Cuando un vecino la encontró dentro de una bolsa de arpillera, golpeada, baleada y con heridas cortantes, avisó que allí había un cuerpo. En principio la policía y el fiscal no encontraron el documento que identificara ese manojo de huesos flacos y durante 15 horas del 11 de enero, oficialmente, Susana Haydee Mena sólo estuvo ausente de su casa.
La joven de 27 años vivía en la zona conocida como la Toma de Magaldi, al 8800 de esa cuadra, en el extremo oeste de Rosario. Allí los vecinos conocían a Susi y durante los últimos cuatro años la habían visto con sus tres hijos arrastrar el carro donde juntaba cartones, maderas, latas y residuos de todo tipo, recorriendo una y otra vez el trayecto por Magaldi hasta Wilde, parando frente a los chalecitos a pedir lo que fuera.
El barrio sabía quién era Susi y sabe por qué la mataron. Alejandro es su viudo, vive junto a sus tres hijos y sus padres en un pasillo de ladrillos huecos del barrio Gráfico. En la entrada hay un pollito muerto y rodeado de moscas, un perro con sarna que se tambalea, agua servida que busca un cauce invisible a una zanja y un auto destartalado junto al carro que usaba Susi.
“No quiero hablar de eso ni de nada, ni de quién era cuando estaba viva, ni de cómo fue que la mataron, nada. Gracias por venir”. El miedo es un huracán para Alejandro, lo deshace y lo parte como a un viejo árbol y eso se escucha en su voz y se ve en sus movimientos. Niega el recuerdo porque no quiere problemas. Un dato: en 2022 Susana denunció a su pareja por amenazas y lesiones en la comisaría 12ª, donde relató haber sido golpeada y amenazada de muerte.
Según el Observatorio de Seguridad Pública en 2023 hubo 47 mujeres asesinadas en el departamento Rosario, más del doble de lo registrado anualmente en años anteriores. Veinte de ellas fueron asesinadas por conflictos narco. Dice una mujer que Susi soldadeaba para una bandita. Por eso la bolsa, por eso los golpes.
Susana es una de las cinco mujeres asesinadas en Rosario en lo que va de este año y se suma a Tamara Marionsini, Ana María Martínez, Stefanía Toloza y María Mercedes Antelo, una mujer que apareció quemada y luego falleció en un pabellón de la cárcel de mujeres. De esos casos, dos fueron considerados femicidios. Los otros permanecen bajo investigación judicial.
Perfil
El silencio de Alejandro delega la reconstrucción de Susi en los recuerdos de sus vecinos, en los médicos que atendieron a sus hijos, en los que le dieron ropa y comida, la vieron vender drogas en la calle y sabían de su adicción profunda. ¿Cómo armar la vida de alguien que sólo existió para tres niños y un esposo que luego de su muerte no quiere recordarla?
Susi hizo pareja con Alejandro y tuvieron tres hijos, la más grande pasa los 10 años, la pequeña no tiene más de dos. La familia de él, que vive hace unos 30 años en esas calles sin luz, atiborradas de tierra y motitos, no se llevaba bien con ella. “No la querían mucho. La familia de él siempre cirujeó y es muy buena gente. Ella tenía muchos problemas. Era una buena madre, los chicos siempre iban con ella”, cuenta una vecina que vive cerca de la casa donde hallaron el cuerpo de Susi. La mujer prefiere no dar su nombre, sabe del miedo a las banditas del barrio y de las revanchas y los tiros por nada.
Casi no hay fotos de Susi, es un recuerdo de la calle, en el campo sería casi un alma en pena. Cuenta una vecina de los chalés de Wilde: “Me acuerdo, era muy flaquita, morochita y chiquita, parecía una nena de 15 años. Una vez me dijo que quería ir a Cañada de Gómez, tenía familia creo. Otra vez me dijo que era de Empalme Graneros. Yo le daba fideos, galletitas, eso”.
Perdida
Un día antes de que apareciera su cuerpo en una casa usurpada y dentro de una bolsa, Susi se movió mucho. La vieron ir de un lado al otro, hablar con varios chicos y chicas de las cuadras. Entró a una casa, salió, fue a otra. Un rumor que corre en el barrio es que días antes de que la asesinaran Susi se quedó con plata de alguien o con algo de droga. “Vio cómo es eso; matan a chicos, ¿por qué no van a matar a una mujer sin nada?”, comentan.
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En el barrio hay dos grupos narcos bien identificados: los de “la chanchería”, en la zona de San José de Calasanz al 9000 hacia el sur; y una familia que los vecinos casi no nombran pero es considerada “dueña” de la Toma de Magaldi. “Acá te balean por nada, hay un búnker por manzana”, cuentan con total naturalidad. Por esa realidad iba Susi, con sus 37 kilos tirando del carro, con su hija pequeña en el cochecito y su adicción paseando por los descampados como una sobreviviente atroz.
Pero en su barranca abajo nunca olvidó a sus hijos: los llevaba al dispensario y los vacunaba, los hacía ver por el médico. Las trabajadoras sociales y las psicólogas del dispensario de Magaldi al 8500 intentaban protegerla: ofrecerle una palabra como un trapo de abrigo. “Siempre decía que atendiéramos a los chicos, que ella estaba bien. Tenía una voz linda, bajita, y era una persona extrovertida. Se le ofreció un taller de trabajo, un lugar, pero no tenía voluntad. Estaba perdida, una lástima”, dijeron profesionales del centro de salud.
Los hijos de Susi fueron derivados en un momento a la Dirección de Niñez de la provincia y a ella se le ofreció un espacio de salud mental donde pudiera plantear su problema. Durante todo ese tiempo Susi llevó sus hijos a cuestas, pidió, se lastimó.
La casa donde encontraron a Susi fue usurpada hace unos meses. Frente a la vivienda de un solo ambiente grande y con una pieza se ve un mural de San La Muerte. Tal vez esa pintura que da confianza y miedo a los devotos haya sido vista muchas veces por Susi, que vivía a pocos metros de esa esquina de Magaldi al 8800.
“La mataron por una deuda o por robar. Y fue un mensaje para los otros soldaditos. Dicen que la fueron a buscar, se la llevaron y después apareció muerta en la casa esa”, cuentan casi en susurros. Tal vez Susi nunca pensó que cuando la fueron a buscar ese santo cruel estuviera tan cerca de su alma. De los cinco asesinatos a mujeres en lo que va de este 2024 el de Susi parece ser una historia de drogas, venta y muerte. La mano que la golpeó y la hirió tal vez buscaba que un mensaje quedara en claro: si me robás te mato.