Pero si bien, como en toda dicotomía, un par no puede sobrevivir sin el otro (esto es, no habría chofer sin pasajero y viceversa), la armonía de su eterna conjunción se pone en riesgo muchas veces, y una en especial, en una disputa feroz por el espacio de cercanía: el primer asiento.
Segunda
La segunda entra forzada porque aparecen las diferencias. La modernización (en realidad maximización de carga) de las carrocerías del parque de ómnibus de media y larga distancia con la creación de los coches de doble piso separó a los choferes y a los pasajeros, y ubicó a los primeros en un cubículo, un poco más lejos de sus antagonistas. En algunos casos esa separación es taxativa con entradas o salidas exclusivas y separadas para uno y otro.
Situación aprovechada por los malaprendidos del volante para montar su propio cabaret con luces de colores y equipos de sonido, donde hasta se puede fumar, llevar chicas o amigos y dicharachear. ¿Y los pasajeros? ¿Qué pasajeros?
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Los coches de doble piso aumentaron la fascinación de los viajeros por el primeros asientos / Diario La Capital / Héctor Río.
Señalada la excepción, todos los otros choferes, les guste o no, deben lidiar con el pasaje, incluyendo a los colectivos de media o larga distancia en los que se venden boletos arriba de los coches.
Tercera
Es entonces que en el transporte urbano y de corta y/o media distancia el pasajero sube a la unidad y se sienta donde pueda o quiera. En los otros de media distancia y los de larga, no. Hay que respetar los números asignados por el boletero (de carne y hueso o digital) de ocasión. Pero… ¡guay! de vender el primer asiento al tuntún. Hay reglas de prescripción y proscripción ineludibles.
Están prescriptos esposas, hijos u otros familiares (previa consulta con los choferes), amigos (los posta, no los que se hacen para ganar algún favor), amantes (públicos y privados), pasajeros que se bajan rápido, y personal de la empresa incluidos los chanchos (no los de cola ensortijada sino los inspectores de control de viajeros y horarios de la propia empresa).
Están proscriptos, bajo pena de “hai excomunion”, humanos (cualquiera sea su género) que hablen más de la cuenta y, menos que menos, todo propietario de voz altisonante; quienes estén poco aseados o, al revés, quienes porten perfumes dulces empalagosos; y mujeres con niños de cualquier edad.
Pero el castigo divino será un mísero pororó atragantado si el expendio del primer asiento es a una mujer con un bebé o a un roncador. No hay quizás mayor tragedia para un chofer que aguantarse, bien al lado de su oído mientras maneja, y sobre todo de noche, llantos incontrolables y tremebundas aspiraciones.
Cuarta
La tercera entró sola y, en cuarta, van algunas referencias a los bondis que circulan por Rosario. Los choferes del servicio urbano de hoy son pachás. No cortan boletos, no dan vuelto, no atesoran dinero, gozan (a veces) de aire acondicionado y calefacción, hasta tienen música funcional ya que, pese a la prohibición de llevar altoparlantes en los coches, los auriculares tienen cada vez más fidelidad. Y si todas esas mejoras en su servicio fueran pocas, se implementaron los carriles exclusivos, por lo menos en las avenidas troncales, y quedaron liberados de la inmensa e incontenible, y a esta altura irresponsable, cantidad de autos.
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Además de los "de a pie", los bondis de Rosario inventaron los Pasajeros VIP (Very Important Pasajero) / Diario La Capital / Héctor Río.
Pero cuando nadie la esperaba llegó la pandemia y la medida de distanciamiento recomendada tuvo resoluciones improvisadas primero y mecánicas después. El objetivo era no sólo impedir el uso de la puerta de adelante del bondi sino cohibir concretamente el contacto entre el conductor y los pasajeros, ya que el virus se transmite por el aire a través de microgotas. Y aparecieron en escena las divisiones.
Así, como en cualquier conventillo superhabitado, una cortina dividió la pieza en dos. De un lado el pasaje, del otro el colectivero. ¿Seguro, no? No. Porque ese debió ser el resultado, pero siempre hay un pero. Y del mismo modo que los gobiernos corruptos inventaron los vacunados VIP (¡lista pública de vacunados con fecha de vacunación ya!), los bondis de Rosario concibieron los pasajeros VIP (Very Important Pasajero) que viajan del lado bueno del plástico, y tienen atención y paradas personalizadas.
Sobre las divisiones, las que hace un año y medio intentaron ser cortinas de hule enganchadas a un cable o un hilo son hoy poco menos que obras inéditas de Jackson Pollock. A lo mejor, al final de la pandemia, se pueda hacer una gran subasta. Seguramente los precios más salados sean los de las cortinas con más tierra, donde se podrá elegir entre polverío de distintos distritos y barrios; o las con mayor cantidad de huellas dactilares impregnadas; o manchas de todo tipo, porque ojo, los ofertantes mueren por los lamparones de grasa de auto y las salpicaduras de aceite. Y ni hablar de las quemaduras de cigarrillos, en un ámbito en el que no se puede fumar. Lo prohibido fascina.
Una nueva valla de acrílico, en reemplazo de los hules, separa a los choferes de los viajeros / Diario La Capital / Virginia Benedetto.
Por su parte, las divisiones mecánicas pretendieron más tarde darle una solución final a la cuestión. Se soldaron armazones que, acrílico mediante, hacen de puertitas del, ahora, cubículo del chofer. Y si es cierto que para salir del habitáculo deben hacer un curso y ojalá la fatalidad no juegue una carta, puede hasta parecer más seguro para la integridad física del conductor.
Marcha atrás
No sin mirar por el espejito hacia atrás, cabría preguntarse cómo el primer asiento se convierte en síntoma y, finalmente, por la fascinación que produce.
Las excusas forman parte del manual argentino de desprecio por las reglas de convivencia. Cualquiera es buena para sacar tajada. Hay pasajeros que predicen su inminente muerte, con previa de horribles convulsiones, con o sin expulsión de humores, si no se sientan en el primer asiento. Aducen claustrofobia, falta de luz, de aire, ansiedad, traumas de la niñez, dolor de pestaña, calambre de ceja, xenofobia, aporofobia, kinetofobia, y además del rechazo a extraños, pobres y cosas que se mueven, hodofobia, el miedo irracional a viajar. De todos modos, no se recuerdan crónicas policiales por morir en un asiento del bondi que no sea el primero.
Aunque a veces el atractivo del primer asiento es insoslayable. No deja de ser una excelente posición para mirar el paisaje y sobre todo cuando la belleza del lugar transitado acompaña. Y más todavía con la vista panorámica que ofrecen, arriba, los coches de doble piso. Es como que allí adelante, los viajeros se sienten más libres y menos encerrados.
No habría que soslayar otros alicientes para ocupar la primera poltrona del bondi. Por ejemplo, la promesa de una charla, siempre acotada y amena, con el chofer o el guarda; o el buen parecido de algunos de ellos o ellas. Nunca se sabe.
Pero a contramano del magnetismo de sus ventanales, los expertos viales opinan que el primer asiento del colectivo es el más peligroso para viajar. Ya que si hubiera un choque, el primero que saldría despedido por el hermoso vidrio polarizado del frente es el pasajero del primer asiento.
No obstante, todas estas suposiciones quedarán en el tintero cuando, tarjeta sin contacto en mano y tras estirar el brazo en la parada, haya que encontrarle inmediata respuesta a tan cruel interrogante: ¿Hay que subir por adelante o por atrás?