Cristina debutó en su nuevo rol de presidenta del Senado. Y casi sin hablar —lo propio de la función— igual estuvo en el centro de todas las miradas. La escena tuvo su color, y también su rareza. Porque Cristina Kirchner había ocupado todos los cargos legislativos, y fue presidenta de la Nación dos veces. Sin embargo, ahí, en la presidencia de la Cámara alta, no había estado nunca.
La líder que diseñó el retorno del peronismo al poder, previsiblemente fue igual a sí misma. Retó en dos oportunidades a su jefe de bloque, el formoseño José Mayans, por el uso del masculino “presidente”, “presidenta, senador, presidenta”, repitió Cristina.
Fue amable con el senador Martín Lousteau (autor intelectual de la fallida resolución 125) y no le concedió ni la mirada a Julio Cobos (su vicepresidente, el que la traicionó, en la histórica votación de la 125).
El rol de repartir la palabra con equidad entre los senadores, y el de hacer cumplir el reglamento, lucen de escasa relevancia para la principal dirigente política de la Argentina. Sin embargo, lo que sale a la luz en el recinto, es, apenas, una parte menor de la trama completa de la Cámara alta. Sobre todo, en jornadas difíciles, como la de ayer, donde una ley ómnibus pasó sin interrupción de Diputados a Senadores.
Cristina tejió, detrás de escena, toda la negociación política para llevar el megaproyecto a la sanción definitiva (que se concretaba durante la noche, luego del cierre de esta edición).
En la madrugada de ayer Diputados “retocó” el proyecto original que salió del Ejecutivo, favoreciendo la continuidad de los regímenes especiales de jubilaciones (de privilegio). Muy rápido, comenzó a escalar en rechazo de la sociedad. Pero a igual velocidad, el presidente de la Nación intervino, extendió el período de sesiones extraordinarias y le puso un revólver en la nuca a las jubilaciones de privilegio. Que serán sepultadas en las próximas semanas.
Cristina llevó a la sesión (a través de su colega Anabel Fernández Sagasti) el tuit con la postura de Alberto Fernández que desinflaba la tensión de los irritantes regímenes especiales.
No debería sorprender, pero la ex presidenta que supo ser la dama de hierro, inflexible en su modo de conducción política desde la Casa Rosada, ahora discurre en modo negociador.
Su juego, parece, se adapta a los ciclos políticos. El oficio lo tiene, y por ahora, por obligación o por genuina vocación, asoma una Cristina Kirchner flexible, versátil, con la misma estética y con los mismos modos. Conducir el Senado es parte de su repertorio.