La disputa por el multimillonario legado de Bartolo Martín Zarich, un productor agropecuario que murió sin descendencia en la zona de Casilda hace siete años, prometía una refriega para alquilar balcones. Para quedarse con el abultado patrimonio del hacendado aparecieron dos herederos, ninguno de su familia, con documentos avalados por escribanos. Pero, contra lo esperado, los actores del pleito prefirieron correr un telón de silencio sobre la pelea y evitar que la divulgación inesperada del asunto hiciera más ruido. Las partes guardaron de este modo las armas para mejores batallas. En especial la familia de Pedro Zuchetti, el productor de Los Molinos que el último año de la vida de Zarich lo cuidó en su casa y recibió las 160 hectáreas que habían sido del anciano. Lo que hizo Zuchetti fue renunciar voluntariamente a una contienda penal que lucía prácticamente ganada contra alguien que, mediante una trampa notoria, le quería arrebatar ese valioso campo.
¿Por qué alguien que va a ganar un pleito que además implicará recibir dinero declina ir a juicio cuando en todas las etapas previas le dieron la razón? Probablemente porque con el juicio iba a retumbar el polémico modo en que Zuchetti se quedó con los campos de Zarich.
El tema es que Zuchetti con su demanda puso a trabajar recursos humanos y económicos de la Justicia de Casilda y de Rosario. Cuando lo hizo el tema no era conocido pero cuando se hizo público, el explotador de los campos optó por llegar a un arreglo con el hombre que, con una artimaña payasesca, lo demandaba.
Bartolo era un colono de ascendencia croata de apariencia humilde hasta el descuido, pero de gran riqueza material. Murió el 31 de agosto de 2013 dejando un campo de 160 hectáreas, certificados de plazo fijo, terrenos, maquinaria rural, una camioneta y una casa en el centro de Los Molinos, pueblo ubicado a 15 kilómetros de Casilda. Esos bienes fueron valuados hace un año en más de dos millones de dólares.
Zarich había trabajado el campo toda su vida pero al entrar en la vejez decidió ceder las labores a un arrendatario. En el último año de su vida Bartolo estuvo al cuidado de la familia Zuchetti con quien había mantenido una amistad no anterior a esos doce meses. Pedro Zuchetti, también colono de la localidad, llevó a Bartolo a su casa. Al mismo tiempo, según recuerdan los vecinos, se hizo cargo del trabajo de la explotación rural de Zarich. Para esto corrió a Juan Carlos Stefanutti, el histórico arrendatario de Bartolo, que un día no pudo ingresar a hacer las labores agrícolas por encontrar el candado roto de la tranquera. Desde entonces los Zuchetti explotan el campo de Zarich a partir de un poder general amplio que fue cedido por una escritura pública.
Un heredero en vida
Al declinar la salud de Bartolo los Zuchetti estuvieron cerca suyo. Recibieron al cabo de la última etapa algunos bienes donados por Bartolo que, aún en vida, dejó la totalidad de su patrimonio como único heredero a Pedro Zuchetti, el jefe de la familia, mediante un testamento formalizado con una escritura pública ante un escribano de Arequito y en presencia de tres testigos.
Poco tiempo después de la muerte de Bartolo una abogada de los Zuchetti se llegó a un juzgado civil de Casilda para iniciar un juicio sucesorio con el testamento inscripto. Pero allí le dijeron que había otro heredero: un tal Juan Carlos Gómez, domiciliado en el centro de Rosario, que había presentado un testamento en sobre cerrado, donde el viejo colono hacía constar con su firma frente a cinco testigos identificados que le dejaba todo.
Todo era muy extraño. ¿Cómo sabía Gómez que era el beneficiario de un legado millonario cuando el sobre estaba cerrado? Como el testimonio no cumplía las formalidades de ley hubo una denuncia penal.
Otro heredero trucho
Ahí saltó todo lo de apariencia irregular. Los testigos de Gómez no eran de Casilda ni conocían a Zarich ni al propio Gómez. Tres pericias caligráficas además dictaminaron que la firma de Bartolo era falsa. Para colmo el escribano que certificó el testamento en favor de Gómez es Eduardo Martín Torres, un profesional reiteradamente acusado y condenado por estafa en Rosario.
A instancias de la denuncia de Zuchetti, fiscales de Casilda y de Rosario acusaron a Gómez, al escribano Torres y a los cinco testigos por estafa procesal, es decir, intentar confundir al juez civil Gerardo Marzi plantando un testamento falso para inducirlo a fallar en favor de Gómez, quien en esa audiencia sostuvo algo descabellado e irritante: que había tenido con Bartolo una relación sentimental oculta durante veinte años y que por esa razón éste le dejaba sus bienes.
Sin embargo, cuando hace unos meses el caso debía llegar a juicio oral, Pedro José Zuchetti se presentó ante los fiscales de manera inesperada y dijo que se había reconciliado con Gómez.
Acá no pasó nada
Resultó curioso que, de manera súbita, el hombre que estaba tan decidido a arruinar al contendiente que con argumentos desquiciados le quería sacar las 160 hectáreas de campo ahora hiciera las paces. Y no sólo con él, sino también con el escribano y los testigos que habían montado un fraude tan notorio que convertían al juicio en pan comido. Gómez había expresado que desistía del proceso en forma irrevocable y que en realidad lo había impulsado "en la creencia" de ser heredero. Entonces Zuchetti lo perdonaba.
¿Y el largo trámite en el que el Estado gastó esfuerzo de funcionarios y recursos materiales? ¿Y la maniobra burda de falsificación de un documento público de un escribano para engañar a un juez civil? ¿Y los testigos falsos que dieron fe de una relación inexistente entre Gómez y Bartolo? Ante el "arreglo" de los combatientes eso terminó de parte del Estado como si no hubiera ocurrido. El acuerdo salvó a las partes de una publicidad ingrata para ambas, que no existía cuando los dos herederos presuntos lidiaban en medio del secreto.
Suspicacias
En Los Molinos y en Casilda hubo enormes suspicacias sobre el modo en que los Zuchetti se hicieron de los campos de Bartolo. Se acercaron a él en el último año de su vida en la iglesia a la que el anciano de estirpe croata acudía como devoto fervoroso. Lo llevaron a vivir a su casa y le pusieron una mujer a su cuidado. Las incógnitas en la zona es qué ocurrió para que un hombre profundamente desconfiado, muy celoso de sus posesiones y cultor de la soledad le haya dejado todo a una familia a la que conocía pero a la que solo frecuentó en el último año de su vida.
Al tomar a cargo los trabajos en el campo de su antiguo vecino, los Zuchetti empezaron a recibir bienes en donación de Bartolo, que aún vivía. Pero al arrancar el año 2013 visitaron a un escribano de Los Molinos que se llama Nicolás Raymonda. Este escribano declinó avalar una escritura pública donde un hombre al borde de los 90 años dejaba voluntariamente todo lo que tenía a una familia con la que se sabía había tenido, históricamente, poca relación.
Quien si aceptó intervenir fue Héctor Damiani, un escribano de Arequito, el 4 de marzo de 2013. Así lo certifica el Consejo Federal del Notariado Argentino. Bartolo murió cinco meses después. “En el pueblo siempre oímos a Bartolo decir que le dejaría su herencia a la iglesia, al centro de jubilados, a las escuelas y al Samco para que compraran un tomógrafo. Esto hace más sospechoso lo que finalmente sucedió”, sostuvo un vecino en un bar de Los Molinos el año pasado. Al mismo tiempo, para otros vecinos, los Zuchetti, que siempre se dedicaron a tareas rurales, cuidaron al viejo colono y recibieron en buena ley sus bienes.
La familia de Casilda
Bartolo no tenía una relación cercana con su familia. La excepción era con su sobrino Juan Zarich, un gestor de automotores que vivía en Casilda. El anciano iba a esa ciudad a renovar sus depósitos de plazo fijo cuando vencían y luego almorzaba con su sobrino. También Juan lo visitaba en su casa de Los Molinos cuando iba a la cooperativa o a empresas donde solicitaban sus servicios de gestor. Murió en 2012, un año antes que su tío, por lo que Bartolo perdió el único contacto familiar regular.
Carina Zarich, hija de Juan, cree que ante ese vacío los Zuchetti se arrimaron a Bartolo. “No puedo decir si se conocían de antes. Lo que es seguro es que los Zuchetti nunca fueron sus amigos hasta entonces. Se acercaron a él en 2012 en la iglesia a la que iba Bartolo. Se hicieron cargo de él un año antes de su muerte. Corrieron al arrendatario de su campo y tomaron ellos las tareas con Bartolo en vida. Me acuerdo que Pedro asumió dos juicios laborales por haber despedido a dos mujeres que trabajaban con Bartolo”, afirmó la sobrina el año pasado.
Tras el fin del caso Zuchetti ya incorporó a su acervo la propiedad de Zarich y quedó libre de molestas acechanzas. En Los Molinos dicen que compró un par de tractores y que se está haciendo una casa al borde de la ruta que cruza el pueblo.
Zuchetti y Gómez habían peleado para quedarse con la herencia de Bartolo pero de un día para otro se amigaron. Así se evitaron que la puja, de la cual el año pasado se habló hasta el cansancio en toda la zona, se perpetuara en un diluvio de incómodos comentarios. Que no es sólo un pleito entre particulares sino una historia repetida en tantos pueblos de la pampa húmeda. La historia de dónde terminan los bienes de viejos sin descendientes cuando les llega la hora.