Parece algo pequeño, mínimo. Tomar un fragmento, una hebra, casi un deshecho y producir significado. Una suerte de David frente a Goliat. Crear una obra de arte ante una guerra o si se quiere ante el relato de esa guerra, ante el mito que no cesa de producir las resonancias de esa guerra. El jueves, a las 19.30, inaugura ¿Qué queda del daño? Imágenes contemporáneas de la Guerra del Paraguay, en el Museo Marc, una muestra que se presenta como una desafío, porque expondrá un conjunto de pinturas y objetos del acervo del museo junto a obras de arte contemporáneo de un grupo de autores convocados a crear sobre esa herida, esa esquirla difusa, esa guerra que apenas se nombra.
Lo de desafío no sólo es por la operación en sí misma que lleva la propuesta sino también porque eso ocurre en el ámbito de un museo histórico. Un museo que fue sumando piezas y obras de acuerdo a diversos relatos historiográficos y que ahora busca contraponer, anexar, superponer la mirada y las sensaciones de un grupo de artistas que habitan este presente.
Para lograr que ese dispositivo se ponga en juego fue convocado como curador un sociólogo que habita un territorio más allá de los límites de "la disciplina" y los extiende sobre el arte y la historia argentina. Se trata de Juan Laxagueborde. Durante al menos tres meses rastreó en obra actual esas resonancias del daño de una guerra que, entre 1864 y 1870, unió a Uruguay, Brasil y Argentina en avanzada sobre Paraguay. Una contienda que huele a vergüenza y que pareciera que es pura ausencia. Laxagueborde también convocó artistas a realizar obras para esta muestra. El resultado es incierto, si es que importa en tales términos, pero entusiasma.
Como adelanto de lo que se verá y sentirá en la exposición del Marc bien vale recordar dos citas elegidas por el curador para la muestra. "El derecho de la guerra es el de derecho de dañar al que nos daña para que cese de dañarnos", dijo Juan Bautista Alberdi, en El crimen de la guerra (1870); y "El guaraní y todos los idiomas, se entienden antes de morir. La muerte es una sola lengua", escribió Martín Rodríguez, en Paraguay (2012).
En diálogo con La Capital, Laxagueborde explicó cómo se gestó la muestra y brindó un panorama sobre las carencias no sólo historiográficas sino también en el imaginario de la Guerra del Paraguay.
—¿Cómo surge la idea de la muestra?
—La muestra surgió como una idea del Marc, por una obra que va a estar expuesta que es del pintor Modesto González, una pintura de un soldado paraguayo. La idea era hacer una obra a partir de esa pintura. Y la hizo Alberto Passolini. Es una gran pintura que se va a exponer. Ese es el origen de la muestra. Cuando me convocan la idea era que trate de pensar de qué manera extender esa idea, cómo el arte contemporáneo se relaciona con ese tema, cómo se puede contar una historia a través de imágenes cuando esa historia que se cuenta casi no tiene imágenes. Está Cándido López, algún pintor brasilero y (José) Garmendia, que es otro pintor que está en la muestra. Hay muy pocas imágenes alegóricas de la guerra por eso es que Cándido López, además de ser un genial pintor, es el más conocido porque también es uno de los pocos. Ese es un poco el inicio de la muestra. Hay tres artistas que ya tenían obra relacionada a la Guerra del Paraguay, la rosarina María Luque, Alita Olivari y Benito Laren, y después hay cinco más, junto a Passolini, que pensaron y produjeron obra en función de las cuestiones a problematizar: Alejandro Rossetti, Laura Códega, Lucrecia Lionti y Ariel Cusnir.
—Suena extraño que haya poco registro de obra respecto de la Guerra del Paraguay cuando, justamente, la pintura era la encargada de documentar las guerras...
—No es que no haya pinturas u obras que retraten la guerra. Lo que digo es que esa idea de carencia de imágenes es también la carencia de la Guerra del Paraguay como un hecho histórico constitutivo del país. O sea, así como está olvidada la guerra, también está olvidado su imaginario. Por eso uno podría avanzar en la crítica y decir que la idea de que triunfe Cándido, con esas pinturas panorámicas al borde de lo naif, es quizás la única concesión que hizo la historia del arte oficial con respecto a la guerra. Es una guerra que no existe en la historiografía argentina, no existe en los colegios. La guerra de Malvinas, más allá de que es mucho más cercana, pareciera ser la única guerra argentina. Cuando nos llamamos argentinos no nos acordamos que tuvimos esa guerra que vaya si estructuró al país en términos políticos, militares, económicos, demográficos. Entonces, que no haya imágenes no significa que no estén en arcones de diversos museos a lo largo y ancho de todo el país sino que en el imaginario argentino y en el del arte el único que quedó en la memoria histórica es Cándido.
—O sea, ¿puede haber imágenes concretas pero hay carencia de imaginario?
—El imaginario de la Guerra del Paraguay no existe. Si vos no tenés el tema un poco estudiado, es como que no hay mucha representación. Si a uno le dicen Malvinas se vienen a tu cabeza miles de imágenes. En mi caso yo no viví ninguna de las dos guerras. Nací en 1984, están igual de lejanas. Y de una por default tengo un montón de información y de la otra siento carencias.
—Igual vos en el texto de presentación de la muestra hablás de la construcción mítica de la guerra.
—Sí, bueno, yo creo que la historia es una construcción mítica en el sentido de que es un puja discursiva, más allá de la existencia real de los acontecimientos. Y si es una puja de archivos también es una puja discursiva, porque el que tiene el archivo es el que lo administra y pondera lo que quiere ponderar. Y esa también es una interpretación. Armar un archivo es también una cuestión política. La historia me parece que siempre es mítica en el sentido de que tiene un sin fondo, tiene algo que en un momento es irreductible, no tiene origen en algún punto. Sobre la Guerra del Paraguay todavía está en discusión cuál es el momento clave en el que empezó. En este caso es más mítica aún porque las imágenes tienen esa capacidad de que a partir de ellas siempre se puede acceder a una interpretación más. La historiografía libresca, bibliográfica o del documento cierra esa capacidad de convivencia con el mito. En cambio las imágenes pictóricas, no. Y más en esta idea de la muestra, donde se busca interpretar un acontecimiento, la guerra, que sucedió hace 150 años, de una manera muy libre, un acontecimiento que no vivimos, del que sabemos muy poco y del que sabemos que hubo muchos muertos. Esa es la única seguridad de una guerra, saber que hay muertos y los muertos se esconden en las estadísticas, en la idea de honor, de heroicidad, de Nación.
—Fue una masacre.
—Siempre la guerra es una masacre. Es más, es una masacre institucionalizada, con protocolos, con códigos de honor, pero en definitiva hay vidas que se pierden, está el daño, ese daño del que habla Alberdi. La guerra es el derecho a hacerle daño al que nos dañó para que deje de dañar, algo muy paradójico. Algo que en la Argentina está presente desde siempre, la idea del resentimiento, la pregunta sobre quién tiene el último uso de la espada, la última capacidad de herir. Eso siempre parece resurgir. Entonces qué queda del año es un poco que a través de las imágenes aflore algo de lo arcaico de la idea que tenemos de una guerra sobre la que se sabe muy poco.
—¿Cómo fue el trabajo con los y las artistas?
— No son eruditos en la Guerra del Paraguay. Mi tarea fue incentivarlos, que pudieran sentir que tenían la capacidad de hacer cualquier cosa con lo que ellos consideraron que fue esa guerra. No había que estudiarlo, aunque muchos lo estudiaron, estuvieron varios meses estudiando. Para otros fue a través de una sensación. Quizá el conocimiento opera así, uno lee y lee y después uno se queda con una veta, una pequeña esquirla de lo que estudió y con eso produce una obra que tiene una significancia que es una esquirla de la historia pero en la obra parece una totalidad. Eso es lo que digo de inventar mitos, tomar una hebra que la historiografía quizás olvidó, una frase o una imagen, y con eso empezar de nuevo. El mito como un obstáculo, un tótem, ponerlo enfrente para ver si se puede reconsiderar la historia argentina a través de una obra de arte. Yo creo que eso es posible y que las obras de los artistas que nos interesan tienen esa capacidad.
—Entonces, ¿ahí radica el valor de esta muestra?
—Sí, y sirve también para pensar de qué modo el arte argentino sostiene una relación con lo político desde un modo no directamente político. Con un lenguaje que es puramente estético puede seguir considerando las deudas políticas del país, incluso remontándose 150 años atrás. Me parece que en la muestra se evidencia la vitalidad de esa relación y de la aparición de lo político o de lo social en el arte de una manera artística. Es decir, cómo estos artistas se hicieron cargo de hechos políticos de una manera no obvia, no tautológica, no necesariamente política sino estética. Es la idea de (Theodor) Adorno: que brille la verdad por un momento. A la vez, la idea de arte contemporáneo también se discute dentro de la propia muestra. Muchas veces se señala al arte contemporáneo como banal. Y acá es el arte que está en nuestro tiempo, con el que compartimos tiempo, y también está el arte del siglo XIX. Pero debemos decir que una obra de 1880 es contemporánea porque incide en nuestro tiempo aunque no provenga de nuestro tiempo. Eso también es interesante para pensar: la tensión entre el supuesto arte viejo y el arte nuevo, cuando en realidad ambos comparten un montón de cuestiones, se igualan, están en un mismo tiempo, que es el tiempo del espectador, del paseante, que accede a una obra de 1880 y a una de 2018, en el mismo momento. Ahí las obras son contemporáneas entre sí, también ahí estamos discutiendo categorías de arte.