Vladimir Vladimirovich Putin es un hombre con aficiones. Sabemos que practica judo, que disfruta con el hockey, que monta a caballo con el torso descubierto y ocasionalmente hace que su país intervenga en alguna guerra (de momento va por la cuarta tras Crimea, Georgia y Siria).
Desconocemos si además será aficionado al cine, aunque algún indicio parece que hay, ya que su actual desempeño en la invasión de Ucrania sigue un paralelismo casi milimétrico con el guión de Dr. Strangelove, la película de Stanley Kubrick, cuyo sugestivo título en Argentina es Dr. Insólito, o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba, de 1964.
Recordemos que en ese inolvidable film, un general norteamericano al mando de una base aérea, decreta un ataque nuclear sobre la Unión Soviética, ante la sospecha de que los comunistas están contaminando Estados Unidos fluorizando los depósitos de agua potable.
Para Putin, la fluoración del agua es en este caso la nazificación de Ucrania; una afrenta intolerable en el que para no pocos es el territorio casi fundacional de la patria rusa, en la medida en que allí surgió el Rus de Kiev. Por tanto, con el propósito de ”desnazificar” Ucrania, lanzó el premier ruso la denominada operación militar especial el pasado 24 de febrero.
Ahora bien, las cosas no parecen estar yendo como esperaba el inquilino del Kremlin. Recordemos que Putin está formado como oficial de inteligencia, por tanto lo que sabe hacer es captar voluntades, ya sea por amenaza o por convencimiento. Sin embargo, no es un estratega. Más aún, su menguante círculo íntimo formado por los Siloviki o segurócratas (políticos que iniciaron su carrera en los servicios de inteligencia), ha venido experimentado bajas importantes siendo la más significativa la de Sergei Shoigú, otrora todopoderoso ministro de Defensa y del que nada se sabe desde el 11 de marzo.
Viendo la evolución de los acontecimientos, nos encontramos ante cuatro posibles escenarios:
Adam Michnik, redactor jefe de la Gazeta Wyborcza polaca, le decía hace poco a Thomas Friedman en el New York Times, que si algo había que desnazificar era Moscú. Es indudable que las formas del presidente ruso cada vez se parecen menos a las de una democracia ortodoxa, y que la concentración de poder en su círculo íntimo es prácticamente plena. Guerásimov, el general que ha sustituido a Shoigú; Bortnikov, cabeza de los Servicios de Inteligencia; además de Lavrov el eterno canciller; son los únicos que parecen susurrarle al oído sin olvidar a Alexander Dugin, su filósofo de cabecera, cuya influencia se intuye determinante.
Una de las singulares aportaciones de Henry Kissinger a la diplomacia es la llamada doctrina del hombre loco, elaborada durante la presidencia de Nixon. Consistía en hacer creer al resto de líderes mundiales que el presidente de EEUU no estaba en sus cabales y que por tanto su comportamiento era errático e imprevisible, así que ante todo había que evitar provocarle. Esta línea de actuación funcionó bastante bien entre el 69 y el 74; recordemos el restablecimiento de relaciones con China, el fin de la guerra en Vietnam, la firma del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM) con la URSS, o el apoyo a Israel en la guerra del You Kippur.
Lo que no parece tan claro es que esta misma estrategia le vaya a resultar a Putin, que por supuesto no es Nixon y, no nos engañemos, tampoco Dugin es precisamente Kissinger. Las manifestaciones de Suecia y Finlandia al respecto de ingresar en la OTAN, acreditan el fracaso de la versión eslava de la doctrina del hombre loco.
En cualquier caso, ante el grado de personalización del proceso de toma de decisiones en Rusia, tampoco parecería descabellado lo que recientemente afirmaba el antiguo embajador finlandés en Moscú, Heikki Talvitie, en las páginas del diario español La Vanguardia, que cuanto más débil se perciba Putin a sí mismo, más va a pensar en armas nucleares.
A todos aquéllos que no hayan visto Dr. Strangelove, les recomiendo encarecidamente que lo hagan. Además de disfrutar de una obra maestra, quién sabe, quizá también les sirva para preparar el futuro.