Ahora sí: no hay margen de error. El transcurrir del Mundial así lo demuestra. Observar el derrotero de Arabia Saudita en la fase de grupos ratifica que Argentina pierde en el debut por la convergencia de errores propios. No existe otra explicación. Es por ello que pudo redimirse y exhibir en los dos partidos siguientes las cualidades que forja desde que Lionel Scaloni asumió. La selección anda por Qatar subiendo la cuesta. De menor a mayor. Libera dudas e incorpora certezas. Con la cabeza despejada y las piernas obedientes. Pero a sabiendas de que en esta rara Copa del Mundo el imprevisto está al acecho.
Ahora sí: el que pierde, paga. En un Mundial tan físico empezaron a jugar otros componentes. Por eso bienvenida sea la versatilidad del cuerpo técnico albiceleste para mover piezas en pos de un mejor ensamble, en el que el juego colectivo también alivia las cargas individuales. Porque desde este sábado no sólo se trata de jugar, sino también de correr. Ecuación ineludible para que el funcionamiento pretendido pueda plasmarse con eficiencia. Como ante Polonia. Como deberá hacerlo contra Australia. Porque quedó ratificado que el que subestima, sufre.
Más allá de lo que emerge en la superficie impulsado por la alegría de los resultados positivos, hay una virtud en este seleccionado nacional que es el método con el que fue edificando su presente, porque sería una omisión considerable no contemplar que la Argentina está jugando de manera competitiva un Mundial con una profunda renovación futbolística, con un plantel que en su gran mayoría está disputando su primer certamen ecuménico.
Cuando no se pone en valor esto, es imprescindible trazar paralelismos para dimensionar: Alemania e Italia se fueron prematuramente en otros mundiales tras renovar sus seleccionados. En cambio Argentina ya instaló a su joven plantel en octavos de final. Y esto también proyecta grandes dividendos hacia el futuro. Un aprendizaje que no cotiza en bolsa. Pero que se mensura en grandes dividendos.
La selección argentina hace camino al jugar. Tiene argumentos suficientes para alimentar el entusiasmo popular, al que sería absurdo tratar de morigerar porque de ello se nutre un deporte tan imprevisible como el fútbol. Pero independientemente de los rivales por venir, el equipo crece desde el pie y se sostiene desde su pensamiento articulado. De ahora en más el mundial depende de un partido, pero ese partido no determina el porvenir. Y no hay dudas que esta selección tiene porvenir.