La pandemia puso entre la espada y la pared a dos legendarias librerías: Shakespeare and Company, el paraíso de los lectores en lengua inglesa de París, y a Strand, la emblemática librería de las "8 millas de libros y los toldos rojos que históricamente animaba la esquina de de Broadway y la E 12th Street, en Manhattan. Ambas han sufrido abruptas caídas en las ventas desde que el pasado marzo el coronavirus viajó de China a las grandes capitales del mundo.
Shakespeare and Company emitió un comunicado, que compartió en sus redes sociales, en el que reconoce una caída en las ventas del 80 % desde que la propagación del Covid-19 obligó a sus clientes a quedarse en casa. Ante la segunda ola de contagios, Francia dispuso un nuevo confinamiento nacional que asoma como una amenaza letal para los libros tradicionales.
“Como muchas empresas independientes, estamos luchando, tratando de ver un camino a seguir durante este tiempo en el que hemos estado trabajando con pérdidas”, y agrega que estaría “especialmente agradecida por compras en su sitio web de quienes tienen los medios e interés para hacerlo”, señala el mensaje que compartió con sus clientes la emblemática librería parisina.
La respuesta de sus clientes fue "una ola de amor", según comentó a EFE David Delannet, copropietario de la librería con Sylvia Whitman, hija del fundador de la tienda, George Whitman. "Es tan bueno tener algo positivo en este contexto. Durante el confinamiento lo normal hubiera sido recibir unos quince, veinte o treinta pedidos por internet, ahora tenemos más de cien diarios y algún día más de mil".
Whitman abrió su negocio de venta de libros en 1951 y la llamó Shakespeare and Company como la que abrió Sylvia Beach en 1919 y sirvió de trampolín de lanzamiento para autores de la talla de F Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, TS Eliot y James Joyce. Entre sus clientes famosos se cotnaban en aquellos días de gloria,,James Baldwin, Lawrence Durrell, Allen Ginsberg y Anaïs Nin.
Delanet advirtió que, si las librerías francesas consiguen, como reclaman desde hace una semana, ser consideradas comercios esenciales y reabrir durante el confinamiento, que finaliza en diciembre, la situación de Shakespeare no cambiará mucho pues su público es principalmente turístico y ha perdido el 70 % de su clientela. La París de hoy está lejos de ser la Ciudad Luz atestada de visitantes de otros tiempos.
A Strand, en el corazón de Nueva York, le passa lo mismo que a su prima hermana francesa. Sus ventas cayeron un 70 % y ante el pedido desesperado que sus propietarios lanzaron en las redes sociales -”We need yor help” (necesitamos tu ayuda)- recibieron una respuesta rápida en su página web, que pasó de las 300 ventas semanales que hacía un año atrás a las 25.000. Frente a su local se formaron largas colas de clientes que van a comprar porque les gusta leer y porque no quieren que cierre.
La dueña de la librería, Nancy Bass Wyden, tercera generación al frente de esta librería abierta en 1927 por su abuelo Benjamin Bass, un judío lituano que dormía en la tienda, heredó el negocio en 2018, convertido ya en un gigante con 217 empleados. Pero el 23 de octubre publicó un mensaje señalando que habían “sobrevivido a la Gran Depresión, dos Guerras Mundiales, las grandes cadenas de librerías, los e-books y los gigantes del comercio online, pero por el impacto de la Covid-19 no podemos sobrevivir a la gran caída en paseantes, la casi total pérdida del turismo y los cero eventos en la librería”.
Icono de Manhattan, Strand, que organzia unos 400 actos culturales al año y es la última sobreviviente, aunqaue mudada a la vuelta de la esqauina, de las 48 librerías que formaban la histórica Book Row de la Cuarta avenida, se tambalea debido al derrumbe de las ventas en la pandemia.Pese a la avasallante respuesta de su clientela las decisiones empresariales recibieron fuertes críticas.
La propietaria del negocio, casada con el senador demócrata por Oregón Ron Wyden y dueña del edificio entero donde está Strand, recibió un préstamo del programa gubernamental contra la pandemia, pero como tantas otras librerías despidió temporalmente a la mayoría de trabajadores, 188, por el cierre en marzo. Recontrató a 33 al reabrir en junio pero despidió de nuevo a 12 porque las ventas no eran las esperadas. Los números mandan.
Ni los dueños de Shakespeare ni Strand creen íntimamente que vayan a bajar las persianas, pero saben que si no toman una actitud enérgica para defender su negocio gigantes de la venta online como Amazon, que comenzó como una tienda digirtal de venta de libros, los pueden llevar a la quiebra. Lo cierto es que, sin la ayuda de su gente, los lectores que pueblan sus salones en busca de un tesoro literario que los haga sentir y pensar como nada ni nadie más puede hacerlo, corren peligro. Y ponen manos a la obra para evitarlo.