En India, la muerte es parte de la vida, y en un restaurante del occidente del país, también es
parte del almuerzo. El Restaurante Buena Suerte, que suele lucir repleto en Ahmadabad, es famoso
por su té con leche, su pan con manteca y por las tumbas entre las cuales están dispuestas las
mesas.
Es un lugar donde los ancianos leen el periódico y discuten de política
por la mañana, y las parejas jóvenes comparten una cena a la luz de las velas y se toman las manos,
por la noche. El hecho de que esas velas estén colocadas encima de las tumbas hace todavía más
especial el ambiente.
Durante casi cuatro décadas, Krishan Kuti Nair ha ayudado en la
administración del restaurante, construido sobre un cementerio musulmán de varios siglos de
antigüedad. Sin embargo, no sabe quién está sepultado debajo del piso. Al parecer, a los comensales
les agradan las tumbas, parecidas a pequeños ataúdes de cemento, y eso es lo único que desea saber
Nair.
Las tumbas están pintadas de verde y se elevan
hasta llegar casi a la altura de las rodillas. Diariamente, el gerente decora cada una con una flor
seca. Las tumbas se diseminan desordenadamente en el restaurante: una frente a la caja
registradora, tres en el centro, junto a una mesa para dos, cuatro paralelas al muro, cerca de la
cocina.
“Trae buena suerte”. “El cementerio trae buena suerte”, dijo Nair una
tarde reciente, cuando pudo darse un respiro después del trabajo agitado a la hora del almuerzo.
“Nuestro negocio es mejor gracias al panteón”. Los meseros parecen tener en sus mentes
el plano del lugar, y han dominado el delicado arte de desplazarse entre las tumbas con una taza de
té caliente en cada mano.
“Estamos acostumbrados a esto”, dice Kayum Sheij. “No
hay nada raro en esto”.
Probablemente, las tumbas pertenecieron a la familia o los colaboradores
de Sufi, santo del siglo XVI, cuya tumba está cerca de ahí, de acuerdo con Varis Alvi, profesor
retirado en Ahmadabad.
El restaurante data de la década de 1950, antes de que las bocinas de
los automóviles, el tránsito desquiciado y los altos edificios rodearan el sitio. K.H. Mohamed
abrió un puesto donde vendía té frente al cementerio, dijo Nair, quien ayudó a administrar el lugar
y se volvió socio del fundador.
El negocio marchaba bien y el puesto siguió creciendo, hasta que sus
paredes de hojalata rodearon las tumbas.
Mohamed murió en 1996.
Aunque el cementerio es musulmán —los hindúes incineran a sus
muertos— la mayoría de los indios se sentiría relajada en un cementerio.
“Los cementerios en India nunca provocan miedo”, opina Alvi.
“No tenemos una literatura de historias terroríficas, así que no tememos a los
fantasmas”. La mayoría de los consumidores dice que no le preocupa sentarse junto a las
tumbas. “Pasamos todo el día aquí”, relata Mohamed Tafir al calor de una taza de té.
“Las tumbas son lugares santos que traen buena suerte”.
Pero algunos consideran que el establecimiento es una falta de respeto.
“Deberían preservar el decoro del cementerio”, dijo un profesor de historia, quien no
quiso dar su nombre. Cuando se le preguntó por qué no deseaba que se le identificara, sonrió y
dijo: “Porque yo también bebo el té ahí”. (AP)