Ernesto Laclau (Buenos Aires, 1935) es un teórico político postmarxista. Doctor en Historia, Laclau es profesor de la Universidad de Essex, donde ocupa la cátedra de Teoría Política y también es director del Programa de Ideología y Análisis del Discurso.
El libro más importante de este reconocido especialista en filosofía política es "Hegemonía y estrategia socialista" (1985), que escribió junto a Chantal Mouffe, y que es considerado la piedra fundacional del postmarxismo. Los politólogos rechazaron el determinismo económico del marxismo clásico y la noción de que la lucha de clases es el antagonismo crucial en la sociedad. A cambio, teorizaron en torno a la democracia radical y al pluralismo agonal, en el que todos los antagonismos pueden ser expresados.
Laclau, autor del influyente ensayo "La razón populista" (2005) y referente teórico del kirchnerismo, recibió el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional de Rosario. En una entrevista previa con La Capital se refirió a las perspectivas político-electorales del ex gobernador Hermes Binner, a las que catalogó como "desvaídas", y aseguró que el ex candidato presidencial del Frente Amplio Progresista en las últimas elecciones "no creó un polo de opinión nacional alternativo".
—Uno de los problemas básicos en la Argentina es que la oposición política partidaria está completamente «deshilachada» y de esa manera, para crear una oposición más creíble, es necesario que haya una especie de «trasvasamiento» del sistema político a otras formas sociales de acción. Los multimedios están representando el principal partido político de la oposición en este momento en la Argentina. Antes se ocupaban de dar información y de vez en cuando había un editorial en el que daban su opinión sobre lo que ocurría. Pero ahora es simplemente la organización de «campañas políticas». La prensa está dejando de ser creíble.
—Héctor Magnetto, CEO del Multimedios Clarín, ratificó que el grupo no piensa adecuarse a la desinversión que fija la Ley de Medios...
—Más allá de que Clarín persiste en la judicialización del conflicto, después del 7 de diciembre (7-D) el gobierno va a «obligar» al grupo a desinvertir, aplicando todo el poder de policía que le otorga la ley, a través de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca). Martín Sabbatella, su titular, está muy decidido a impulsar la acción punitiva contra el multimedios.
—Usted se refirió a las expectativas que había generado Binner para liderar un espacio de centro-derecha. ¿Cree que el caso de los «narcopolicías» en Santa Fe ha afectado su potencial politico-electoral?
—Sí. De todos modos, las perspectivas políticas de Binner también se redujeron mucho desde la época en que yo hice aquellas declaraciones. En un momento se pensó que era el único político capaz de representar una alternativa, pero no ha funcionado así. Es decir, su presencia está cada vez más «desvaída». El hecho de que ya no sea más gobernador de la provincia ha influido negativamente. Binner no creó un polo nacional de opinión alternativo.
—¿Podrá la oposición argentina, tan heterogénea, articular una unidad como la que se dio en Venezuela contra Hugo Chávez?
—Lo veo mucho más difícil. Entre otras cosas, aquí no hay nadie de la envergadura de Henrique Capriles. Estoy en total desacuerdo con su política, pero era sin duda un polo juvenil, con un cierto carisma político.
—¿Y Mauricio Macri?
—Va a ser el candidato natural de la derecha, pero tampoco creo que pueda liderar una opción nacional al kirchnerismo.
—¿Comparte la idea de que al romper la alianza estratégica con el sector moyanista del movimiento obrero Cristina Fernández se ha recostado en las organizaciones sociales y juveniles?
—No creo que Cristina haya abandonado una política de alianza con el movimiento obrero. Hay que ver que los cambios estructurales del capitalismo implican que el movimiento obrero no tiene la centralidad que tenía en los años 40 ó 50. Tiene una gran «fragmentación» interna, con tercerización del proceso productivo y pérdida masiva de afiliación. El movimiento obrero ya no se presenta con una voz unificada. Esa fragmentación, de la cual no creo que haya que regocijarse, es casi natural en estas circunstancias y crea una cierta impotencia entre los trabajadores. Creo que este énfasis en las organizaciones juveniles y sociales (como el espacio Unidos y Organizados) es también parte del mismo fenómeno. En la actuales circunstancias de Argentina, Latinoamérica y el mundo en general, como resultado de la crisis internacional del capitalismo, hay una expansión horizontal muy grande de la protesta social. Y esa protesta social ya no se puede vehiculizar a través de los canales políticos tradicionales. Entonces pueden pasar dos cosas: o bien que se logre alguna forma de integración entre esa expansión horizontal de la protesta y la transformación vertical del sistema político, como se está dando en la mayor parte de los movimientos nacional-populares de Latinoamérica; o puede darse un tipo de protesta salvaje, como el caso de los «indignados» en España. Esto último no conduce en el largo plazo a ninguna victoria. En Grecia, la situación es mejor porque allí hay una respuesta política contundente, a través de una izquierda fuerte y orgánica.
—¿Qué papel le asigna a Hugo Moyano en su rol de opositor?
—No creo que a partir del moyanismo vaya a gestarse una oposición política que sea realmente creíble. Lo veo improbable.
—Algunas medidas del gobierno (control cambiario, limitaciones a la importación, impuesto a las ganancias), han impactado en la pequeña burguesía o clase media, generando ciertos niveles de protesta, como el caso de los «cacerolazos del odio y el egoísmo». ¿Cree que esto puede provocar cierto desgranamiento del apoyo de ese sector de clase al kirchnerismo?
—Era muy difícil pensar que ese tipo de medidas, que debían ser tomadas, no producirían la reacción de los sectores medios, porque golpeó en su bolsillo. Ahora bien, considero altamente improbable que estas acciones de protesta vayan a resultar lo suficientemente extendidas como para crear un contraproyecto hegemónico.
—Desde la «izquierda abstracta» (como le gusta a Norberto Galasso definir a la izquierda partidaria), pero también desde los sectores de la izquierda del kirchnerismo, se están reclamando algunas «deudas pendientes» del proceso nacido en el 2003, que podrían profundizar los logros del gobierno nacional y popular, tales como una reforma impositiva para gravar la renta de los sectores más concentrados: las grandes cerealeras, las corporaciones mineras y las grandes entidades financieras. ¿Cuál es su opinión?
—Creo que es un área en la que el gobierno no ha avanzado lo suficiente, pero sobre la que va a tener que transitar si quiere consolidar su proyecto en los próximos años. La reforma impositiva no ha sido demasiado «radical» hasta el presente, pero es una necesidad de la situación actual. Estoy completamente a favor de este tipo de medidas.
—¿Qué decisión nodal del gobierno podría profundizar el avance de este proceso hacia una democracia más plena?
—Creo que es necesaria una reforma constitucional. La Constitución que tenemos se basó en el neoliberalismo de los años 90. La Carta Magna más avanzada que tuvo la Argentina fue la de 1949, derogada por el golpe del 55. Las instituciones no son nunca neutrales, sino que son la cristalización de una relación de fuerzas entre los grupos. Por consiguiente, cualquier proyecto de cambio va a chocar con aspectos del orden institucional vigente. El «institucionalismo abstracto» (para usar los términos de Galasso), que hoy predomina en muchos actores, contrariamente trata de desligar el complejo institucional de las bases sociales que está expresando. Medidas que eran parte de la Constitución del 49, como la nacionalización de las fuentes de energía y la regulación social de la propiedad privada, tendrían que reintroducirse en una nueva Carta Magna.
—¿Y la polémica cláusula de reelección indefinida?
—Es el único tema que en el fondo le interesa a la oposición para negarse a la reforma. Yo estoy a favor de la reelección indefinida, no pensando en particular en la de Cristina, sino como un principio más general. Hay que ver cómo se formaron históricamente los Estados liberales en América latina. En Europa, el parlamentarismo fue siempre la forma de expresión democrática frente al autoritarismo real. Pero en Latinoamérica en general, al contrario, los Estados liberales fueron la expresión de las oligarquías regionales. Por lo tanto, el Poder Legislativo siempre se usó para enfrentar al Ejecutivo, que en muchos casos trataba de aplicar políticas de reformas más radicales.