Aparecieron tímidos, con esa lentitud que gobierna los movimientos de quien es consciente de que está haciendo algo que no corresponde. Pero luego, a la luz del hecho consumado, la timidez desapareció y la eterna violación a las normas volvió a ser una constante. Un extraño fenómeno se da en la peatonal San Martín. En pleno paro municipal desaparecen los manteros. Pero culminada la huelga, y cuando el sentido común indica que los controles se reinstalan, los puestos ambulantes ilegales también.
El último paro municipal que se concretó esta semana alumbró situaciones que dejan al desnudo el gen de esta sociedad. Un cromosoma inalterable que se muestra a sus anchas en este tipo de jornadas.
En una ciudad donde se pregona la convivencia, la realidad demuestra que es cada vez más difícil llevarla a la práctica. Son miles los que en cada paro municipal violan todas las normas sin inmutarse. Estacionan en rampas para discapacitados, se paran en triple fila, colocan el coche en el medio de la vereda y un sinnúmero de faltas más. Ante la ausencia de control, gobierna la anarquía. Eso sí, después son los primeros en criticar los problemas urbanos.
Una suerte de doble moral. Como la que tienen muchos pseudoprogresistas que repiten hasta el hartazgo discursos nacionalistas pero esperan las vacaciones para recorrer las costas europeas. O son democráticos pero repudian un golpe marchando junto a sugestivos helicópteros de cartón.
Sólo se trata de cumplir derechos y obligaciones. El ABC de una sociedad donde con justicia se reclaman a viva voz los primeros. ¿Los segundos?, de acuerdo a la coyuntura.
Décadas de aprendizaje
Ese ABC vale tanto para el ciudadano como para el Estado. Al segundo, en este caso el municipio, le costó décadas entender que un paro municipal no borraba de un plumazo su obligación de velar por el cumplimiento de las normas.
La huelga tampoco debía dejar a un lado los derechos de comerciantes que tienen sus negocios en el centro de la ciudad. Gente que paga impuestos, tasas municipales y salarios veía impávida en cada paro cómo una feria se instalaba sin inconvenientes en la puerta de su negocio.
Así, un día los funcionarios políticos salieron a controlar que las normas se cumplieran a pesar de la huelga. Y por primera vez en décadas, los derechos de unos (en este caso los municipales a realizar un paro) no avanzaron sobre los de otros (el trabajo de los comerciantes).
Otro factor que llamó poderosamente la atención fue la masiva movilización municipal. No se veía un reclamo así desde hacía tiempo. El año electoral trae estas pinceladas. Tal vez alguien esté metiendo la cola.
Aquí también quedó en evidencia el desbalanceado equilibrio entre derechos y obligaciones. Los inspectores de Tránsito y Control Urbano que se movilizaron estaban ejerciendo su claro derecho a huelga. Ahora bien, siendo funcionarios públicos, ¿no tienen la obligación de no infringir las normas? La columna de camionetas de estas reparticiones marchó el miércoles por el centro de la ciudad llevando en la caja trasera agentes de pie y saltando, doblaron a la izquierda sobre Pellegrini para tomar Corrientes, obligaron a desviar recorridos de colectivos. Es decir, todo lo que sancionan (como corresponde, porque esa es su función), lo hicieron. Sería lógico que ahora fueran apercibidos.
Gesto conmovedor
Pero en esta suerte de jungla donde domina el más fuerte y cada uno avanza sobre el derecho del otro, aún hay páramos. La solidaridad sigue diciendo presente en cada rincón de esta ciudad donde, a pesar de todo, los vecinos dan una mano.
En la madrugada del viernes Soledad podría haber perdido lo que más ama en la vida: su familia. La joven estaba en la cocina de su casa de Nuevo Alberdi. En la pieza dormían su marido y su nena de dos años. ¿Qué fue lo que sacó del sueño al hombre y lo hizo saltar de la cama con su hija en brazos segundos antes de que un patrullero derribara la pared? Ella no lo supo explicar.
Otra vez un móvil policial causando un accidente. Una camioneta descontrolada que destroza una vivienda a gran velocidad.
Evidentemente hay una instrucción que no se está dando como corresponde. Negligencias que ya se cobraron vidas. La madrugada del jueves, la fortuna hizo que esa lista no se engrosara.
Horas después llegaron esas acciones que demuestran que vale la pena creer que esa ciudad de la convivencia, existe. A pesar de la violencia, anida en los barrios. Fueron los propios vecinos de Soledad quienes se organizaron para arreglar la vivienda de Laguna al 3016. Uno aportó la mezcladora, el otro el andamio, uno más el fratacho. El pasamanos los unió acercando ladrillos. Para las primeras horas de la tarde del viernes la pared de la casa de la joven familia estaba otra vez en pie. Sin dudas un gesto que conmueve.
Todo; en una ciudad con múltiples valores y un cromosoma que anida en su perfil genético. A veces muestra su peor cara. Otras, reconforta y da esperanzas.