Roberto Ezequiel Acosta, de 30 años, fue asesinado en la noche del miércoles en una casa de pasillo de Avellaneda al 4400. Las causas eran desconocidas y misteriosas para su familia, ya que Acosta ni siquiera vivía en la casa donde murió y los vecinos de esa cuadra de barrio Alvear no tenían ni idea de quien era el muchacho.
El cuerpo fue hallado por la pareja de la víctima, Mariela, pasadas las 15 del jueves. Alguien le avisó que en esa casa deshabitada estaba el cuerpo de su marido. Cuando entró vio a Roberto tirado en una sala y sobre un charco de sangre seca. “Le habían roto el celular y se ve que peleó”, dijo la mujer, que observaba desde la vereda de enfrente a los policías, la morguera y a la fiscal Gisela Paolicelli mientras recorría varias viviendas vecinas al pasillo.
Al lugar se ingresa por una puerta reja que da paso a tres viviendas pequeñas a las que también se puede acceder por tapiales lindantes con baldíos y patios de casas de un asentamiento. Cuando Mariela entró a una de esas casas no sabía muy bien cómo moverse. No conocía el lugar y nunca supo que Roberto había estado allí.
El hombre muerto estuvo un largo tiempo entre rejas por un hecho de hurto, según trascendió, no menos de 5 años. Acosta era oriundo del barrio Empalme Graneros y vivía con su mujer y su hijo en la zona de Sorrento y Casiano Casas.
Según Mariela actualmente se dedicaban al cirujeo y otras actividades ligadas al servicio doméstico. “Cartoneaba conmigo y no tenía problemas con nadie. Anoche vino para acá, para esta casa, pero no me dijo nada, yo ni sabía donde estaba él hasta que me avisaron que viniera y cuando entré lo vi. No le robaron nada, ni el celular; por que lo tenía al lado el cuerpo y estaba hecho añicos, todo roto”.
Junto a Mariela, que sostenía al hijo de la pareja en brazos, se encontraba Roberto, padre de la víctima. “El estuvo preso pero ya había pagado (con su condena) y se había rescatado. Trabajaba de lo que viniera. Con los cartones, cortando el pasto en las casas, pintaba paredes, lo que sea para ganar un peso. Era un busca mi hijo y me lo mataron así y ahora tengo que ver que se lo lleven muerto”, dijo antes de estallar en un sollozo.
“El no tenía que estar acá tan lejos de su casa. Se ve que alguien lo llamó y le dijo que tenía que cuidar esa casa, por ahí le ofrecieron plata, pero él no le dijo nada a la mujer. Yo hace un par de semanas que no lo veo, así que no sé mucho”.
“Mi hijo tenía 30 años, era un chico que se crió en la calle y sabía mucho — aseguró Roberto—. Los vecinos nos dijeron que anoche se escucharon los tiros pero acá se escuchan tiros todas las noches. La fiscal me preguntó donde compraba drogas mi hijo, y yo no sé si compraba drogas ni nada. Solamente sé que le hicieron una cama para matarlo.
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El padre del joven muerto aseguró que su hijo “siempre andaba solo, él no tenía junta ni nada. Era reservado además. Se preocupaba por laburar. Hace un par de semanas yo estaba internado y me vino a ver porque cirujeaba con la mujer cerca del hospital. Era un buen hijo”.
El padre también descarta alguna historia carcelaria pendiente. “No tenía problemas ni estaba amenazado. Se rescató y no estaba haciendo nada y los contactos con los presos los cortó apenas salió. Estuvo cinco años y salió hace ocho meses sin problemas con nadie”, sentenció.
Los vecinos del pasillo dijeron que en algunas de las viviendas de ese lugar viven familias con chicos que entran y salen y juegan en la vereda. Pero en otra, la abandonada y en la que mataron a Acosta, hace unas semanas que ingresaba “gente con autos, que después no se los veía en el barrio. Anoche no escuchamos tiros ni nada y tenemos un perro que ni ladró. Es raro, le habrán tirado con un silenciador. Tampoco escuchamos gritos”. Dijeron que “ahí no se vendían drogas, no era un búnker”.
En caso de que la muerte se haya producido alrededor de las tres de la mañana, ya que según la médica forense la muerte databa de unas doce horas, es casi imposible que nadie escuchara un grito, un tiro, una voz. También es muy difícil en estos casos que alguien cuente lo que vio o escuchó.
En la cuadra de Avellaneda al 4400 el único asombro de los vecinos es que no conocían a Roberto. “Nunca lo vimos”, dijeron, mientras la policía cortaba el tránsito para realizar pericias, unos chicos jugaban a la pelota en la calle y varias nenas andaban en bicicleta. La fiscal Paolicceli, a cargo de la causa, ordenó peritar el lugar, relevar cámaras y tomar testimonios.