“En mi época no te vendían nunca. Los equipos formaban igual durante un montón de años. Ahora todo cambió y a los pibes los venden enseguida. Si un jugador da dos pases bien, lo venden. Y si hace un gol, vale un millón de dólares”, exagera, pero no tanto, el profesor Horacio Vigna, no casualmente el preparador físico que más tiempo trabajó con el recordado Angel Tulio Zof sino, además, quien cumplió durante más partidos esa función en Central: 452 encuentros entre torneos locales y copas internacionales y más de mil si se suman los partidos con don Angel en San Martín de Tucumán y con Ariel Cuffaro Russo en Central, Ecuador, Bolivia y Central Córdoba.
¿Cómo era jugar en las inferiores de Central en la década del 70?
Estuve desde los 17 años hasta los 20, en cuarta especial, primera local y reserva. Vivíamos en la pensión del club, que estaba en el hotel Palace de Corrientes y Córdoba, donde también se concentraba la primera. En Central te obligaban a estudiar, entonces empecé ingeniería, pero dejé, y empecé a estudiar educación física hasta que me tocó el servicio militar en la marina, en la que hice dos años, en Bahía Blanca. Cuando volví no tenía lugar en Central y Timoteo (Griguol) lo habló a Canción Montes para ir a jugar a Sportivo Federal, pero un día lo encontré al director del Liceo de Educación Física y me preguntó por qué no volvía a terminar la carrera. Yo jugaba en Las Parejas, Armstrong y Carcarañá para pagarme el estudio y ya dirigía en las inferiores, así que corría de un lado para otro.
¿Con quién trabajabas en las inferiores de Central en tus comienzos?
Trabajábamos con Pancho Erausquin, el Oso (Ernesto) Díaz y el Tato (Alejandro) Mur. Eramos tres preparadores físicos y había diez divisiones. En la Rosarina te mataban. Eran partidos terribles. ¿Sabés lo que era ir a jugar de visitante a Central Córdoba o a Newell’s? Era un clásico total. Eran torneos sin límites de edad, donde si Central o Newell’s un año ganaban el título en la primera local y en la cuarta especial, por ejemplo, eran unos fenómenos y los otros no servían para nada.
Daniel Teglia contaba en una nota que en aquellos partidos de la Rosarina “aprendieron a defenderse entre ellos”, que “no salías invicto sin comerte un piedrazo” y que cuando empezaron a jugar en las inferiores de AFA estaban contentos porque “sólo te pegaban adentro de la cancha”.
Era así. Era otra época y otro fútbol. Que debutara un pibe en primera antes de los 20 años era imposible. Timoteo aguantaba a los jugadores y no los ponía. Daniel Killer, Miguel Cornero, el Topo Carril debutaron en primera cuando tenían 22 o 23 años.
¿Cómo era el trabajo con los juveniles de entonces?
En esa época la primera trabajaba muy sola. Cuando empecé a trabajar en las inferiores éramos tres profesores y ahora son once. Ya con don Angel sumamos a Cuffaro Russo y a (Germán) Rivarola, y después al Polillita (Rubén Da Silva) y a (José) Chamot, para los delanteros y los defensores. Más ojos ven más, pero el jugador mira al técnico y no sé si conviene que sean tantos en el cuerpo técnico por el vestuario. Al jugador no le gusta que lo rete un ayudante del preparador físico.
¿Kempes fue el mejor jugador que viste en Central?
¡Sí! Cuando vino Mario fue la mejor época de Central. Kempes ganaba los partidos él solo. El profesor De León (DT de la primera) decía que con Kempes el equipo no necesitaba arquero. A Mario no se le dio el valor que tuvo: fue Botín de Oro, mejor jugador del Mundial 78 y goleador. No lo valoraron porque algunos le tiraban al Flaco Menotti, pero era un jugador extraordinario, terrible. Cuando fue a River, en el año 81, ya estaba gastado.
¿Fuiste el preparador físico que más trabajó con don Angel?
Sí. Don Angel empezó a trabajar con (el profesor Ricardo) Pizarotti en Los Andes y después siguió con (el profesor Rodolfo) Arostegui en Jujuy y en el 79 y 80 en Central, donde también trabajó con el profesor Silvestri. Rodolfo (Arostegui) se fue después del 87 y don Angel me ofreció trabajar con la reserva, que dirigía el Toto Manfredi.
¿Don Angel disfrutaba de las pretemporadas?
Totalmente. Cuando estábamos de pretemporada en Córdoba, él no se quería volver. Cuando llegaban los últimos días empezaba a buscar amistosos para quedarnos unos días más, le encantaba esa vida en las sierras.
¿El partido final de la Conmebol fue el mejor logro de Central, como declaró el Tordo Palma?
Ese partido fue increíble por todo lo que pasó antes y durante la final. Y por el equipo, que estaba formado por muy buenos jugadores, algunos de una calidad extraordinaria como Palma y Da Silva.
¿Qué le pasó a aquel equipo de Central dirigido por Ariel Cuffaro Russo que sacó un montón de puntos y después se lo desarmó Usandizaga cuando era presidente?
Ese equipo había empezado muy bien, sacó 31 puntos y estaba bien armado, corría un montón, era bastante picapiedra pero tenía a jugadores como (Jesús) Méndez y (Gonzalo) Castillejos que hacían la diferencia. Después vino Lucho (Figueroa), pero estuvo lesionado y el equipo tuvo que jugar a otra cosa. Yo no estaba de acuerdo con la venta de Méndez ni de Castillejos, pero se fueron y no los pudo reemplazar.
¿Cómo fue aquel partido de 1975 en el que la reserva jugó en lugar de la primera y golearon a Racing 10 a 0?
Timoteo (Griguol) dirigía la primera, yo jugaba en la cuarta y en el 75 jugaba en la reserva, donde alternaba con el Pinza Vidal. Fuimos a jugar contra Racing con la reserva porque había una huelga de los jugadores profesionales. Quiero aclarar que al club lo obligaban a presentarse, si no vamos a quedar como carneros. Racing presentó una cuarta de jugadores de 15 a 17 años. En el primer tiempo ganábamos 7 a 0 y el árbitro, que era el Loco (Abel) Gnecco, antes de empezar el segundo tiempo nos dijo: “Si hacen muchos goles, lo suspendo”. Entonces entró (Eduardo) Raschetti Sánchez, metió dos goles, y Gnecco lo terminó.
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Vigna, número 10 de la reserva en 1975, en un partido contra River en la cancha de Newell’s.
¿Y cómo fue tu gol: pateó otro, te pegó y la pelota entró, como decía don Angel?
¡No! Hice el cuarto gol, de zurda. Lo que pasó después era que cada vez que jugábamos con Racing, en los diarios salía la estadística y aparecía la mayor goleada, 10 a 0, y con un gol mío. Entonces en esos días le dejábamos a don Angel un diario con esa nota arriba de la mesa y él se hacía el que no la veía, pero cuando alguien le preguntaba o se lo recordaba, se volvía loco.
¿Cuál era el origen de esa pica tan futbolera entre ustedes, alimentada por las bromas?
Don Angel jugó un montón de años en la primera de Central y nunca hizo un gol, pero era otra época y otro fútbol, cuando los defensores o los volantes defensivos no pasaban la mitad de la cancha. Y yo, que había jugado un solo partido en la reserva en lugar de la primera, había metido un gol en esa goleada a Racing. Yo entonces era gordo y tenía las “patas” blancas, entonces para don Angel era imposible que yo pudiera haber hecho un gol y los jugadores no podían creer que hubiera jugado al fútbol. A veces me ponía de acuerdo con (el arquero Alejandro) Lanari, yo le pegaba de puntín, él se dejaba hacer un gol y después iban y le contaban a don Angel. Y después le hacíamos otras bromas, como cuando con el (ahora gerente de fútbol) Pájaro Rubén Massei conseguíamos una citación de la época del Flaco Menotti, le cambiábamos el nombre del jugador por el mío y empezábamos una discusión con don Angel sobre el día que me habían convocado a la selección. Menotti ni me conocía. Al final, uno de nosotros aparecía con la citación y don Angel se enojaba más todavía y me decía: “¿Usted fue citado a la selección por Menotti? Esto no puede ser. Yo lo llamo al Flaco Menotti para preguntarle”.
¿Discutían hasta sobre la forma de servir el queso rallado?
Sí, era una broma que le hacíamos a él con el Pájaro Massei y con (el médico Francisco) Campillo. El decía que el queso en los fideos se servía con una cucharita y nosotros, con la mano. Un día fuimos a comer a Don Bruno, una cantina muy buena, lo hablamos al mozo más veterano para que nos diera una mano con la joda y en medio de la cena armamos otra vez la discusión sobre el queso. Entonces don Angel “picó” y aceptó llamarlo al mozo más experto para preguntarle. Se mandó una charla de las suyas, de varios minutos, donde decía que él había visitado Europa y que nosotros no entendíamos nada porque veníamos del campo y nos habíamos criado con las vacas. Al final, don Angel le hizo la pregunta obligada y el mozo nos miró a todos, sonrió y le respondió: “Discúlpeme, don Angel, pero los muchachos tienen razón: el queso de los fideos se sirve con la mano”.