La Casona fue el geriátrico que marcó el primer alerta fuerte en Rosario, con 32 casos en septiembre. No fueron los primeros en la ciudad, pero sí constituyeron el primer brote en una casa de adultos mayores. A un año de la pandemia, esta semana todos los residentes fueron inmunizados y ven el futuro con esperanza. "Salió en todos lados la foto del frente y muchos se asustaron, pero acá no murió nadie", explica Fernando Otermín, responsable de la institución ubicada en Mitre al 1600, casi Pellegrini.
Todo comenzó cuando el 2 de septiembre del año pasado una residente tuvo que ser internada en el PAMI, y volvió con el virus. Ante la alarma, realizaron hisopados a todos los internos y el personal: 31 de los 38 ancianos y una trabajadora dieron positivo. Sin embargo, solo se trató de un susto: ninguno tuvo síntomas y solo dos abuelos que tenían enfermedades de base fueron internados para someterlos a los controles de rigor, pero volvieron al otro día. Luego, los enfermos se aislaron en la institución, que quedó bloqueada sin nadie que pueda entrar o salir. Incluso parte del personal se recluyó 15 días en el edificio.
Mientras tanto, se elevaron las restricciones. En marzo se habían cortado las visitas. Todo contacto se siguió por teléfono, y para los que aprendieron a usar las nuevas tecnologías, por videollamada. Luego de que bajaran los casos, se flexibilizaron las condiciones y pudieron entrar otras especialidades médicas que habían quedado en stand by en el marco de la pandemia, con protocolos estrictos y equipos de protección personal (EPP).
En diciembre, cerca de las fiestas, pudieron volver a recibir a familiares con restricciones, pero los residentes están encerrados desde hace un año, sin poder salir a hacer sus rutinas. El geriátrico no es una prisión: todos salían cuando querían, algunos iban a natación, otros al teatro o a tomar un café. A veces los hijos o nietos los pasaban a buscar y los llevaban a almorzar a algún restaurante, o a pasar el día en algún club. Nada de eso pudo volver a hacerse desde marzo de 2020. Ahora la vacuna les dio una nueva esperanza.
El martes pasado, como parte de una cobertura que se realizó en todas las instituciones geriátricas, los 50 residentes y 20 empleados fueron vacunados con la primera dosis de Sputnik V. Todos quisieron hacerlo, y ahora aguardan la segunda dosis con optimismo antes de que llegue la época invernal. En pocos meses pasaron del temor a la tranquilidad de sentirse protegidos y la expectativa de retomar las vidas que tenían antes de que llegara el Covid-19.
La carga emocional con la que se transita la cotidianeidad en los hogares para adultos mayores es ya de por sí intensa, y la llegada del Covid acentuó el cuadro. Las edades de los que allí viven parten de los 60 años y en algunos casos superan los 90. La atención médica y psicológica se incrementó para contener a los pacientes. Los contagios y la alta demanda de enfermos y mucamas trajeron otro inconveniente: cambiarle todos los días la persona que lo cuida y lo trata también afectó a los ancianos, acostumbrados a un elenco estable y a sentirse como en casa.
Sandra y Patricia son dos de las asistentes del lugar. "Al principio nos dio miedo, pero después se nos fue pasando porque se intervino rápido y fueron cuadros sin síntomas", dijo la primera. Patricia se contagió haciéndole RCP a la abuela que trajo el virus y estuvo aislada. Destacan que la pandemia provocó que se agudizara la higiene y eso hizo que no hubiera abuelos con bronquitis ni resfríos. "Deberíamos haberlo hecho antes", dice Patricia. "Tener información y haberlo vivido nos hizo perder el temor al virus", completó Sandra. Ambas coinciden en que tener la vacuna fue "muy movilizador y emocionante", porque si bien no es la cura, les abrió una luz de esperanza para volver a salir.