Acceder a las voces de pupilas y regentas durante el apogeo de la prostitución legal en Rosario es una misión entre difícil e imposible. Pasaron 90 años desde la derogación de las reglamentaciones, en una ciudad conocida internacionalmente por el despliegue de su zona roja y de la mafia de la Zwi Migdal, por el sistema de control y esclavitud sobre el cuerpo de las mujeres. Pero esa oscura historia parece reclamar no sólo ser contada sino que el relato contemple puntos de vista invisibilizados. Desde la inédita muestra del Museo de la Ciudad inaugurada en 2022 al proyecto de urbanismo feminista que organizó recorridos para rescatar las opresiones y resistencias de las meretrices; desde documentales y películas a obras literarias situadas en Pichincha.
Julieta Maino y Magalí Reviglione son politólogas especializadas en temáticas urbanas. Integran el proyecto de extensión universitaria Digna Barria junto a docentes, estudiantes y graduadas de Ciencia Política y Arquitectura de la UNR. Entre sus “investig-acciones”, que en breve las llevarán al extremo norte tras las huellas de las hermanas Cossetini y al sur por las obreras del frigorífico Swift, organizaron dos recorridas por el antiguo circuito de burdeles de Pichincha “con gafas violetas”, es decir con perspectiva feminista.
En 2021, en ocasión del décimo Foro mundial de la Bicicleta, pedalearon además por los barrios Inglés y Refinería para recrear su historia y la de las mujeres que allí habitaron, también para repensar las transformaciones urbanas en esos espacios. En tanto el año pasado, en el marco de la inédita muestra montada por el Museo de la Ciudad “Pichincha: historia de la prostitución en Rosario, 1914-1932”, participaron de un recorrido por puntos clave de aquella zona roja, como los tres inmuebles donde funcionaron casas de tolerancia que permanecen en pie (El Elegante, hoy en reformas; el Petit Trianon, tienda y depósito de una marca de ropa, y el Madame Safó, un motel).
“La muestra del Museo se basó en archivos y en los textos de María Luisa Múgica y Rafael Ielpi. Fue un hito de visibilización aunque todavía hay mucho por hacer y visibilizar”, asegura Julieta Maino, y su compañera aclara que sin ser historiadoras investigaron desde su disciplina de cara a recuperar las dimensiones colectivas y experimentales de la ciudad, inspirándose en las caminatas que realizaba la escritora y activista norteamericana Jane Jacobs como una forma de luchar por ciudades más seguras e inclusivas.
“Constatamos que la voz de las mujeres no aparece nunca. No pudimos acceder a una fuente primaria; en relación a Pichincha hay algo del orden del mito y la leyenda pero no registros. Está todo muy fragmentado”, revela Magalí Reviglione. “Las chicas que lograron sobrevivir no pudieron hacer relatos, quedaron estigmatizadas. Las edades de deceso eran muy bajas y muchas iban como NN a los cementerios. Morían por enfermedades, por el nivel de vida que tenían, por la alimentación”, sigue Maino.
Las prostitutas pues, no hablan, sino que son habladas a través de documentos oficiales, expedientes o testimonios que a posteriori han brindado varones. “Hay una mirada romántica del pasado de Pichincha pero lo cierto es que las pupilas eran oprimidas. Por el Estado municipal que las controlaba en el sifilicomio, por los intermediarios, por la mafia”, insiste Reviglione.
Su colega señala “la doble moral” de la Rosario de entonces, donde el comercio sexual se veía como un mal a apartar del resto de la ciudad pero a su vez varones de todos los barrios y clases sociales eran habitués. ¿Algo parecido a lo que pasa hoy con el fenómeno del narcotráfico? Ante la pregunta, Maino recoge el guante: la sociedad rosarina se escandaliza por la venta de droga, “pero hay una doble moral en relación al consumo”.
Por último, la politóloga señala que “no existe en Rosario un lugar que problematice el circuito de la prostitución y de la explotación”. Y allí donde las voces de las mujeres faltan, aparece la literatura reponiéndolas. Como en la trilogía “Las polacas” de la dramaturga Patricia Suárez, por ejemplo. Ahora otras dos rosarinas, Fernanda y Camila Baravalle, se suman con una novela histórica escrita a cuatro manos con eje en el burdel El Paraíso, más conocido como Madame Safó, del que toman su nombre para el título.
El relato sigue a María, una joven inmigrante italiana que es vendida por su marido, malevo de poca monta, y entra así al circuito de explotación, del que formaban parte tratantes, proxenetas, rufianes, funcionarios públicos. Este personaje de ficción encarna el sometimiento que sufrieron meretrices criollas y extranjeras donde un siglo después se asienta un polo de ocio privilegiado sobre todo por jóvenes y turistas.
En diálogo con La Capital, Fernanda Baravalle explica cómo se vinculó con la temática. A fines de los años 20 su abuelo Norberto llegó a Rosario desde Guaymallén para cursar la carrera de medicina en la entonces Universidad Nacional del Litoral. Se encontró con una ciudad comercialmente pujante: en un centro habitaba la burguesía, pero había otro centro, el prostibulario, delimitado por pocas cuadras y regulado por ordenanzas municipales. El joven mendocino vivía en una pensión y no tenía ingresos, así que aprovechando su don –“tenía oído absoluto”- de día estudiaba y de noche “tocaba el piano en los quilombos”. Sin embargo, Fernanda y Norberto nunca hablaron del asunto. Él, un célebre cirujano, murió cuando ella tenía 16 años.
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Su papá le contó la anécdota, pero ignoraba en cuál de la treintena de burdeles que poblaban la zona se las rebuscaba aquel muchacho para bancarse los estudios. En la novela que se presenta el 29 de noviembre en El Cairo, las autoras ubican un pianista en el Madame Safó. El germen de este libro hay que rastrearlo en un cuento que Fernanda escribió hace dos décadas, retomando aquel dato al que le faltaban precisiones pero que no había olvidado.
Las hermanas Baravalle se formaron como guionistas de cine en Rosario y en Los Ángeles. Investigaron sobre el tema. Fernanda pudo hablar antes de su muerte con Héctor Nicolás Zinni, autor junto con Ielpi de “Prostitución y rufianismo”, un trabajo de reconstrucción pionero. Hace 15 años tocó el timbre en el Madame Safó, devenido en albergue transitorio, con su prima Clara. Les preguntaron si querían una habitación; Fernanda explicó que estaba escribiendo sobre el más lujoso de los burdeles de Pichincha. Las dejaron pasar y conocer la propiedad.
Camila y Fernanda produjeron primero un guión cinematográfico y luego lo adaptaron a la novela que se acaba de publicar. En uno u otro género, la ficción se ancla y revela una realidad dolorosa, sórdida. Hacer memoria sobre sus víctimas podría transformarse, a pesar del tiempo transcurrido, en una forma de justicia.
Pedirán ayuda al municipio para mantener el ex Madame Safó
“Acá funcionó el prostíbulo El Paraíso desde 1914 a 1933, y a partir del 33 es albergue transitorio”, detalla Edgardo De La Horra, uno de los dueños del Motel Ideal, ubicado en la emblemática calle Pichincha 68 bis. Conocido como Madame Safó -el más lujoso, caro y exclusivo de los burdeles legales-, el inmueble tiene protección patrimonial. A fines de 2020 se puso en venta.
“Vamos a presentar un escrito a la Municipalidad a ver si nos eximen de algún impuesto, ya que un día nos pusieron un cartel en la puerta de que somos patrimonio histórico pero no ayudan en nada para el mantenimiento”, anticipa De La Horra, de 69 años, quien arribó a este rubro hace casi 40. “No es la primera vez que solicitamos colaboración. Hasta ahora no nos dieron bolilla y cada año la propiedad requiere mayor inversión”, explica sobre el predio de 1.700 metros cuadrados, con 40 habitaciones organizadas alrededor de un gran patio central.
“Discriminan al Ideal porque antes era un prostíbulo. No nos dan ninguna subvención, somos mal vistos. Pero El Paraíso siempre tuvo habilitación legal. Algunos políticos me han dicho: ‘¿Cómo vamos a subvencionar a un prostíbulo donde se explotaba a la gente cuando no hay jeringas en los hospitales?’. Entonces, ¿por qué es patrimonio histórico y no se puede demoler? Debemos ser coherentes”, argumenta.
De La Horra discute con el malditismo que pesa sobre “lo prostibular” cuando al mismo tiempo “formaba parte de la idiosincrasia de la sociedad. Y lo forma por los recuerdos”. Él mismo se encarga de explicarles detalles históricos a quienes se acercan interesados, por ejemplo que las mujeres vivían y trabajaban en las habitaciones, que del 50 por ciento de la ficha que cobraban (la otra mitad se la quedaba la madama) debían tributar al cafiolo, que tenían todas entre 18 y 21 años y al pasar esa edad debían irse porque ya no se las consideraba aptas.
Entre los interesados en conocer el Madame Safó pasaron en estas décadas “hijos de los mafiosos, que ya murieron todos”. De La Horra cuenta que esos hombres, "hoy prestigiosos profesionales", recorriendo las instalaciones “se han puesto a llorar”.