"Alteraciones de la personalidad, alucinaciones, pérdida del contacto con la realidad y conductas repetitivas". Esta definición me apareció en la pantalla apenas puse la palabra esquizofrenia y uno de los buscadores más usados puso un recuadro con la definición. Apelo a ella porque no pocas veces, en broma o en serio, casi todos hemos dicho que la Argentina, o al menos la política argentina, es esquizofrénica.
Con los militares fuera de juego —actuaron como un partido político más a lo largo de casi todo el siglo pasado— alternando de modo disruptivo con los partidos de masas que siguen hoy teniendo vigencia en el país; la novedad es que aquellos, en tanto terceros protagonistas, fueron reemplazados por una agrupación apenas comarcal, pretendidamente de cuadros pero con las mismas apetencias hegemónicas que ha sido la principal alteración de todos los partidos argentinos, aunque todos —siempre y hoy más que nunca— integran alianzas y en ningún caso de la actualidad logrando imponerse nominativamente en esas coaliciones.
Hablamos, obviamente de la UCR, el PJ y el PRO (en orden de aparición). Aquella primera transformación de clases que viera el país en la década de 1890 generó también el nacimiento de otro partido de masas: el Partido Socialista, que terminó siendo de cuadros y una expresión reducida que casi un siglo más tarde recién logró expandirse a un distrito cuando ganó primero Rosario y luego la provincia de Santa Fe, que gobernará, al menos, hasta 2019. Por ello no puede estar fuera de nuestras consideraciones. Aunque de los socialistas ya he dicho hasta el cansancio que el rasgo que más los altera (los enfrentó y dividió) había sido su incapacidad para granjearse masivamente la adhesión de las clases populares (proletarios, obreros y empleados) porque éstas eran la base cuantitativamente más nutrida de la sociedad a la que sus postulados deberían redimir.
Era una lectura entendible. Los grandes movimientos de Occidente las habían tenido de protagonistas. O pretendido, al menos. Y en nuestro país el radicalismo acierta dándoles entidad a cientos de miles de inmigrantes a los que incluye en la vida pública con su prédica y lucha a favor del voto universal logrando curarles los dolores del desarraigo sumados a la segregación social. El gobierno militar surgido del golpe de 1943 sentaría las bases para la segunda gran modificación social del país y con ella el nacimiento del Partido Laborista, devenido luego en el Partido Peronista y/o Justicialista. Y esas bases serían principalmente dos: darles conciencia de clase a los miles de obreros de las fábricas nutridas de migraciones internas e invisibilizados en los suburbios industriales de las urbes más grandes y arrebatarles el dominio y manejo de su sindicalización a socialistas y anarquistas. Estos, para que nadie se escandalice, no son más que trazos gruesísimos de nuestra historia sin otra pretensión que una mención que contextualice y esto a propósito de la definición que acaba de formular esta semana que pasó el presidente del PS.
Ha dicho el doctor Antonio Bonfatti que los socialistas no están ni de un lado ni del otro de la grieta. Esas escarpadas orillas que desde 1946 han ocupado peronistas y radicales (con los militares apoyándolos a unos u otros hasta 1983; un año antes, el radicalismo había denunciado un pacto entre aquellos y las cúpulas gremiales peronistas) hasta nuestros días. Fue para definirse en favor del derecho de los trabajadores a parar.
"Los federales y unitarios se cortaban el cuello cuando se cruzaban. Felizmente la grieta, en su versión siglo XXI, tiene aristas más pulidas"
Parte de las legiones de opinadores en las redes sociales que tan bien definiera Umberto Eco ("La televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad") se preguntaron si no estar de un lado o del otro de la grieta no era caerse dentro. Un broma tonta como se ve.
Bonfatti se pronunció sobre el derecho a parar que tenían los trabajadores evitando caer en la trampa de apoyar si lo hacían, entonces se asumía kirchnerista (en tanto versión del peronismo) o rechazar que lo hicieran, lo que automáticamente lo catalogaría de macrista (que tiene a los radicales de aliados).
Lo de la grieta puede que sea un tontera semántica de época, no es más que el modo en que hoy llamamos a la otredad ante la que cada parte (de allí Partido) de la sociedad se define según donde sea que se para frente a los desafíos que la realidad le impone al conjunto y sus posibles soluciones, en determinado momento histórico. Los federales y unitarios no solo se trataban de "salvajes e inmundos" sino que se cortaban el cuello cuando se cruzaban. Felizmente la grieta, en su versión siglo XXI, tiene aristas más pulidas. Algunas de las 20 verdades peronistas hoy —a más de 70 años de aparecido el movimiento creado por el coronel Juan Perón— resultan verdaderamente desopilantes y no sólo en su formulación gramatical. "He querido reunirlas así para que cada uno de ustedes las grabe en sus mentes y sus corazones; para que las propalen como un mensaje de amor y justicia por todas partes; para que vivan felices según ellas y también para que mueran felices en su defensa si fuera necesario..." dijo Perón el 17 de octubre de 1950. Esta frase hoy se diría escrita por Durán Barba.
El paro fue importante. Si su masividad la dio la falta de transporte o no, es inconducente. La discusión es si la protesta como expresión de descontento —masiva como fue y quizás haya que adosarle, no estoy del todo seguro, la marcha en favor del gobierno de unos días antes, también importante— golpeó al gobierno y hasta dónde.
Si lo hizo es menos claro que en otras oportunidades o, en todo caso, equilibró costos políticos: nunca antes una consecuencia de un paro general fue también un extendido cuestionamiento al politburó sindical del país. No parece que la medida de fuerza vaya a modificar mucho las políticas del gobierno o en todo caso éste no ha dado señales en tal sentido. Tampoco es seguro que haya posibilidad exitosa de rediscutir una ley Mucci. Aquella con la que el gobierno de Raúl Alfonsín intentara democratizar los sindicatos sin lograrlo, claro: Saúl Ubaldini lo zamarreó con 13 paros generales. El líder cegetista de las camperas de cuero negras se arrepentiría con los años admitiendo que esas huelgas estaban justificadas en lo que hoy se llama ánimo destituyente.
Los efectos generados con la huelga general del jueves último se habrían neutralizado recíprocamente, dejando la situación en un saldo cero y de aquí no ha pasado nada. Pero ello no es cierto. No ha pasado mucho, es verdad, pero no es lo mismo. Que no haya un ganador claro de la pulseada que significa todo paro general (antes, casi siempre rodaba una cabeza del equipo económico y de un modo tácito o expreso el gobierno buscaba reconducir sus políticas "conforme lo peticionado por el pueblo") es un resultado diferente.
Si el peronismo no logró lastimar con su huelga al gobierno del presidente Macri como esperaba, no estoy seguro de que la estrategia de los radicales al reunir su convención nacional en La Plata, el lunes pasado, haya sido del todo acertada. Resolvieron seguir integrando Cambiemos, pero eso se sabía de antemano. En la Nación son socios del partido de Macri y en la provincia (eso había resuelto la convención provincial radical una quincena antes) con el Frente Progresista. Es decir, socios del PS de Bonfatti, el principal crítico del gobierno de Macri. Nada nuevo allí, aunque suene patológico. El pobre documento emanado de la magna reunión ratifica la aspiración de integrar las listas de diputados nacionales como si ello fuera un fin en sí mismo del partido que hiciera (no conozco otro caso en el mundo) del abstencionismo electoral, como protesta ética, una poderosa y eficaz herramienta política. Pero eso fue hace más de un siglo. La grieta tenía bordes afilados entonces y había que empuñar las armas.
"El paro fue importante. Si su masividad la dio la falta de transporte o no, es inconducente. La discusión es si la protesta golpeó al gobierno"
Dos importantes diarios porteños titularon casi del mismo modo: destacando la presencia de la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, la angelada mujer del PRO se robó no menos de un tercio de esas crónicas, en la reunión del máximo órgano de gobierno interno que tiene el radicalismo. Por encima, incluso, de su comité nacional que preside el santafesino, José Corral, a quien Macri le ha pedido que encabece la lista de Cambiemos en la provincia como se han encargado de hacerlo saber hasta el hartazgo mientras el lord mayor santafesino pone su mejor cara de Corral diciendo que no sabe qué hará. Pero Vidal le robó toda la atención de su convención. ¿Qué fue? Un favor a la gobernadora en la dura pulseada que todavía mantenía (hoy ya logró doblegar y anotarse un triunfo político) con los maestros de su provincia que no querían entrar a las aulas (eso también le pasa todavía al gobernador Miguel Lifschitz, quien espera que los docentes hoy vuelvan a las escuelas).
¿Fue una gauchada a Macri, quien no puede perder, como él mismo ha dicho, las elecciones de octubre pero no las puede ganar sin un triunfo en Buenos Aires, o sea liderado por Vidal? "Se priorizará el acceso de nuestros candidatos a los cargos legislativos nacionales, provinciales y municipales, para garantizar así el fortalecimiento de nuestra representación parlamentaria", dice el documento radical que aprobó la convención que abrió con Vidal como estrella rutilante. Al fin y al cabo las elecciones se ganan o se pierden contando votos y no de otro modo.