¿Cómo representar una ausencia? ¿Y una ausencia eterna? Desde la noche de los tiempos, la humanidad buscó convertirla en memoria en sepulturas y rituales de alto contenido simbólico, corporizando creencias y sentimientos. Angeles etéreos o abatidos, cuerpos dolientes que ya son almas, aureolas de flores que jamás marchitarán, cúpulas y cruces buscando el cenit conjurando el olvido. El cementerio El Salvador, con sus tumbas monumentales, espejó el status de un sector social que construyó mausoleos con la misma distinción con la que levantaban sus residencias, en las primeras décadas del siglo pasado.
Inaugurado en 1856, en su construcción intervinieron Timoteo Guillón y Ernesto Menzel, arquitectos norteamericano y alemán, respectivamente y está emplazado entre las avenidas Ovidio Lagos, Godoy, Pellegrini y Francia. Alberga mausoleos, panteones y esculturas que convierten al lugar en los llamados cementerios monumentales, por sus tumbas construidas entre 1880 y 1920, con materiales nobles (hierro, vitraux, mármol), imponiendo una ornamentación muy especial como ángeles, la Virgen, las dolorosas y simbologías que expresan la forma de concebir la muerte.
Para la coordinadora de Gestión y Valoración de Cementerios Municipales, la antropóloga y tanatóloga Sylvia Lahitte, los cementerios “representan la ciudad a escala y reflejan la posición social de sus inhumados, la idea era no descuidar el status social para la posteridad, un imaginario burgués de finales del siglo XIX, cuando se construyeron las grandes mansiones de Rosario”.
Mausoleo remite a Mausolo, una de las siete maravillas del mundo antiguo, y es una construcción conmemorativo con gran valor artístico y escultórico, el primer mausoleo es de Volpat Fonzo, coincide con el año de inauguración del cementerio, en medio de la nada, de Marcelino Freyre y explica Lahitte, en la recorrida junto a La Capital.
La calle 6 del cementerio El Salvador
Perpendicular a la entrada que evoca el Partenón griego, recorrer el primer tramo de la calle 6, es abrir un catálogo a los principales mausoleos del lugar. La saga comienza con un grupo escultórico de 1917, construido por Guillermo Gianinazi (también autor de la cuadriga sobre la Sede de Gobierno) dedicado a Nicanor Frutos, guerrero heroico que mantuvo en alto la enseña patria en la batalla de Curupaity, 1866, como indica su placa.
Su basamento de granito gris era el preferido en su época, con una alegoría en altura donde un grupo dolientes transportan un cuerpo sin vida. Pero no es el único referente de esa batalla en el cementerio, también tienen su mausoleo Pedro Nicolorich, y Marcelino Freyre, soldado de la Campaña del Desierto.
“Aquí aparecen los ángeles”, indica Lahitte en un mausoleo donde también hay una virgen que se distingue de otra figura femenina, por el manto, “fue uno de los primeros donde aparecen estas características y está firmado por Luis Fontana, que fue muy importante porque realizó más de 80 por ciento de las esculturas o construcciones del cementerio”, explica la antropóloga.
El recorrido por las tumbas monumentales va revelando alegorías: la Piedad (escena bíblica de la muerte de Cristo), la Virgen en el momento de la crucifixión, hornacinas romanas (huecos decorativos en forma de arco que se hace en un muro para colocar objetos de culto), cruces, ángeles en distintas actitudes (tristeza, compasión, guía, acompañamiento intermediando entre lo humano y lo divino), querubines, angelitos sin ropa (para reflejar la inocencia donde hay infantes inhumados), crismones (criptograma que cruza X y P, salvoconducto de antiguos cristianos que significa la paz en Cristo) y las letras griegas alfa y omega (principio y fin, el eterno retorno a la divinidad), flores (fugacidad de la vida) y antorchas invertidas. Además de signos masónicos como la clepsidra alada (reloj de arena con alas).
Sólo a modo de ejemplos, un mausoleo en forma de basílica destaca por su eclecticismo, combinando elementos de distintos lenguajes arquitectónicos, con una elevación buscando el cielo. Mientras que el de la familia Péllero, es como un texto de mármol para ser leído por su carácter escénico. Otro mausoleo con carácter escénico de la familia José Piñeiro, evoca el trabajo rural, con un hombre en tamaño real empuñando un rastrillo.
“Los grupos escultóricos de los mausoleos se fundían en los talleres funerarios específicos para las alegorías de los monumentales, como el Fontana en Oroño y Rioja, con carpinteros, yeseros, vitralistas, dibujantes y herreros, que sumó a Juan Scarabelli y al escultor Cautero, ya en otra época cuando la ornamentación devenía en líneas más simples. Artistas formados en las grandes escuelas italianas”, relata Lahitte.
Artemisa
Un dato que evoca el lugar social de la mujer en aquella época, es la poca representación escultórica que tienen las mujeres con 15 bustos senatoriales frente a centenares de los hombres. Sólo están representadas cuando fueron figuras públicas o destacadas como Dolores Dabat, docente del Normal 2, o Pero hay un dato llamativo, uno de los mausoleos más grandes y suntuosos, de 1895, lleva nombre de mujer Artemisa de Ortiz, hija de Pedro Bett, un soldado de Napoleón, también con tumba en el cementerio.
La vida y la muerte
Lahitte lleva 22 años buceando historias que enlazan la vida y la muerte, haciendo foco en el único cementerio monumental de Rosario, engarzando simbologías para que emerja el sentido más profundo que arropa a la memoria. “Este trabajo me dio una gran satisfacción a nivel humano, el tratar de devolverle algo a las personas que aún viven y a las nuevas generaciones, sobre sus antepasados.
En los homenajes vi familias enteras emocionadas ante el recuerdo de una persona que falleció hace tres generaciones, rescatar ese vínculo y traerlo al presente y descubrir historias anónimas que no aparecen en los libros, es la mayor de mis satisfacciones”, comenta mientras van quedando atrás los mausoleos, los secretos de miles de vida y los pasillos por donde se deslizan felinamente los gatos.