Aunque falte un año para que la cifra sea redonda, ya que hoy se cumple el 19º aniversario, en este 2022 por primera vez se conmemora en forma institucionalizada oficialmente por ley el "Día de la Memoria y la Solidaridad de la Inundación de la ciudad de Santa Fe", la más trágica catástrofe hídrica por el desborde aluvional del río Salado, que dejó bajo agua a un tercio de la ciudad y que obligó a que casi 150 mil habitantes debieran dejar sus hogares, a la vez que cegó la vida de modo instantáneo a más de veinte personas.
Aquella madrugada del 29 de abril de 2003 fue una pesadilla digna de una película de terror, y fue el río Salado al desbordarse el que despertó el horror. Siempre había sido el río manso por contraste con su par, el enorme y bravío río Paraná, que ya desde el fondo de los tiempos asuela a los lugareños con crecientes arrasadoras, aunque generalmente paulatinas. Tanto fue así que en el año 1650 las crecientes de su valle de inundación obligaron a una mudanza de la ciudad de Santa Fe -que duró 10 años- desde la que se conoce como Ruinas de Cayastá al emplazamiento actual.
Hoy la capital santafesina se yergue en la confluencia misma de ambos ríos y todos sus sistemas hídricos. Una audacia que no deja de asombrar a los científicos de todos los tiempos pero que en la actualidad y con la posibilidad de contar con medios de predicción más sofisticados ya directamente se declaran temerosos. Es que entre 700 y 800 mil personas del departamento La Capital viven en esos valles de inundación de estos dos ríos o de sus muchos afluentes y sistemas interconectados.
Pero siempre el peligro y hasta incluso las leyendas apocalípticas de una suerte de diluvio o inundación de magnitud bíblica miraron al Paraná como esa espada de Damocles.
Por eso, nunca se esperó que la sentencia cayera desde el oeste y fuera ejecutada por el Salado. Ni siquiera en el mismo año 2003 se pensó que lo que pasó era posible pese a que en meses y semanas inmediatos anteriores había estado lloviendo de modo ininterrumpido anegando campos, cortando rutas y desbordando cuencas de los alrededores.
Pero pasó. Y en la lluviosa y fría madrugada del martes 29 de abril de 2003, un tramo sin terminar de la defensa que rodea a la ciudad, detrás de la cancha de golf del country del Jockey Club, se convirtió en una trampa mortal. El río Salado desbordó su cauce sobre el límite oeste de la ciudad e ingresó con fuerza homicida sorprendiendo a los incautos y adormilados ciudadanos reventando puertas y ventanas, retorciendo rejas como si fueran de papel, volteando paredes y arrastrando todo a su paso. Así de terrorífico fueron esas primeras horas, hasta que con la madrugada y en medio de la desesperación de toda la ciudad, el espejo de agua llegó hasta media cuadra detrás de la mismísima Casa de Gobierno.
No avanzó más. No inundó más porque las autoridades se decidieron después de largos conciliábulos a dinamitar la ruta que circunvala el sureste de la ciudad. Si no se hubiera abierto ese gigantesco drenaje nadie podría imaginar la verdadera magnitud de la catástrofe que para entonces las imágenes que tomaban los cronistas desde las alturas, volando en helicópteros, impedían casi localizar el estadio del Club Atlético Colón y miles de casas, tapadas por el agua.
El agua demoró en algunos casos hasta tres meses en retirarse. En un momento su altura estimada se calculó entre dos y tres metros por encima de los techos de muchas viviendas.
La noche del 29 muchos huyeron desesperados hacia la altura de las avenidas en medio del frio, la llovizna y la oscuridad (la luz fue lo primero que se cortó en toda la ciudad). Otros se treparon a árboles y los techos. Rescatarlos se convirtió en una desesperada urgencia porque el agua seguía subiendo y con el correr de las horas estaban condenados a sucumbir ahogados.
En ese caso los 21 muertos de la jornada se hubieran multiplicado de modo exponencial pero quizá la empresa colectiva y de espontánea solidaridad más importante de los tiempos lo impidió. Todos los santafesinos que vivían en los barrios donde no llegó el agua, sin excepción, no permanecieron como espectadores y se volcaron a ayudar. Los poseedores de embarcaciones, por precarias que fueran, se convirtieron en héroes de rescate inmediato ayudando a las cuadrillas oficiales y a las de las fuerzas armadas que llegaron a la ciudad.
Una empresa colectiva a la que algún historiador encontraría aristas semejantes a aquel traslado desde Cayastá escapando de otras crecientes y otros peligros, casi 400 años antes.
Sobre las víctimas y las responsabilidades, sobrevendrían discusiones que al día de hoy no están saldadas. Tanto como la condición misma de la tragedia.
Si fue un accidente producto de la naturaleza indómita o de la imprevisión de las autoridades (que no cerraron la defensa) se llenaron miles y miles de fojas de expedientes judiciales que concluyeron con unos pocos sentenciados. En marzo de 2020, la Cámara Penal de Santa Fe confirmó la pena de tres años de prisión en suspenso para el exministro de Obras Públicas de la provincia, Edgardo Berli, y el exdirector de Hidráulica, Ricardo Fratti, por lo que esos funcionarios de la gestión del gobernador Carlos Reutemann no estuvieron presos.
Si se cumplió la profecía que se aseguraba por esos días y que mucha gente grande supo escuchar de sus mayores en sus años infantiles quedará para el anecdotario. Esa profecía, supuestamente, condena a una Santa Fe a desparecer bajo las aguas. La capital colombiana se llama Santa Fe de Bogotá; Estados Unidos tiene su Santa Fe como capital del estado de Nuevo México; los Estados Unidos Mexicanos tienen su propia Santa Fe y las hay otras así llamadas en otras partes pero ninguna con todas las características propias de una épica bíblica.
La ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, capital de nuestra provincia, no sólo está emplazada en los valles de dos sistemas hídricos convergentes sino que gran parte de su perímetro está bordeado por terraplenes construidos deliberadamente para defenderla del ingreso de las aguas para cuando los ríos se desmadran de sus cauces.
Pero es esa misma protección la que también importa un riesgo enorme: impedir que el agua salga cuando se acumule dentro de ese anillo. Por ejemplo, por precipitaciones abundantes, y hay que tener en cuenta que las actuales lo son cada vez más. Y esto último también ya pasó. Apenas cuatro años más tarde de aquel 29 de abril de 2003. Las torrenciales lluvias de 2007 casi colmaron “la olla”, como llaman los lugareños a su topografía, y el agua impedida de drenar por las defensas provocó la segunda inundación más grande de la primera década del siglo XXI.
En cuanto al costo en vidas humanas de la inundación del Salado es también todavía motivo de debate. No pocas opiniones sostienen que las secuelas psíquicas y anímicas llevaron a muchas personas en los meses y años inmediatos a somatizar en cuadros de patologías que les costaron sus vidas. Si son cientos como se dice, más o menos, hoy no se sabe.
Una cosa es segura para todos: se trató de la más traumática experiencia ciudadana en la historia reciente y por eso se decidió no olvidarla.
Hoy, como todos los años, a media tarde organizaciones y movimientos sociales y políticos de Santa Fe marcharon por memoria, verdad y justicia por las víctimas fatales que dejó la catástrofe hídrica, pero ahora con una fecha oficializada: por unanimidad la Cámara de Senadores aprobó un proyecto de ley venido de Diputados, al que le hizo modificaciones, que consagra al 29 de abril como "el Día de la Memoria de la Inundación de Santa Fe", texto al que le agregó "y de la Solidaridad", eso aconteció en mayo del año pasado cuando ya había pasado la fecha.
De ahí que este viernes fue el primer “Día de la Memoria y la Solidaridad de la Inundación de Santa Fe”.