni terminó la secundaria el año pasado y María rindió hace unos días su última materia para recibirse de enfermera.
“Nos han metido en la cabeza que las personas pobres no tenemos futuro y nos criamos pensando que no podíamos hacerlo”, irrumpe María, segura y doblemente orgullosa de sus méritos y esfuerzo en una familia cuyos padres no aprendieron a leer ni escribir y la mayoría de sus hermanos no terminaron la primaria.
Vencer los prejuicios
“Algunos vecinos o amigos me preguntaban para qué iba a estudiar, que perdía el tiempo o estaba vieja para empezar el secundario”, cuenta Moni, quien tomó la decisión de anotarse en una Eempa alentada por María. “Lo hicimos para progresar y ayudar a nuestros hijos en sus tareas, también para transmitirles el sentido solidario de ayudar a otros”, agrega la madre de 42 años.
María acepta primero la invitación de presentarse y toma la palabra. En cada gesto expresa su emoción: “Ahora puedo decir que soy una enfermera profesional, también puedo contar que soy auxiliar gerontológica. Soy la mamá de tres chicos y al menor todavía le estoy dando las herramientas para que pueda pensar por sí mismo y sea una persona racional, para que pueda defenderse con la palabra y no con la violencia. Estoy casada con Luis hace casi 25 años y es mi gran compañero”.
La madre de Juan (25), Jeremías (22) y Yamir (14) —becario de Fonbec y cursando tercer año en la Escuela Secundaria N 649 General José de San Martín— también cuenta que siempre quiso seguir estudiando pero nunca encontraba el momento y el tiempo para hacerlo. “Cuando a los 16 años quedé embarazada de mi primer hijo tuve que dejar la escuela para trabajar y criarlo porque el papá me había dejado sola”. María cuenta que al poco tiempo conoció al hombre que hoy es su marido y con quien tuvo dos hijos.
Postergar los estudios
Pasaron muchos años hasta que finalmente tomó la decisión de terminar el secundario. La negativa de su marido fue una de las primeras dificultades que debió afrontar. “En ese momento no veía bien que yo siguiera estudiando, incluso él tampoco pudo terminar el secundario. Me costó que cambiara esa mentalidad y empezara a entender que había que seguir estudiando”. María cuenta que se animó a renunciar a su trabajo como empleada doméstica por no sentirse valorada y también para continuar sus estudios.
Con el apoyo incondicional de uno de sus hijos, se anotó en la Eempa N 1.284 Sargento Mayor Manuel Escalada, donde terminó con el mejor promedio y fue abanderada. “Me costaba demostrar quién era pero cada profesor sacó algo valioso de mí”, dice. De esa etapa concluida, también valora la decisión de su marido de empezar apoyar cada uno de sus proyectos. “Experimentó una transición hasta que entendió que la mujer no estaba solo para quedarse en la casa, que podemos trabajar y no solo haciendo tareas domésticas”.
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María y Moni se emocionan cuando escuchan a sus hijos hablar de sus logros educativos.
Sebastián Suarez Meccia
El sueño de ser enfermera
Como quería seguir estudiando, María enseguida se anotó en la Escuela Superior de Enfermería María Elena Araya de Colombres, del Hospital Provincial de Rosario. En ese tiempo, la pareja enfrentaba dificultades económicas en el hogar: “Con lo que ganaba mi marido no alcanzaba, entonces hacía tortas para pagar internet, luego empecé a dedicarme a cuidar adultos mayores por la noche. Fueron años de mucho sacrificio”.
María debió rendir un examen de ingreso es un año en que se presentaron 450 aspirantes para 65 vacantes. “El día que fui a rendir —recuerda— me sentía como un pez en el mar, sentía que todos eran unos bochos y me preguntaba qué hacía yo ahí”. Contrariamente a sus sentimientos y percepción, quedó en el puesto 13 y logró empezar a transitar el sueño de convertirse en enfermera.
“Mi corazón siempre estuvo con el adulto mayor y esa es mi vocación. También porque estoy cumpliendo el deseo de mi papá que me decía que cuidara de los abuelos, que no siempre reciben un trato justo y amoroso”, explica la mujer.
Hasta obtener su matrícula para desempeñarse como enfermera enalgún hospital o sanatorio de Rosario, María trabaja de manera particular. Además este año será docente del curso de auxiliar gerontológico en el Instituto Oscus Rosario y planea homologar las materias de la tecnicatura en enfermería para seguir el próximo año la carrera de medicina. A María nadie la detiene, sin embargo repite lo que para ella sigue siendo lo más valioso: “Escuchar a mi hijo decir que ahora puede contar que su mamá es enfermera es el mejor reconocimiento que una puede tener”.
Lo más importante, la escuela
Al igual que María, Moni también se emociona cada vez que escucha a su hija menor decir que ahora que su mamá terminó la secundaria podrá ayudarla en sus tareas escolares. “Cuando terminé 7º grado, en mi casa no nos exigían seguir estudiando como hacemos ahora con nuestros hijos. Por eso nunca estuvo la posibilidad de empezar el secundario”, cuenta la mujer que fue madre a los 18 años.
“Siempre pensé primero en mis hijos porque eran chicos, porque no quería dejarlos, porque nadie los cuidaría mejor que yo, hasta que un día hablando con María, me animé a intentarlo”. A los 45 años, Moni se anotó en la Escuela de Capacitación Laboral N 1.061 Nazaret, del barrio Ludueña. “Cuando empezaba a cursar vino la pandemia pero igual seguí por WhatsApp y logré recibirme a finales del año pasado”, dice con orgullo la madre de 48 años.
En la actualidad trabaja haciendo algunas tareas de limpieza y es la cocinera del taller Vida Libre que realiza Fonbec los días sábados en el Polideportivo Garzón para los chicos y las chicas del barrio. “Acostumbro a decirle a mis hijas que lo más importante es la escuela y lo único que tienen que hacer es estudiar, con eso me alcanza y seguro que el día de mañana van a estar agradecidas de mi insistencia”.
La madre también confiesa que pidió a la escuela que una de sus hijas repitiera de año, asumiendo que no había adquirido los conocimientos suficientes durante la pandemia. Moni es mamá de Romina (29), Andrés (27), Nadia (22), y sus dos hijas menores —Florencia (15) y Mia (11)— son becarias de Fonbec.
“Mi hija menor quería demostrarme que ella ya era grande y podía quedarse sola mientras cursaba. Me decía que siempre había trabajado de mamá y me cuestionaba por qué no había hecho hasta ahora lo que necesitaba o quería”. Durante las horas de cursado, reconoce que más de una vez se preguntó qué hacía ahí, y que el apoyo y acompañamiento de sus docentes la animaron a seguir.
“Superó mis expectativas porque no pensaba que podía lograrlo”, dice Moni, quien admite que el desafío fue aún mayor porque su hermano enfermó y debía repartir su tiempo para cuidarlo, estudiar y atender su casa. Ante la pregunta si planea continuar su formación, enseguida responde: “No sé si me va a dar el bocho para estudiar otra cosa, aunque me gustaría enseñar alguna manualidad”. Quienes la conocen aseguran que Moni teje muy bien al crochet y que transforma con su estilo cualquier objeto.