El distrito tiene un pasillo largo donde diariamente se realizan diversos trámites. La caminata que conecta la entrada con el aula del Punto Digital es lúdica, y como en un juego, permite adivinar qué se encuentra al final de ese corredor. Cruzando la puerta, la magia.
Atrás quedan el murmullo constante y la frialdad de la rutina para darle paso al silencio y a la poesía. Allí está Adrián Abonizio, coordinando, filosofando y compartiendo mates con "sus colegas", como él los llama. En esta oportunidad hay siete chicos y chicas del barrio, pero suelen ser muchos más.
A la media hora de haber arrancado la clase llega Claudia, una de las participantes que viene a visitar a sus compañeros y se excusa por no poder quedarse: "Estoy haciendo otro taller en paralelo y trato de repartirme entre ambos. Acá nos conocemos todos, nos llevamos bien con el profe. A mí me gustan el pop y la cumbia y generalmente cantamos a dúo con Joni", explica la joven, y se va volando para cumplir con ese otro compromiso.
Tras un buen rato de repasar lo que dieron en encuentros anteriores, ponerse al día con las anécdotas y "volar" un poco, empieza la clase. Adrián trae el Nuevo Testamento y hace la introducción a la consigna de esta jornada: "Construir un texto a través de una frase tomada al azar de ese libro".
Les pregunta a los chicos si tienen creencias religiosas y aclara que el ejercicio va más allá de eso. Marta dice que cree que en Dios, otro de los participantes cuenta que es evangelista y otro afirma rotundamente que es agnóstico. Todos tienen el mismo objetivo: volcar lo que sienten, su arte, en el papel.
En el medio de la charla sale un fragmento de una canción que produjeron en clases pasadas: "Pasamos por la selva de cemento. Soy coleccionista de tus besos". Dicen que se llama Un gramo de diamante y automáticamente Spinetta hace su guiño divino aunque muchos no conozcan su repertorio.
Llega el momento de las frases que van a servir de disparadores de creatividad: "Ustedes juzgan según la carne, yo no juzgo a nadie"; "Un hermano está desnudo y precisa de mí"; "Ni el mal ni el bien me han de tentar"; "Cualquiera que beba este agua volverá a tener sed"; "En mi simiente están todas las familias de la tierra"; "Tengo cosas para decirte, sin la tinta y sin la pluma"
Adrián lleva la clase con cariño paternal, fraternal, de ida y vuelta. Se siente, se transmite, todos lo viven.
De un segundo a otro, el ambiente enmudece, la concentración hace que hasta las moscas tengan miedo de zumbar. Una guitarra interrumpe y la melodía se hace una con el silencio.
Respirar poesía
Tras el intervalo llega la puesta en común de las producciones. Cada lectura trae un manantial de miradas distintas y observaciones constructivas. Adrián alienta a que todos lean sin pudor ya que eso marca la diferencia.
La calidad de lo que escribieron es notable. Sobrevuelan figuras metafóricas y la prosa se vuelve dulce sin empalagar.
¿Sabés que sos un poeta? ¿Qué vas a hacer con eso? le dice Adrián a Julián, que se sonroja y agacha la cabeza como no creyéndose merecedor del título aunque en el fondo sabe que la cosa viene por ahí.
David, uno de los “colegas”, se va unos minutos antes de que termine la clase pero antes dice que este espacio creativo le parece bárbaro porque nunca tuvo la posibilidad de escribir letras y canciones, porque no sabía cómo hacerlo.
“Adrián nos abrió un poco la mente acerca de cómo escribir y desarrollar nuestro talento. Ya tengo tres canciones armadas y me gusta el rock melódico”, dice con orgullo. David, además, cumplió con la consigna y leyó una poesía con gran musicalidad.
Ojos bajos de fantasmas
Búfalos acercándose
Perros en fuga de asesinos
Paranoia del revés
Tengo cosas que decirte
No te olvides del ayer
Recuerda que perro y gato siempre muerden a la vez
Sin tinta y pluma arriba voy localizándote
Ojos que lo vieron todo
Cosas que nadie ve
Camino sin luz de día
Frente a frente te veré
Abonizio, el profe, es un referente de la música nacional e integrante de la Trova Rosarina, sus composiciones ya forman parte del cancionero popular. Uno de sus textos más conocidos, El témpano, sigue recibe aplausos y cosechando emociones en la voz de Juan Carlos Baglietto. Es el mentor de muchas de las canciones más bellas que ha dado esta ciudad. En 1991 participó en la musicalización del filme argentino-cubano De regreso (El país dormido). En 2013 ganó el Premio Gardel al Mejor Álbum Nuevo Artista de Tango, con Tangolpeando.
—¿Cómo nació la idea de armar este taller?
—Empezó en Buenos Aires, en el Centro Cultural Rojas. Me di cuenta de que había un punto de partida para la inspiración y era más fácil de transmitir de lo que parece. Derrumbar mitos respecto a que cualquiera puede escribir una canción. Buena o mala, depende de cada uno, pero cualquiera puede hacerlo. Nos han hecho creer que los otros llegan o pueden. Para quedarme en paz con mi conciencia empecé a trabajar con eso y no debería recurrir al lugar común que dice que aprendo cuando doy clases pero es verdad. Al principio me daba un poco de resquemor porque había gente que escribía mejor que yo. Con los elementos que les había dado. ¡Esto es un pelotazo en contra, estoy creando monstruos que luego me van a superar! Lo pensé, y por suerte me superaron. Yo a los pibes les digo colegas.
—¿Cómo es el proceso que proponés para la creación?
—Lo más cercano es compararlo con cómo manejar un auto o hacer un asado. Lo mismo me pasó cuando iba a tener un hijo. Ahí entendí que todos esos misterios son fácilmente revelables y que se encuentra gente que hace de puente para que uno camine sobre ellos. Yo le pongo el cuerpo sin ser heroico. Descubrí algunas cosas y hago de puente. Después los pibes se van a otro lado y publican, escriben, graban.
—¿Qué sentís al ser facilitador de este tipo de espacios?
—A mí me causa felicidad. Si vos sabés que alguien te comprende, aun con las dificultades que uno pueda tener, no importa lo que te digan. Como dice Charly: “Te pueden corromper pero la libertad siempre está”. Si uno puede mostrar estas cosas y dan resultados, me pueden decir cualquier cosa pero más allá de mí eso va a trascender.
—¿Qué anécdotas te quedan grabadas de estas clases?
—Muchas. Me produce una extrañeza. Como las formas de mostrar cosas que yo tengo son automáticas, se basan mucho en el surrealismo, el dadaísmo, la patafísica. La explicación absurda de algo. “Mi tía está jugando en la liga venadense y atajó un penal”. No tiene nada que ver. El tema es que nos quieren obligar a pensar racionalmente y a que todo tenga un resultado final. La poesía tiene que ser entendida. He encontrado textos maravillosos con frases sacadas de los libros y los pibes las escriben pero no saben qué significa. Por ejemplo, no saben el sentido de la palabra oxímoron. Yo pongo eso y ellos quizás ponen: el oxímoron del aire que tanto mal me hace. A lo mejor algunos creen que quiere decir óxido y de pronto son cosas que cambian de sentido. Me encuentro con cosas que se producen de forma casual y después le encontramos el sentido. Les explico qué quiere decir, que es una figura poética. En definitiva tiene que ver con cómo te suenan las cosas. Acá se dieron algunas situaciones maravillosas. Me emociono y se han emocionado ellos también.
—¿Influye que los chicos tengan o no conocimientos sobre la temática?
—De antemano me freno porque sé que va a pasar. Yo siempre digo que pierdan el sentido. Muchos me han dicho que no sabían que podían escribir. Siempre hay errores. Cuando llegamos a la instancia de grabación le erramos en el tono del cantante pero ahora ya tenemos material para un disco.
—¿Qué te pasa con la elección de los géneros musicales?
—Me tengo que hamacar porque acá hay gente a la que le gusta el rock, el rap, el folclore, la cumbia y al mismo tiempo, subgéneros dentro de cada cual. Yo los mezclo y veo que pasa. Ellos se dan cuenta de que hay similitudes entre todos.
—¿Te encontraste con alguien que no quiera mostrar lo que escribe?
—Sí, pero no hay que acelerar los procesos sino respetarlos.