Ninguna ceremonia más simple y misteriosa que un puñado de arena en las manos. Todo chico lo sabe. Tal vez no sabe que es una ceremonia de enfrentarse con el infinito. Pero la realiza.
Ninguna ceremonia más simple y misteriosa que un puñado de arena en las manos. Todo chico lo sabe. Tal vez no sabe que es una ceremonia de enfrentarse con el infinito. Pero la realiza.
El pueblo donde crecí tiene las calles de arena. El patio de la casa es de arena. De ahí el nombre del libro: "con la arena, con la arena fina del tiempo", diría Felipe Aldana.
Este libro casi antológico, porque no todo lo realizado está aquí. No está "Cerca pasa el río" (1952). Y no está el libro de mis primeras poesías con algunos poemas rescatables. Tengo inédito "Cuaderno de Magoaire", otras hebras para el futuro del Collar, y este "Espiritual del límite" de reciente publicación. Pero yo debo a ustedes una justificación de por qué todo eso y la gratitud por vuestra presencia. Por lo tanto voy a leer este intento de justificación.
Y todo esto a: "qué suerte que no estamos solos". Es esa ansiedad que ya crece con el poema, esa necesidad asi agónica de escuchar concordancias espirituales. La afirmación que lo develado no quisiera ser un delirio y menos una frivolidad, sino a lo sumo una guardada lágrima en la vigilia, una pequeñísima cuenta a enhebrar.
Por eso importa la confrontación y cuando sucede ante poetas de otra generación, es un paso difícil pero necesario. Nadie más autorizada que otra generación para adjuntar una visión, una honesta resultante de ese puñado de hojas. Prioridad del poema: comunicar coherentemente el desmadejado envión del espíritu creador. Gracias, hermanos poetas. Junto a ustedes, no frente a ustedes, ya que de un collar se trata, tomo ese hilo que se balancea en el sereno con las primeras estrellas. Es un hilo de amor, una verdad diáfana. Una verdad diáfana que ustedes conocen:
El primer principio de la dignidad es ser libre.
Y saben que ser libre es existir poéticamente. Y existir poéticamente es comprender la eterna dualidad de este misterio: junto a la aparente realidad, la real ilusión. Esa verdad diáfana se escribe en mí con palabras elementales. Dice, por ejemplo:
Libertad dinastía del aire
Estoy borrando los siglos.
La mujer se vuelve,
de sus manos brota la alfarería
la agricultura el tejido.
Ese es su reino, ese es su reino
alegría
Estoy borrando los siglos.
El hombre está
donde su mirada no llega
el amplio mundo
El hombre sueña
El hombre es un poema
La mujer cantaba arrodillada
en su quehacer
La mujer le dio a leer un mensaje:
Sólo me siento libre
cuando soy capaz de crear.
De la poesía
Desde Aristóteles a Heidegger los filósofos consideraron la poesía como una certeza del hombre. ¿Certeza o incertidumbre? Habla el poeta entre marcados interrogantes frente a los misterios del universo; balbucea su lenguaje y en una cosmogonía total se identifica. Levanta en imagen el infinito en la palma de la mano de Apollinaire. Extrae de esos perceptibles momentos de descubrimiento la permitida luz para subsistir entre futuras sombras irreversibles. "El único fósforo en la oscuridad", de que hablaba Jack London.
Si la poesía es el puente que nos aproxima a la develación de la existencia —la enamorada señal del ángel— sabemos que la poesía es un camino. Un camino de conocimiento. Un camino que se supone sea amado. Un camino que se acepta con humildad. Un camino para llegar a ninguna parte.
Un camino que se supone sea amado: es la única razón para recorrerlo.
Un camino que se acepta con humildad: es la única condición para que nuestra voz nos sea develada.
Un camino no adornado: porque la vida no es un moño. La poesía es un camino. ¿Un camino para llegar a ninguna parte?
Del paisaje
El hombre mira desde un balconcito o se guarece entre chapas. Contempla las estrellas, si puede. El retazo de río que ve, y la idea del río que no ve, forma parte de otra cosa. La naturaleza es un bien ¡ay! cotizado. Los cuadros líricos para la visibilidad del alma están agrisados de smog y batido de gingles. El paisaje es loteado; la naturaleza agraviada por carteles y chatarra. El hombre padece y añora; ¡un puñado de verde, un árbol, el murmullo de un hilo de agua! Bloqueados por cemento y por latas ansiamos la Naturaleza, la dimensión de la llanura soleada, el perfume del surco, el símbolo total del girasol. ¡Qué hermoso es el amarillo, Vincent! El paisaje no es lo pintoresco sino la cosmogonía que nos incluye. El paisaje no es la evasión sino el encuentro.
Padecemos de telurismo. Padecemos la tristeza y la añoranza del inmigrante. Y qué es el hombre, qué somos sino inmigrantes en los baldíos del cielo, en las postas del Tiempo y del Espacio.
La Naturaleza es un bien. Los que tuvimos la suerte de crecer junto a ella no podemos escribir de otra forma que desde nuestra natural gratitud. Cada uno con su voz, con su pulsación, pero con innegable parentesco de hermanos.
Felipe Aldana
Fui contemporánea de la juventud creadora de Felipe Aldana. Con sus palabras: "Un poco de poesía" y con las mías "La poesía es una llama perenne" evoco la emoción que nos reúne y fraterniza.
Yo culminaba mi adolescencia con mi primer hijo en brazos cuando Aldana llegó a saludar mi poesía. Traía en sus manos los versos de juntadores, una espiga de trigo y una botella de vino. Entre amigos tuvimos la versión oral de sus poesías, su caudaloso entusiasmo, su fervor por todo poema realizado.
Estábamos Pedro Nalda (Querol), Irma Peirano, Raúl Gardelli, Víctor Sabato, Ernesto Devoto, Rogelio Lovell, Mario Danni, Chort, Fulton Gorosito, Pepe Treviño, Roberto Horne, Elba Estese, Miguel Andrade, Domingo (Rigatuso) y yo asomados al mar de su lirismo. "Famoso entre nosotros", diría Baudelaire de Gaspar de la Noche.
Asomados tan cerca a su increíble destino, vimos que toda la poética y toda la patética de Felipe puede enunciarse en la brevedad y en la intensidad del título de aquel hermoso cuadro de Gauguin: "¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?"
Y somos testigos que se preocupó más de la poesía que de urgencias promocionales. Tuvo la grandeza del humilde y confió en la justicia del tiempo.
(...) Como toda poesía de vida y circunstancia, este es mi lenguaje, el único modo, el único símbolo con que aproximadamente me contesto a mí misma. Como toda tarea realizada por manos no expertas, tiene un eslabón abierto: "Si aparto lo que creo que sé, ¿Qué queda de mí?
Espiritual del Límite lo escribí sin recorrer otra posibilidad que como es. Nada podría agregar. Nada substraer.
Por otra parte, allá... y desde que Huidobro aleccionaba: "poetas, no nombréis la rosa, hacedla florecer en el poema", puedo afirmar que cultivé en mi alma esa rosa ideal. No borroneaba papeles. Simplemente pensaba en la rosa. Un día del año 1979 tuve en mis manos esa rosa.
Todo, además, fue escrito sin aparentes soportes intelectuales. Puedo decir que como mi respiración es mi poesia.
Del Collar: que como todo nacimiento llega con un grito, "de orilla a orilla como si no hubiese nadie". Circundado de ríos le presta su imagen el grito al desamparo, a la patética intemperie que no registra ni un eco: de orilla a orilla, como si no hubiese nadie.
Entonces reparo en el rocío que permanece porque todavía no ha cesado el amanecer.
Lo mismo que en todos, queridas y añoradas ausencias pueblan el trasfondo de mi cotidianeidad. Cuando se resuelven en poesía aparecen en "Jardín de agosto", "Los fundados senderos", "Si entonces", "Bodegón con jarra", los esmerilados reflejos de patios con glicinas; en un sombrero de paja extasiado de mariposas, en un mantel que extiende esa ausencia.
Nada nuevo, un lirismo enhebrado por cantos de pájaros que nunca están demasiado próximos. Un lirismo.
¿Nadie ya, o acaso?
Glicina esmerilada
la luz
atardece
Nadie ya? O acaso el patio
suavemente desborda
¿Cantaba ella?
Susurraban las plantas
el agua del verano, arabesco
de otras presencias.
¿Lejos o cerca, nadie ya?
Cuenco de otras manos
auscultando el eco.