Para encararle a la zona oeste un domingo había que haber leído la Odisea y para llegar hasta allá había que tomar el Rosario-Pérez, sin “cuando llega” que valga. Pero para un tierno estudiante de Comunicación Social de Pichincha la travesía fue como el viaje de los creyentes a La Meca. Como había prometido Carolina, compañera de la facultad y productora de televisión, estaba en la lista de invitados de un convite ineludible: conocer los estudios de Canal 3. Ya conocía los del 5 y llenaba un cartón. El estudio tenía una tribuna colmada de público presente y el brillo de las luces de la televisión en color le apuntaron a un hombre flaco, peinado para atrás como los militares pero de barba al que su creatividad y soltura frente a la pantalla le habían jugado una mala pasada.
Desvinculado del “Semanario insólito” que ayudó a fundar en 1982 en Argentina Televisora Color (ATC) y luego de intentar en 1983 con otro envío de periodismo humorístico llamado “Misteriodismo” por el capitalino Canal 13 , Raúl Portal inventó en Rosario en 1984 la televisión lúdica con videojuegos. Y con su “Domingo para todos” se preparó para el primero de sus éxitos masivos, “La hora de los juegos”, al año siguiente en Canal 11 de Buenos Aires junto a Virginia Hanglin y al veterano locutor Enrique Alejandro Mancini.
En otras palabras, el programa de entretenimientos rosarino, que tenía la coconducción de Hanglin, era como todos, con juegos de patio pero con una novedad, los juegos de computadora, una palabra que en los años 80 sonaba más a la otra Odisea, la del espacio, que a la tecnología casera de una casa de clase media constituida por una radio, un televisor a color y un tocadiscos Winco.
Entre sus virtudes televisivas, Portal cargaba tres de sumo interés: su humor absurdo (ya puesto de manifiesto en “Semanario insólito”), su interés por la tecnología (es el creador de los programas de archivo con su “Perdona Nuestros Pecados”) y su capacidad para inventar palabras. Era divertido, ocurrente y afable. Y su coequiper acompañaba en la misma frecuencia. Era un programa de varias horas y se pasaban entre juego y juego.
Pero la fascinación por la novedad, la televisión, las luces, los artistas, el público y la Comunicación Social se diluyeron cuando Carolina dijo: “Me falta un jugador, salvame”. Y de un empujón pasé de estudiante in love a participante de un juego que no necesitó explicación. La música comenzó a sonar y fuimos quedando tres con dos sillas.
La vida pasó pesada como el asfalto sobre la siempre en ruinas avenida Godoy (hoy Perón). Y Portal dejó de ser, para mí, el conductor con una nariz de payaso de “Noti dormi” y pasó a ser el agente de prensa del genocida Emilio Eduardo Massera y defensor a ultranza de un sacerdote católico condenado por la Justicia por pederasta. Y a la de los perros con “El portal de las mascotas” ya no me la comí.
Luego de la travesía y el susto inicial, finalmente fue un día histórico para alguien que más tarde sería periodista de espectáculos y cronista de la televisión rosarina de este diario. Y no sólo por haber conocido los estudios de Canal 3, sino porque cuando la música dejó de tocar, una mujer se quedó con mi silla. Me despidieron con un agradecimiento y un premio: un pasacassette y grabador que anduvo añísimos dando vuelta entre amigos, gracias a la televisión, a Portal y a Canal 3. Lástima, en mi casa no me vieron.