En el Club Los Caranchos empiezan a soplar vientos de cambio. La realidad le indicaba que tenía que cambiar, o al menos intentarlo, para recuperar el espacio perdido. Y para arrancar con ese cambio nada mejor que confiar en la experiencia de un hombre de la casa: Víctor Jiménez. "Es una responsabilidad muy grande, un gran desafío y estoy muy contento, realmente feliz por la decisión. Hay mucha voluntad en el club para cambiar y eso es lo principal. Ahora hay que ponerse el overol y empezar a trabajar", dijo el ex pilar de la Furia Blanca que vuelve a su primer amor después de 18 años en el profesionalismo.
En 1999 Jiménez partió rumbo al Viejo Mundo y ese viaje marcó un punto de inflexión en su vida, porque si bien tuvo que dejar atrás muchos afectos apostó al futuro. "En esa época estaba trabajando con mi viejo, que tenía camiones, o sea que me pasaba la mitad de la semana viajando y la otra entrenando y jugando. Fueron momentos muy duros, pero lindos. Y ese año (1999) surgió la posibilidad de poder ir a jugar al rugby de manera profesional, de seguir con esta pasión y de paso hacerme unos mangos. Se cerraron todas las cosas como para tomar una decisión que no era fácil e irme. Era soltero y estaba de novio con Silvina, la que ahora es mi mujer. El primer año estuve solo y como me fue bien, después ella viajó y empezamos a vivir juntos", recordó el ex coach.
El pilar, que por ese entonces tenía 28 años, recaló en Viadana, un club en el que tuvo un balance más que positivo, ya que en ese período con su equipo ganó dos copas Italia y un campeonato.
Luego continuó su carrera en L'Aquila, Capitolina y Lazio, institución donde colgó los botines y se calzó por primera vez el buzo de entrenador. "En Lazio empecé como jugador pero me garantizaron el recorrido como entrenador y la verdad es que cumplieron todo al pie de la letra", contó.
Jiménez llevó a Lazio de la Serie A al Top 10 y luego la Federazione Italiana le ofreció ser el coach de la Academia M18 en Roma y, al mismo tiempo, ser el entrenador de los forwards del M20 de Italia. Ese trabajo lo catapultó a la Liga Celta, donde dirigió a Zebre durante tres temporadas.
La salida de Zebre fue determinante para barajar y dar de nuevo. "Las cosas se dan en la vida por distintos motivos. En Italia se me había cumplido un ciclo. En Europa llegué a un nivel muy importante, al que pocos entrenadores argentinos en general han llegado. En el plano familiar mis hijos Victoria (15 años) y Mateo (12 años) estaban creciendo y si decidía quedarme allá ya era para toda la vida. Quería tener la opción de volverme a la Argentina y que después ellos decidan de grandes. Por eso con mi familia tomamos la decisión de volvernos, pensando en la necesidad de estar radicados en un lugar sin movernos tanto. Y fue ahí cuando apareció el club con una propuesta, un proyecto ambicioso, de cambio. La verdad es que me gustó mucho y, en este caso, la plata no fue la primera motivación. Y nos volvimos", confesó.
La decisión de volver y meterte en este proyecto no debe haber sido fácil porque el desafío es doble; no sólo por lo profesional, sino también por lo que representa para vos el club.
Si, es así y lo tomo como una doble responsabilidad, porque es el club donde crecí y porque me van a pagar por mi trabajo.
¿Qué es lo que más se añora estando afuera?
Estando lejos lo que más se extraña son los afectos. Seguramente en un primer plano está la familia, pero en realidad se extraña todo lo que es el aspecto social de la Argentina, la vida de club como se conoce acá no existe en otro lado. Y ese es un plus que la gente que vive acá no lo reconoce o no lo toma en consideración.
¿Qué te dejó tu paso por Europa?
Un montón de cosas. Partiendo de que tuve mis hijos y armé mi familia hasta el cambio de mentalidad. Tuve un crecimiento personal muy importante y si bien en esencia uno sigue siendo el mismo, cambié en mi comportamiento, en mi conducta, en mi forma de ver las cosas, de pensar, de trabajar. Europa me ordenó mucho en lo profesional, me exigió mucho y eso hizo que, junto a mi familia, afrontara la vida con otras herramientas.
¿Por dónde pasa el desafío más grande?
El rugby lo vamos a acomodar rápido... lo más difícil del club va a ser el cambio cultural. Y un cambio a tantos años trabajando del mismo modo va a tener un impacto fuerte y seguramente no todos van a estar de acuerdo y sé que voy a tener resistencia. Los cambios culturales provocan confusión, inseguridad... pero la gente de a poco se va a ir dando cuenta de que no quedaba otro camino para seguir, porque nos estamos quedando muy lejos del nivel rugbístico. Creo que fue una decisión importante para el club: la única salida era armar algo con un responsable que esté todo el tiempo en el club, que viva su realidad, que conozca su historia, su cultura y tenga el tiempo suficiente para poder ir cambiando las cosas. Naturalmente esto no lo voy a poder hacer solo, eso sería una utopía, pero sí con la energía y la voluntad de la gente que hay en club.
Es un proceso que va a llevar un par de años
Sí, un par de años para arrancar. Si bien en el club se han hecho muchas cosas en infraestructura y han tratado de mejorar todo, es un cambio cultural y eso lleva mucho tiempo, pero alguna vez teníamos que empezar. Espero verlo. No tengo la expectactiva de ver ese cambio en este período de los dos años y medio que dura mi contratación.
¿Cuál es el objetivo?
Uno de los objetivos es dejar el club estructurado para que pueda seguir trabajando. Después hay objetivos deportivos y hay que hacer que estos sean alcanzables y naturalmente son para evaluar mi trabajo.
¿Empezás por abajo o por arriba?
Por todos lados (risas). Tuve que empezar la casa por la puerta, la ventana y también por la chimenea. Ahora estamos en una etapa de evaluación y cuando la finalizamos ya nos vamos a poner de lleno a planificar el 2018. Es un gran desafío y estoy muy contento, realmente feliz por la decisión. Hay mucha voluntad en el club para cambiar y eso es lo principal. Ahora hay que ponerse el overol y empezar a trabajar.