La mayor alegría colectiva de las últimas décadas sucedió un mes atrás. El 18 de diciembre el pueblo argentino gozó, como pocas veces, la coronación de la selección argentina de fútbol en el Mundial de Qatar. Un acontecimiento histórico que se hizo realidad con futbolistas de jerarquía, que en un extraordinario nivel, consiguieron un logro imborrable. Semejante conquista, tan impactante como la celebración del pueblo argentino, contrasta con el nivel del alicaído fútbol local, sin figuras ni equipos rutilantes, desorganizado, sin políticas que apuntalen a las entidades y con leyes que no se cumplen, fundamentales para apuntalar a los clubes, el germen de los futbolistas que hoy se disfrutan en el exterior y acá en cambio de tanto en tanto cuando visten la camiseta de la selección argentina.
“La selección de todos”, decía el exentrenador César Luis Menotti. Fue la gran motivación del Flaco cuando estuvo al frente del representativo nacional, campeón en el Mundial 78. El actual director de selecciones de la AFA pretendía que el argentino se identifique con el equipo y se sintiera representando. Con Lionel Scaloni se cumplió. El DT dejó atrás las dudas que reinaron al principio de su gestión, con el respaldo fundamental del presidente de la AFA Claudio Tapia, y la coronación en la Copa América de Brasil fue el último empujón para generar una enorme empatía con la gente.
La unidad del grupo, el convencimiento y el talento fueron pilares para la tercera vuelta olímpica en un Mundial, en una vibrante final con Francia, tras igualar 3 a 3 y vencer por 4 a 2 en los penales. Lionel Messi y Ángel Di María fueron descomunales para tal conquista. Talentos salidos de acá, de clubes de barrio, al igual que el restante rosarino campeón, Ángel Correa , y todos los demás integrantes del plantel. Surgieron, tal es costumbre, de esos espacios que se sostienen a pulmón, desde la dedicación de dirigentes de enorme empuje y humildad, de padres que ponen el hombro y venden rifas o comida para juntar el peso para camisetas o pelotas. Todo por esos pibes que crecen y se divierten en canchitas peladas.
La desigual competencia económica con otros mercados futbolístico desde hace un buen rato provoca una sangría en el fútbol argentino. No existe casi tiempo de disfrutar a los jugadores que sobresalen. Un dato elocuente. Apenas Franco Armani juega en el país de los 26 que consiguieron la gloria en Qatar. En el plantel de Argentina campeón en México 86 fueron 15 de 22 los que jugaban en el país. Y 21 de 22 los que se coronaron en el 78. La excepción fue Mario Kempes, goleador entonces de Valencia de España. Disfrutar a los jugadores de categoría de selección se reduce a seguir lo que hacen en las ligas europeas por TV. O, de tanto en tanto, con la casaca albiceleste.
En menos de dos semanas volverá a rodar la pelota en las canchas argentinas y a quedar en evidencia la pobreza futbolística de costumbre La paridad de fuerzas, como no ocurre en muchas otras ligas, es una de las pocas cosas que le brinda atractivo, aunque a la larga o a la corta los de mayor poderío en las tesorerías terminan haciendo la diferencia.
La pasión no entiende de razones y el hincha seguirá alentando, rezongará, sufrirá y celebrará, sin término medio, aunque lo que se le ofrezca desde el campo de juego carezca de vistosidad. Ya sea desde la tribuna o indefectiblemente detrás de una pantalla si es que su equipo juega de local, porque desde 2013 está prohibido el ingreso de hinchas visitantes. Una medida que se naturalizó, a tal punto que muy pocas voces plantean dar marcha atrás. Ni los clubes ni los políticos ni las fuerzas de seguridad tienen interés en revertirlo.
A los que surgen y son promesas se los llevan rápido. Es raro que lleguen a los 23 años y aún sigan en el país. En la ciudad, el último diez surgido en Newell’s, Nicolás Castro, de 22 años, debutó en primera a fines de 2019 y apenas jugó dos años y medio con la rojinegra. A mitad de 2022 emigró a Bélgica. Mucho más rápido se fue el último diez de Central. Facundo Buonanotte, de 18 años, debutó en 2022 y ya partió a Inglaterra.
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De cal y arena. Tapia se anotó un poroto con la selección. Pero no hizo nada por la vuelta de los hinchas visitantes y además su club, Barracas Central, consiguió que le habiliten un estadio con enormes deficiencias.
Tan veloz es la ida de los posibles cracks como los cambios organizativos. El fanático se encuentra a diario con que no existe certeza de cuándo se juegan los partidos, más allá de un par de semanas hacia adelante. Existen cambios de programación a último momento, se discute en todo momento si habrá o no descensos en medio de una competencia y las comodidades en muchos estadios son vetustas. Hasta se habilitó recientemente la cancha de Barracas Central, que no cuenta con iluminación artificial, algo que exige el reglamento de la Liga Profesional.
El fútbol anda, como puede, mientras por debajo no se detiene la dedicación de manos anónimas en miles de clubes de barrio, que son la escuela de vida de los pibes, donde se transmiten valores, se socializa y se crea sentido de pertenencia. Desde el Estado no se los valora. Sigue sin reglamentarse la ley nacional de clubes de barrio que permite acceder a una tarifa social en los servicios. El lobby de las empresas de servicios público es más fuerte.
A la ley de formación deportiva, que le permite cobrar a los clubes por derecho de formación, ante cada transferencia de un jugador surgido de allí, tampoco se la promueve. Entonces, por imposibilidad o desconocimiento, directivos de clubes humildes no accionan judicialmente llegado el caso. En un año de elecciones nacionales, la política deportiva, específicamente la relacionada a los clubes, debería formar parte de la agenda política, considerando que el fútbol es un fenómeno deportivo, social y cultural de los argentinos. La selección y el pueblo en la calle fueron una muestra.